Había una vez, un simpático pingüino que se llamaba Ignacio y que vivía en un zoológico. Todos los días hacía un espectáculo para el público, uno en el que siempre se esforzaba mucho en hacerlo pero que no le gustaba, pero se veía obligado, ya que si no lo hacía, no comía. Él, a pesar de ello, siempre se esforzaba en mejorarlo, pensando que así le darían más comida, pero se sentía ofendido cuando se reían de él.
Un día, mientras hacía su espectáculo, llegó un niño malcriado con un paquete de cacahuetes tostados y comenzó a lanzárselos a Ignacio para intentar herirle, lo que provocó que el animal estallase y se hubiera cansado del trato recibido por todos. una noche, en la que sólo estaban los guardias, aprovechó para escaparse de su recinto y huir por un agujero que había en la pared.
Ignacio ya estaba afuera, pero ahora tenía otro problema, que era que no tenía claro su destino, así que lo primero que hizo fue buscar un lugar donde pasar la noche escondido sin que nadie lo viera, y dormir tranquilo. A la mañana siguiente, Ignacio salió de su escondite y vio la entrada del zoológico llena de hombres de la protectora de animales buscándole, y volvió al hueco del árbol en el que había pasado la noche, en el que posiblemente debían de vivir conejos, y meditó durante un rato el lugar al que debía de ir. No pasaron ni treinta minutos y ya sabía a dónde ir, a la Antártida, a reunirse con más animales de su especie, donde no se rían de él ni lo discriminen.
Por desgracia, no pudo salir inmediatamente de su escondite porque los señores de la protectora de animales todavía estaban allí, así que decidió dormir durante todo el día para por la noche moverse con más tranquilidad. Cuando despertó, ya era de noche y no había nadie más que él en la calle. Lo primero que pensó fue en ir a por una brújula, y fue al veinticuatro horas que había al lado del zoo para poder orientarse hacia el sur, lugar donde se encuentra la Antártida. Tras un rato observando, se dio por vencido ya que no encontró ninguna, y se fue tan campante sin que el dependiente se diera cuenta, ya que estaba profundamente dormido. Después, fue a un gran centro comercial para ver si podía encontrar la brújula que tanto ansiaba, a pesar de poderse orientar con el sol. Primero fue al supermercado que había dentro para ver si ahí tenían brújulas o no, pero su búsqueda no obtuvo resultado, por lo que se dirigió a una tienda especializada en deportes llamada Triathlon. Efectivamente, allí pudo encontrar el objeto que tanto necesitaba para emprender su viaje.
Por fin tenía la brújula, y ya podía emprender su viaje, pero como tenía hambre y no tenía comida, hurtó una mochila infantil que le fuera bien, y volvió al supermercado para hurtar varias latas de sardinas y de atún, del cual sólo comía cuando era su cumpleaños, si tenía suerte.
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La aventura de Ignacio
AventuraIgnacio está cansado de su vida de animal de zoológico, por lo que decide iniciar una aventura arriesgando su vida para huir de los malos tratos que recibe, en busca de más gente de su especie, en la Antártida.