I El Tazón

47 7 3
                                    

En la serena quietud del cuarto, aquí estoy. Soy la sombra alargada que ocupa la esquina, un testigo silente de la cotidianidad de Isabella. Sus ojos, cansados pero repletos de una esperanza indomable, me buscan sin saberlo. Otrora, esos ojos me veían, me reconocían. Ahora, solo me presienten.

La alarma del reloj rasga el silencio del amanecer y ella despierta, emergiendo de sus sueños como una mariposa de su crisálida. La ausencia de John es como un vacío en la melodía de su existencia, una nota que dejó de sonar. Ansiosa, espera una señal, un indicio, un eco de su voz. Pero hay solo silencio.

El café en la olla burbujea, como un coro de gotas de lluvia golpeando un techo de zinc. Isabella sostiene la olla y bebe. El sabor es amargo, como el eco de una soledad que no comprende, un enigma disfrazado en la rutina.

El día se desliza como un río tranquilo, y la tarde cae, vistiendo el cielo con su manto de estrellas. Ella se sienta, su mirada se pierde en la vastedad del horizonte, donde el cielo se une con la tierra en un abrazo eterno. Una tempestad de interrogantes invade su mente, pero en su corazón, persiste una esperanza resiliente.

Hay algo que falta, una ausencia apenas perceptible en su vida. Algo que otros podrían considerar trivial, pero que para ella solía ser esencial. Yo. Una simple taza de café.

Pero no hay taza. Yo no estoy.

Los OlvidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora