Capítulo 19

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   Garra Sombría se encontraba junto a su aprendiz en la entrada al túnel de aulagas, a la espera de sus compañeros de entrenamiento. La mirada del gato de ojos azules se fijaba en algo que Garra Sombría no llegaba a ver. Se le acercó más y él pegó un brinco, como sobresaltado.
   —¿En qué piensas?—preguntó.
   —No importa...—maulló él. Garra Sombría sabía que no tenía sentido insistir. Se lo contaría en cuanto estuviera listo.
   —Está bien.
   —¡Hola!—exclamó Zarpa de Pino, emocionado, que acababa de aparecer acompañado de su mentor.
   —¡Hola!—saludó Celestino, que pareció olvidar sus inquietudes. Se acercó a su amigo y empezaron a charlar, mientras Leónido le lanzaba una mirada divertida a los aprendices.
   —Mejor salgamos de una vez—dijo, y ambos gatitos se callaron. Luego salieron por el túnel y empezaron la marcha por el bosque, pisando el sendero que conducía a la Hondonada Arenosa.
   Ya estando allí, Leónido se encaró a Garra Sombría y luego miró a los aprendices.
   —Bien. Les enseñaremos un movimiento de lucha avanzado—maulló, mirando a la guerrera. Ella asintiò con aprobación. En ese momento, el lugarteniente se dispuso a mostrar el movimiento.
   Pegó un salto y pasó volando sobre la cabeza de Garra Sombría, que no tuvo tiempo de reaccionar cuando él se cayó detrás de ella haciendo equilibrio sobre sus patas traseras y se abalanzó contra su lomo, le pegó unos manotazos con las uñas envainadas y volvió a saltar atrás rápidamente. La guerrera ya conocía aquel movimiento. Les serviría tanto con un perro como con otro gato.
   —¡Quiero intentarlo!—maulló Zarpa de Pino—¿puedo hacerlo?
   —Claro que sí—respondió el lugarteniente.
   —Cuando caigas sobre tus patas traseras, mira a un punto fijo para no perder el equilibrio—le aconsejó Garra Sombría.
   Celestino se encaró al aprendiz atigrado, que intentó reproducir el movimiento. Sin embargo, su salto no fue lo suficientemente alto, y cayó de lleno sobre el lomo del gato blanco y gris. Garra Sombría pensó que, si eso hubiera sido una batalla de verdad y no un entrenamiento, habría acabado aplastado por el cuerpo de su enemigo, o lanzado por los aires.
   —Estuvo bien, pero debes saltar más alto y con más fuerza—dijo ella con un dejo de dulzura. No paraba de sentir pena por el aprendiz, pero por suerte logró ocultar esa emoción.
   —Sí, tiene razón—concedió Leónido—vuelve a probar.
   El atigrado asintió. Ya se había bajado del lomo de Celestino, y volvió a encararlo. Saltó otra vez, pero ahora con más fuerza. Cayó del otro lado, parado sobre sus patas traseras, y recordó el consejo de Garra Sombría, pues mantuvo la vista fija en un árbol cercano para mantener el equilibrio. En un abrir y cerrar de ojos, volvió a saltar y cayó en el lomo de Celestino. Le dió un par de manotazos y bajó otra vez, sin darle oportunidad de responder al ataque.
   —Mucho mejor, solo tienes que caer con más firmeza—dijo Leónido.
   —¿Puedo intentarlo yo esta vez?—preguntó Celestino.
   —Claro—respondió Garra Sombría.
   Zarpa de Pino se colocó cara  a cara con Celestino. El de ojos azules saltó bien alto y cayó sobre las patas traseras, y luego acabó de ejecutar el movimiento de forma increíble, para una primera vez.
   —¡Genial! Serás un gran guerrero—lo elogió Garra Sombría—ningún perro saldrá victorioso ante ti.
   El pequeño pegó un brinco de felicidad y luego continuaron entrenando. Al finalizar, ambos aprendices habían aprendido como dominar lo básico de aquella técnica, y emprendieron el camino de vuelta al campamento. El sol estaba descendiendo y Leónido propuso cazar un poco antes de volver, a lo que todos dijeron que sí. Tomaron un desvío hacia el Árbol de la Lechuza y allí se separaron, aprendices por un lado y mentores por el otro.
   Garra Sombría oyó un crujido y se agazapó. Se acercó cautamente y abrió la boca para olfatear. Captó el olor de un rollizo ratón de campo. Se aproximó moviendo las ancas hasta que vió al pequeño animalillo rebuscando entre las hojas crujientes y casi congeladas.
   Se acercó un poco más y pisó una ramita. El ratón salió huyendo hacia su escondite, pero la guerrera se apresuró a saltar y clavarle los colmillos en el cuello, dándole fin a la vida del roedor con un agudo chillido de terror. Lo tomó y enterró para luego continuar cazando un rato más.

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   Cuando acabó la cazería, el cielo se teñía gris y las primeras dos estrellas refulgían desde el cielo, casi cubiertas por las nubes. Cargados de presas, los cuatro gatos avanzaron por el bosque, solo iluminado por la luz de la luna y el sol al atardecer, que amenazaban con extingirse al llegar la tormenta.
   Llegaron al campamento y avanzaron hacia el montón de carne fresca. Celestino dejó dos ratones y un campañol, Zarpa de Pino un tordo y dos campañoles, Leónido dos urracas y un ratón, y Garra Sombría depositó tres jugosos ratones. Aquel día la cazería habìa sido estupenda.
   —Así que les fue bien—maulló Estrella Arenosa con los ojos brillantes clavados en las piezas recién llegadas.
   —Una cazería exitosa—respondió Leónido con satisfacción, mientras tomaba una urraca del montón.
   Garra Sombría tomó un ratón y lo devoró rápidamente. Luego se viró hacia donde estaba Flor Trigüeña, y recordó lo aue le había dicho. Se acercó con pasos inseguros y acabó plantada frente a la guerrera, que le hizo señas para que la siguiera. La guió hasta un extremo del claro, donde le indicó que se sentara.
   —Te vi hablando con Zarpa de Pino ayer—dijo la atigrada, llendo directo al punto.
   —¿Pasa algo?—preguntó Garra Sombría con voz temblorosa.
   —Sí—. Hizo una pausa y suspiró—tranquila. No estoy aquí para regañarte ni nada por el estilo. Estoy aquí para hablarte sobre él.
   —¿Qué fue lo que le dijiste sobre su padre?
   —Le conté que había muerto persiguiendo a unos proscritos fuera del territorio, y que lo habían guiado a una trampa para que un monstruo lo matara—contó con culpabilidad—tal vez debería haberle dicho la verdad.
   —Fue lo que consideraste mejor—la consoló.
   —Pues no puedo guardar el secreto por siempre—maulló—me gustaría que tú les explicaras a él y a Zarpa Espinosa lo ocurrido en realidad. Tú, después de todo, eres quien mejor entenderá sus sentimientos.
   Al principio no comprendió a qué se refería la guerrera, pero luego entendió que hablaba sobre su proscedencia de solitaria. Debía ser eso, pues Flor Trigüeña no debía tener idea sobre quién era su padre.
   —¿Lo harías por mí?
   —Claro—respondió, tratando de ocultar el nerviosismo en su voz.
   —Gracias—maulló la guerrera—hasta mañana.
   Garra Sombría, sintiendo que sus patas no le respondían, avanzó por el claro hacia la guarida de los guerreros.

   Garra Sombría, sintiendo que sus patas no le respondían, avanzó por el claro hacia la guarida de los guerreros

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   Arriba, Zarpa Polvorosa.

Días Sombríos #2 / Compañeros / Los Gatos GuerrerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora