El rosal en reversa

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Una mujer coloca en un florero dos rosas que cortó de su jardín. El florero va sobre la cómoda, junto a la cuna. Ella acaba de cambiar las sábanas, como si la vida se le fuera en ello. Oye a su marido y al bebé desde el living, fértiles, abundantes. Ella tiene 30 años y el corazón lleno de amor.
Una mujer está embarazada. Esa mañana no se siente bien, pero su marido se queda con ella. Él le cuenta chistes. Recuerdan el pasado con nostalgia y hablan del futuro con ilusión. Por la tarde salen al jardín. El rosal está colmado de capullos. La mujer está débil de cuerpo, pero guía a su marido, que corta un gajo para trasplantar.
Una mujer y su marido acordaron darse más tiempo para ellos. Esa mañana él le llevo el desayuno. Sacaron entradas. El sábado irán al teatro. Ella acomoda la tierra. El rosal le llega a los hombros. Es invierno y está casi pelado, pero sus raíces son fuertes.
Una mujer se pincha con una espina mientras poda su rosal. Lo hace sin más, sin guantes, entregada. Se pone de pie y decide que ha sido suficiente por ese día. Ella está trabajando mucho y su marido también. Cada vez están menos tiempo en casa. Piensa todo lo que podría hacer sino estuviese casada. Viajaría por el mundo y andaría de bar en bar.
Una mujer se para junto al rosal en medio de un sueño. El rosal le llega a las rodillas. Ya no es un pálpito, es puro esmero. Una opulencia fértil. Ella se ocupa de drenar el agua que la lluvia acumuló en el suelo, no quiere que se ahogue. Hace dos días la ascendieron, y ella y su marido salieron a festejar.
Una mujer camina por el jardín. El sol del verano le acaricia el rostro con gentileza. Han salido dos flores más de su rosal. Es algo recíproco, fuerte y sincero. El hombre le ha pedido que sea su esposa.

Una mujer moja las hojas del rosal. Son solo cinco, pero las plagas pueden ser mortales, y su rosal está demasiado expuesto. El hombre le ha dicho que todas las mañanas se levanta pensando en ella. La mujer ve cómo a él le brillan los ojos cuando ella le cuenta sus sueños. Tienen mucho en común. <<Veremos>>, piensa en ella mientras acaricia las hojas del rosal.
Una mujer lleva la bolsa de abono al jardín. Casi se le cae de las manos cuando ve el brote que ha comenzado a asomarse entre la tierra. Es apenas una tentativa de tallo, una insinuación, pero está ahí, sediento de momentos completos. Y ahí está ella, con ansias de compartir su raíz. Anoche el hombre del bar la acompañó a casa y la tomó de la mano todo el camino. La ha invitado a salir de nuevo. Tal vez acepte.
Una mujer riega la tierra con paciencia. El suelo parece estar vacío, pero ella sabe que la semilla está allí, riendo de vida. Apoya la regadera en la mesa y la pantalla del celular se ilumina. Un mensaje del hombre con el que conversó en el bar la noche anterior. La invita a salir y ella dice que sí.
Una mujer envuelve una semilla en la tierra. La cubre de suelo como si la vida se le fuera en ello. Ayer recibió otro <<no busco algo serio>>. Los títulos no significan nada para ella, pero está cansada de un mundo en el que quien ama, pierde. Está cansada de que todo se mueva tan rápido que se convierta en gris. No quiere la unión de las tradiciones, pero tampoco que a todos les dé igual. La posibilidad de detenerse a conocer, la posibilidad de que importe. Ella tiene 26 años y le han roto el corazón tantas veces que ha perdido la cuenta. De todas formas, elige creer. Creer que en el mundo alguien puede cuidar. Creer que en el mundo alguien puede amar. Aunque ese alguien en el mundo sea ella. Aunque lo único que merezca la pena amar sea un rosal.

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