—¿Entonces, empiezo a trabajar contigo esta semana? —preguntó Paula desde la llamada al otro lado de la línea.
—Sí, si te viene bien, puedes empezar el miércoles, así me das tiempo a organizar los horarios y poder planificarlo bien. El horario de entrada es a las diez, ya te pasaré lo demás al WhatsApp.
—Perfecto, cuenta conmigo —respondió enérgicamente —. Mil gracias por conseguirme este trabajo aquí contigo, Alana.
Sonreí con el móvil en la mano.
—De verdad que no es nada, realmente eres tú la que me está haciendo un favor, no te haces una idea de cuanto necesito a alguien aquí conmigo.
—Yo me ofrecí de voluntario para trabajar contigo, pero no quisiste aceptarlo —intervino Silas mientras se paseaba por el pasillo de la tienda.
Puse los ojos en blanco ante su comentario, pero sin perder la sonrisa.
—Tú y yo no podríamos pasar ni media jornada juntos en este local —admití con diversión.
Una mirada perversa de Silas hacia mí hizo que un calor me recorriera el cuerpo.
Sí, definitivamente este hombre y yo estando juntos aquí haríamos cualquier cosa menos trabajar.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Paula desde la llamada soltando una risilla.
—Bueno, ya te iré diciendo todo al WhatsApp. Y gracias de nuevo, Pau.
—Gracias a ti, chica. Te dejo.
Colgué la llamada sintiendo como Silas caminaba hacia mi dirección y se colocaba detrás de mi espalda. Sentí su respiración sobre mi cuello.
—¿Lista? —preguntó Silas susurrando sobre mi cuello. Por acto reflejo, incliné mi cuello hacia un lado para darle más acceso. Sus manos me rodearon por la cintura.
Estábamos los dos solos, con la tienda medio cerrada porque ya era mi horario de plegar.
—¿Lista para qué? —pregunté sin saber cuál era el plan que proponía.
—Te tengo una sorpresa.
Me giré de la impresión para verlo de frente con el ceño fruncido.
—¿Una sorpresa?
Los labios de Silas se curvaron hacia arriba a la vez que acercaba su rostro al mío.
—Sí, pequeña gruñona, una sorpresa.
—¿Cuál? ¿A dónde?
—No seas impaciente —me guiñó un ojo —, ya lo verás por ti misma. Pero démonos prisa, no quiero que nos perdamos el atardecer.
Ante mi cara de confusión Silas lo único que hizo fue sonreír y sacarnos de mi trabajo.
Mientras íbamos de camino en el tesla de Silas, las dudas en mi cabeza no se disipaban. ¿A dónde me llevaba? ¿Cuál era la sorpresa? Mi pierna derecha no paraba de temblar de arriba abajo sobre el asiento de copiloto mientras Silas conducía echándome miradas de soslayo.
La paciencia definitivamente no era mi fuerte, y saber que íbamos a un destino que desconocía me generaba ansiedad, pero a pesar de ello, me entusiasmaba pasar tiempo con él y eso hacía que mis nervios se calmaran.
Viendo el paisaje por la ventana solo podía pensar en que iríamos a la playa. Conducíamos por la montaña entre las costas de Sitges y Vilanova, hasta que en algún punto se desvió entre la carretera de la montaña hacia un terreno privado al que nunca había ido. La confusión no hacía más que crecer. ¿Hacia dónde me llevaba?
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El día que aprendí a amarme
Novela JuvenilAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...