Prólogo.

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En ese entonces yo tenía diecisiete años y me encontraba escuchando música a bordo de un avión comercial mientras escuche voces que murmurando delante mío, aunque no les preste mucha atención pensé que quizá eran aquellas chicas que al igual que yo iban a descubrir una nueva ciudad y a construir una nueva vida con este intercambio. De pronto sentí una mano tocando mi hombro.

—¿Podría apagar sus audífonos? Estamos a punto de despegar.

—Si, si, disculpe.

Volví a percibir los murmullos, pero no les preste demasiada atención porque sentí un gran tirón hacia el asiento que me sofocó. El gigantesco avión había despegado desde mi hogar en Tokio, dándome una de las mejores vistas aéreas de la ciudad en la inmensa oscuridad de la noche. Amaneció y el gigantesco avión comenzó el descenso mientras atravesaba espesos nubarrones mientras se disponía a aterrizar en el aeropuerto. La fría e intensa lluvia de agosto teñía el asfalto de negro y hacía que los trabajadores del aeropuerto vestidos con grandes impermeables, las banderas que se movían en lo bajo del aeropuerto y las luces del lugar hacían parecer al lugar como una pintura barroca que fue expuesta en la más grande galería de arte del mundo.

Al avión estar completamente en el suelo se apagaron todas las señales y comenzó a sonar en los altavoces una melodía ambiental para amenizar el estrés de las personas, pues también se escuchaba la voz del capitán anunciando que tendríamos que esperar un rato para poder bajar del avión, pues la tormenta empeoraba con el pasar de los minutos. «¡Qué suerte la mía!» pensé. Pasaron los minutos al igual que las canciones, de las cuales solo pude reconocer November de Max Ritcher, canción que me conmovió, o quizá solo me turbó, quizá me produjo una emoción más fuerte que de costumbre.

Para que la cabeza no me estallara, me encorve, me cubrí la cara con las manos y me quede inmóvil por un rato, lo que provocó que una azafata se me acercara y preguntara si me encontraba bien, a lo que yo respondí con un simple sí.

—¿Seguro que se siente bien?

—Si, solo es una jaqueca por los nervios de estar en un país desconocido, gracias—dije mientas asentí con una sonrisa.

La música paro y de nuevo por los parlantes se escuchó la voz del capitán asegurando que el descenso del avión ya era seguro, también agradecía nuestra paciencia mientras terminaba el discurso con el eslogan de la compañía aérea. Levante la mirada para notar si ya podía tomar mi maleta de mano. Fue en ese instante que note que mis sospechas eran ciertas, las chicas que habían ganado el intercambio se encontraban delante de mí, así que los murmullos que escuche eran quizá simples bromas que hicieron para amenizar sus nervios.

Me levanté del asiento mientras miraba a lo lejos el mar mediterráneo, recordando los jardines de mi madre, el aroma de sus amapolas que me hacían vivir momentos lucidos, y también sin olvidar los tulipanes, su mayor plantación del año, pues siempre que florecían salía a recolectarlos en una canasta para después salir por las calles de la ciudad a obsequiarlas, siempre me dijo que el gesto mas lindo que una persona podía hacer era regalar una sonrisa, pero se volvía mas especial cuando la acompañabas de una flor. Mi madre, la extrañe desde el primer segundo que la deje para abordar el avión. Seguí pensando en ella hasta que un señor me interrumpió al golpearme accidentalmente con su mochila en el hombro.

—Lo lamento.

—No pasa nada, los accidentes ocurren—respondí.

La puerta del avión se abrió. Olí el asfalto húmedo y la hierba, sentí el viento rozando mi piel y noté los sonidos de los camiones cargueros encargados de llevar nuestras maletas. Corría el verano y el otoño se acercaba lentamente, sentía que se me había ido el año pues estaba a punto de cumplir dieciocho años.

Se acerco de nuevo la azafata de antes, que se quedo parada a mi lado y pregunto si ya me sentía mejor.

—Si, quizá solo fue un momento extraño en mi vida, muchas sensaciones me llenaban en ese momento, de pronto me sentí triste, quizá solo fue eso.

—Me suele suceder a veces, le comprendo completamente—contestó ella mientras me regalaba una sonrisa resplandeciente—. ¡Que tenga un buen viaje!

—Gracias, buen viaje—repetí...

Todo el viaje hacia el recinto me la pase vagando en mis recuerdos, buscando a quien perdí hace tiempo y que sabía que jamás recuperaría, el amor de mis ojos y el calor de mis brazos, aunque trate y trate lo cierto es que mi mente se fue alejando de aquel recuerdo, abandonándolo en un prado a las afueras de Tokio. Siempre he sido un buen escritor con mis recuerdos, pero ese es el único que mi mente ha mantenido preso lejos de las palabras. Al escribir así, persiguiendo mis recuerdos, seguido me salta una inseguridad que me hace dudar. ¿No estaré olvidando lo importante? ¿A caso mi mente no puede elaborar una escultura para cada memoria?, así me sería más fácil poder escribir sobre ellas. Lo único que puedo conseguir por ahora es oprimir con fuerza dentro de mi pecho unos recuerdos sin completar que se han ido esfumando conforme pasa el tiempo, al igual que escribir ligeras líneas de texto. Esta es la única manera en la que no puedo olvidar.

Unos meses atrás, quizá un año atrás, cuando el recuerdo aún vivía en mí, intente escribir varias veces de esa persona, pero en ninguna vez tuve éxito. Solo lograba escribir una que otra frase o dialogo sin terminar, lo que me frustraba y me hacía abandonar mis textos antes de tan siquiera volver a intentarlo. Siempre fui consciente que en el momento que lograra escribir una sola frase coherente y que me hiciera sentido, las demás brotarían como frutos de un árbol maduro y yo podría degustar cada una de las palabras con los pensamientos, pero esta única frase jamás broto, jamás quiso hacerme sentir como que realmente contar mi historia valiera la pena. Ahí fue donde me di cuenta de que aun el mapa por más detallado que sea puede no servirnos en muchas ocasiones. Entonces lo único que pude hacer en ese largo camino es verter palabras incompletas formadas por pensamientos incompletos que yo mismo oculte en mí, y ahí fue donde comprendí porque él me había dicho que jamás lo olvidará, al final parecía conocerme más de lo que yo mismo hacía, pues él intuía que lo olvidaría conforme pasara el tiempo.

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Prólogo inspirado en la historia TOKIO BLUES (Norwegian wood) por Haruki Murakami, todos los derechos reservados ©.

–U. Ortiz.

Cartas de otoño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora