Especial 1.0: El impresionante arte de triturar cabezas contra el suelo

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Especial 1.0: El impresionante arte de triturar cabezas contra el suelo


Alexander Hound se detuvo frente a una puerta de madera simple que demarcaba el final de un amplio corredor. Había otras tantas, todas igual de sencillas, separadas por la misma distancia en diversos puntos del pasillo, cosa normal al tratarse de un hotel. No era precisamente lujoso ni acogedor, pero al menos servía como último punto de descanso antes de cruzar la frontera del ducado Drachidae. Era de conocimiento popular que movilizarse por el territorio de aquellos nobles dragones nunca resultaba una tarea sencilla. A menos, claro, que se contara con los recursos económicos necesarios para satisfacer su eterna avaricia.

Sin darle mayores vueltas al asunto, Alex usó una llave para abrir la puerta e ingresó al interior. La estancia contaba con un baño, un par de habitaciones individuales y un angosto pasillo que conducía a una minúscula sala. Precisamente en ese último espacio encontró a Nirvana, sentada en un ancho y desgastado sofá, ordenando algunas cosas en su maleta. La chica dirigió una fugaz mirada al recién llegado, pero continuó inmersa en su tarea sin pronunciar palabra alguna. 

—¿Dónde está tu hermano? —preguntó Alex, luego de unos tensos segundos de mutismo—. ¿Ha salido otra vez?

—Dijo que necesitaba ir a cobrar ciertos favores a sus antiguos conocidos.

—Me sorprende que tenga tanta energía luego de dormir aquí en la sala. —Se calló por un instante—. ¿Y quiénes serán esos conocidos? No nos conviene mucho llamar la atención, aunque nunca viene mal contar con algo de ayuda.

—Sí, supongo.

Alex suspiró. Nirvana lo había estado tratando con esa misma frialdad desde lo sucedido en la central de la Corporación Ethereal. Si bien su actitud no era precisamente hostil como durante sus primeros encuentros, representaba un problema muy molesto que, en el peor de los casos, podría agravarse con el tiempo. El joven Hound guardaba sospechas de cuál podría ser la razón detrás de aquello, así que decidió aprovechar la situación para arreglar las cosas. O, por lo menos, intentarlo.

—Escucha, Nirv... —Se aclaró la garganta, pensando en cómo abordar el tema—. Tal vez no sea el mejor momento para decirlo, pero soy consciente de que me culpas por la muerte de Samsara...

—¡No es así!

La chica se había levantado de golpe. Su rostro reflejaba una profunda angustia y sus ojos dorados se humedecieron al cruzarse con los del noble.

—No es así... —repitió con la voz quebrada, en tanto bajaba la mirada—. Yo sé que Sam siempre estuvo dispuesta a sacrificarse por Sheol y por mí... tal como sucedió hace más de veinte años. También sé que, incluso de sobrevivir, no habría disfrutado de una buena vida. Parecía haber recuperado sus recuerdos y su personalidad, pero seguía siendo una necrólito... Ni Cruz Negra ni los Samlesbury la habrían dejado en paz... —Volvió a observar a Alex—. Es solo que... Me alegra que hayas decidido venir conmigo, pero...

El joven Hound, impactado por todo lo que acababa de escuchar, no supo muy bien qué podría responder. Si la muerte de la necrólito no era el motivo de la frialdad de Nirvana, entonces realmente no tenía ni idea de lo que sucedía. Y eso le daba muy mala espina.

—¿Pero...? —preguntó, con cierta duda.

—¿Realmente las cosas están bien? —Nivana se frotó los ojos—. Como ya dije, me agrada viajar contigo, pero... —Suspiró—. Siento que te estoy arrastrando a un problema que se hace cada vez más grande y peligroso. No quiero que te suceda nada malo por mi culpa y... A veces pienso que sería mejor que regreses a tu vida normal...

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