II En búsqueda de lo Ausente

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La alarma del reloj regresa, inflexible, obstinada. Es un latido en el silencio, una inquietante promesa del amanecer. Isabella despierta y en sus ojos hay algo nuevo, una tenacidad discreta, un eco de determinación.

El café burbujea, entona su canción matinal y el aroma se derrama, como un río de recuerdos perdidos. La olla es su aliada silenciosa, el líquido amargo su complice. Pero en la mesa, hay un hueco. Un vacío. No estoy.
Y entonces, entre los susurros del día, aparece una nota. Una nota de John. "Isa, voy tras una verdad escondida". El papel amarillento tiene el sabor del misterio, el aroma de lo incomprensible. Ella lo sostiene, lo observa, lo analiza. En cada palabra, ve una posibilidad, una chispa de esperanza.

Isabella no es una dama que espera. Es una guerrera que busca, una viajera que explora. Su armadura es su astucia, su espada su determinación. Y con cada amanecer, se viste para la batalla. Para la búsqueda.

La rutina cede el paso a la incertidumbre, lo familiar se desvanece en el misterio. Y aunque los días se visten con el mismo sol, ya no son iguales. Ahora, cada uno es una oportunidad, una aventura, un paso hacia lo desconocido.
Yo observo. Desde la sombra, desde el silencio. En su mirada, veo mi reflejo ausente, en sus movimientos, la música que ya no suena. Y aunque no estoy, permanezco. En cada gesto, en cada pensamiento, en cada sueño, estoy allí.
John también está. En algún lugar, más allá del alcance de sus ojos, de su voz, de su tacto. Él está. Buscando. Esperando. Pero eso, ella aún no lo sabe.

El día avanza y, a medida que Isabella sigue las misteriosas indicaciones, comienza a notar algo peculiar. Las cosas están desapareciendo. No grandes cosas, no objetos significativos, solo pequeñas trivialidades. Un par de anteojos aquí, un cuaderno allí. Cosas que nadie más notaría, pero Isabella las nota, porque John siempre decía: "La grandeza reside en los detalles más pequeños".

Al entrecruzar palabras con Tomás, el cartero del pueblo, Isabella nota que el habitual par de anteojos que colgaban de su camisa han desaparecido.
"Tomás", comienza Isabella, "¿Dónde están tus anteojos?"
"¿Mis qué, Isabella?" responde Tomás, frunciendo el ceño.
"Anteojos, Tomás. Los que siempre llevas colgando puestos", insiste ella.
Pero Tomás simplemente la mira confundido. "Isabella, no tengo idea de lo que estás hablando."

Inquietante. Los objetos desaparecen y, con ellos, sus recuerdos. La ausencia se cuela, no solo en la realidad, sino también en la conciencia.

Isabella decide ignorar su desconcierto. Tiene una misión. Y en ese mismo instante, Tomás le revela una nueva pista: una nota de John. "Sigue la corriente, no te resistas". Palabras crípticas, pero que Isabella recibe como un faro en la densa bruma de su confusión.

La noche cae, y el café sabe agridulce. Como su realidad. Nota la ausencia de su taza y se siente desconcertada. El mundo a su alrededor parece estar perdiendo piezas. Pequeñas piezas, sí, pero esenciales, como notas en una melodía.

La mañana siguiente se encuentra con Isabella en la biblioteca, buscando respuestas en los estantes polvorientos. "¿Alguna vez ha visto este libro de botánica, señora Martínez?", pregunta, mostrándole a la bibliotecaria una nota con el título de un libro.

La señora Martínez se encoge de hombros, "No recuerdo tal libro, querida". Pero Isabella sabe que estaba allí, ella misma lo había visto en manos de John.
Los días se suceden y la realidad se distorsiona a su alrededor. Los objetos continúan desapareciendo y, aunque al principio no lo entiende, gradualmente empieza a vincular las notas de John con las desapariciones.

Cada sorbo de café que toma, cada amanecer que contempla, cada nota de John que descifra, es un paso más en un camino desconocido. Aunque no estoy presente, mi esencia persiste, siguiéndola en su búsqueda, siendo parte de su historia, siendo parte del misterio.

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