Capítulo |28| -Sola.-

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-Quería tirar todo lo que encontraba, quería arrancarme los pelos de la cabeza, quería gritar, quería... quería.-

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Estaba cansada, después de conocer tanto, ver tanto, y hablar tanto.

La reina. Que había descubierto que no se llamaba así, sino que, este era el nombre por el cual se le llamaba por respeto y reverencia. Y que su nombre de verdad era Estella Rosalind.

Me había explicado tantas cosas ese día, en tan poco rato, mientras mi bebé dormía ahí, al lado mío, como dijo ella; como un ángel.

Después de darle leche, me había dicho que debía de sacarle los gases, y al no saber, me explicó, y después de su explicación lo puse en práctica, mientras yo le daba pequeños, delicados y suaves golpes en la espalda, pude escuchar a mi bebé eructar, y hasta eso me pareció hermoso, divino, algo que sencillamente quería escuchar siempre. También me explico sobre... me dio mucha pena y vergüenza hablar de eso con ella, pero me había dicho que no podía tener relaciones de esposos -aunque lo dijo con otras palabras, solo que a mi me gustaba más decirle así.- durante cuarenta días, me dijo que a eso se le llamaba cuarentena y que debía respetarla para poder sanar ahí abajo rápido. Y aunque yo no sabía los que eran cuarenta días, ella me había explicado que eran muchos, muchos y muchos días. Y me alegré, porque en verdad yo deseaba desde hace tiempo, dejar ya de hacer eso. Porque lo único que hacía, era llorar. Porque dolía, y ellos por nada, pero por nada, nada de nada, se detenían. Eso era como algo sagrado para ellos. Algo sencillamente interrumpible.

Me había enseñado a cambiar el pañal sucio de mi bebé, y yo solo arrugué la cara, eso... bueno, era de mi bebé, y yo lo haría con gusto. Y después él volvió a dormir. Y ella me explicó que los bebés, así de pequeños, solo duermen, comen, y lloran. Y nada más. Y que debía de cuidarlo con mucho celo. Y mientras todos hablaban entre ellos, ella se acercó a mi, y con cara de tristeza, me dijo que por favor. Que cuidará de su nieto con mi vida, y que ni tan siquiera le picara un mosquito. Que ese bebé le había devuelto las ganas y la alegría que ella pensaba que tenía perdida. Y yo por mi parte no supe que hacer, o decir, solo asentí. Mientras ella... con lágrimas en los ojos me abrazada. Fue algo extraño, y lindo.

También había conocido a la familia de Jeremiah. Presentándome a su padre, con el cabello tan rojo como él, y a sus hermanos, que eran cuatros y uno, -el mayor- se parecía bastante a él, tanto que me sorprendió, porque hasta la barba las tenían iguales. Lo único que los diferenciaba, era que en vez de tener el cabello rojo como Jeremiah, lo tenía como... popó, al igual que sus hermanos. Y después encontrándome con unos ojos amarillos. Los ojos de su mamá. Me explico que ella no debía de estar ahí, -Jeremiah- pero le pareció injusto que todos conocieran a su bebé, menos su mamá.

Y al final, se despidieron de mi para prometer que iban a volver pronto, a ver crecer a su nieto, y a su sobrino.

Yo por mi parte, solo quería dormir, dormir mucho.

La rein... Estella me había dicho, que mi única preocupación era darle seno a mi bebé, mantenerlo sano, limpio y feliz, y cuidarlo con mi vida y un poco más, y nada. Así que en vez de dejar a dos chica, antes de irse, dejo cinco.

Cinco chicas para que hicieran todos los quehaceres de la casa, mientras yo me quedaba en cama a cuidar de mi bebé. Solo eso. Parecía algo irreal. Y de verdad quería disfrutarlo.

Y el señor, ese abusador, aquel que hizo llorar a mi bebé, aquel que lo lastimó, le puso algo en el pedazo que yo por miedo de lastimarlo, lo dejé ahí. Diciendo que esa parte iba a caerse solo, cuando se secara. También había dicho que mi bebé estaba sano, fuerte y saludable.

El pecado de ser mujer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora