Vuelta al pasado

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—11—

    ¡Qué cansancio, por favor! Después de una semana intensa de clases y de tardes en el Deessa, no sé cómo me he dejado convencer por Paolo para salir a cenar. Si lo único que quería era llegar a casa, darme una ducha y tirarme en el sofá, o bueno, seguir pegada como una tonta en la puerta de casa, mientras Ainhoa se burlaba de mí un rato más; eso tampoco me hubiera importado.

    Cuando las puertas del ascensor se abren, me sorprende ver a la susodicha frente a su casa. La oigo maldecir cuando las llaves se le caen al suelo y casi pierde el equilibrio al recogerlas.

    —¿Estás bien? —le pregunto poniéndome a su lado con rapidez y sujetándola.

    Y el olor a alcohol que le acompaña me da la explicación que necesito.

    —Esta puerta que es una mierda —se queja arrastrando las palabras.

    —Sí, ya, la puerta... Trae aquí —le digo quitándole las llaves y abriendo a la primera.

    —Gracias —suelta recuperándolas de forma algo brusca—, pero no necesitaba tu ayuda.

    Y al girarse se tropieza y pierde el equilibrio por un momento, aunque se sujeta en la pared y eso evita que acabe cayendo al suelo.

    —Anda, ven.

    Le paso un brazo por la cintura y la acompaño pasillo adentro, esperando que sea capaz de guiarme a su habitación y no tener que registrarle el piso entero.

    Su contacto me quema y los diez segundos de trayecto se me hacen eternos. Ese olor a cítricos que se percibe por encima de lo que intuyo debe ser whiskey, su piel caliente y el peso de su cuerpo recostado contra mí. Ni siquiera sé por qué puedo notar esos detalles tan a la perfección. Ainhoa parece tener predilección por las camisetas cortas, el contacto de mi mano fría en su cintura le ha erizado la piel y eso me hace querer acariciarla.

    Se deja caer sobre la cama con pesadez y la veo taparse la cara con ambas manos en señal de rendición.

    —Oye, ¿estás bien? —le pregunto preocupada, porque siempre ha dado una imagen de tía dura y ahora está absolutamente descompuesta.

    —No.

    —Si necesitas hablar...

    —Con quién, ¿contigo? —suelta con cierta mofa.

    Y eso me cabrea, porque vuelve a ser la estúpida del primer día y encima yo estoy aquí tratando de ayudarla.

    —¿Ves a alguien más en esta habitación? —le digo exasperada.

    Y algo debe notar tras todas las copas que lleva encima porque por primera vez en lo que va de rato me mira a los ojos con seriedad y se incorpora.

    —¿Qué quieres que te diga, Luz? ¿Que después de dos años he vuelto a tener noticias del desgraciado con el que me casé y eso me ha jodido de nuevo la vida? —suelta con rabia.

    Y con esta pregunta me deja descolocada, porque no tenía ni idea de que estuviera casada, pero intento recomponerme deprisa y estar a la altura.

    —No te hacía del tipo de mujer que se hunde por problemas amorosos con su marido —le digo tratando de recuperar a la Ainhoa que me ha estado enseñando los dientes desde el principio.

    Porque enfadarla me parece mejor idea que compadecerla en estos momentos. Y funciona más de lo que pretendía o es que he metido la pata hasta el fondo porque me mira como si quisiera aniquilarme.

    —Ex-marido —me corrige con un tono grave y realmente cabreada —, y no tienes ni puñetera idea. Ese tío está en la cárcel por maltratador, pero la justicia de este país es una basura tan grande como él y lo quiere soltar por buena conducta. ¿Eso te parece suficiente para que el tipo de mujer que crees que soy se hunda? Venga, ¿vas a seguir jugando a que entiendes de qué va todo esto?

    Y esas declaraciones me hacen sentir totalmente estúpida, como si me hubiese dado un par de bofetadas de las grandes. Ni siquiera sé qué decirle pero lo único que se me ocurre es disculparme.

    —Dios, lo siento Ainhoa, soy una bocazas. No tenía ni idea de que podía ser algo tan grave y no quería que pensaras que te estaba tratando con pena, odio que lo hagan conmigo —le confieso intentando justificarme—, pero he estado totalmente fuera de lugar, lo siento muchísimo.

    —No, si la culpa es mía —dice riendo con cinismo—, no sé qué hago contándole todo esto a la niñata de la puerta de enfrente. Vete, anda.

    Y no sabría decir si me molesta más su resentimiento, su dolor o su insulto, pero lo siento como un golpee de los fuertes justo en el centro de mi pecho.

    Se deja caer sobre la cama con cansancio y coloca uno de sus brazos por encima de sus ojos, supongo que en un intento por desaparecer y no tengo ni la fuerza ni la valentía para decirle nada más.

    Cojo mi bolso y me marcho a casa con una sensación horrible en el cuerpo.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora