La colina

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Chico

El fresco viento de la tarde movió sus largos y oscuros cabellos, formando ondas que se movían por su delgado y frío rostro. Extrañamente sentía su cuerpo húmedo, como si hubiera salido de un baño y se hubiera cambiado sin secarse; podría ser el sudor por recibir directamente los últimos rayos de sol.
Ahí, sentado en la cima de colina debajo de dos árboles, no sabía cuánto tiempo había pasado admirando los colores cálidos del cielo, ni siquiera recordaba cómo o porqué llegó a sentarse en ese lugar, en la hierba, recargado en uno de los troncos, con el río colina abajo y parte de la ciudad a sus espaldas.
Su mente se perdió una vez más en los sonidos a su alrededor, el viento soplando delicadamente entre las hojas de los árboles, a lo lejos el gentil caudal de un río crecido por las lluvias pasadas, pero nada más… no podía escucharse ni a si mismo gracias a la tranquilidad de ese lugar.
Unos pasos ligeros lo sacaron de su estupor. Giró su cabeza y pensó en el inusual paso del tiempo sobre su cuerpo, como si hubieran pasado meses desde que se había movido pues su cuerpo estaba rígido, le dolió el cuello y soltó un leve gemido.
-“Ya estoy viejo”-. Pensó divertido mientras seguía con su tarea de incorporarse.
A sus dieciséis años era un chiste pensar, si quiera, en alcanzar cualquier grado de madurez. Aún así, todo su cuerpo no cooperó en esos movimientos, extrañamente le pesaba demasiado.
Era tiempo de volver, ya habían pasado…
¿Cuánto tiempo pasó desde que se quedó ahí?
Le preocupó no conocer la respuesta.
Las pisadas a lo lejos tomaron forma de una bonita chica, cabello castaño que caía sobre sus hombros, delgada figura cubierta por pantalones y abrigador suéter, a pesar de ello, creyó haberla visto temblando; en su espalda cargaba una mochila. Venía de la escuela.
La visión de la chica le hizo replantear su aspecto, por algún motivo no quería verse mal ante los ojos de ella, quizá por vanidad, quizá por atraer su atención, pero se buscó en los cristales del edificio de enfrente, pasando la calle. Todo un ventanal le devolvió su reflejo y se quedó quieto. Frío.
¿Ese era él?
¿Ese escuálido, sucio y pálido reflejo era de él?
No podría ser. Jamás habría salido  con ese aspecto. ¿Estaba enfermo? No, no sentía nada en su cuerpo más que aquel pesar, rigidez y el dolor en su cuello. De ahí, nada.
La chica se acercaba frotando sus manos de vez en cuando y parecía no darse cuenta de su presencia. Estaba bien, así le daba tiempo a esconderse en los troncos y dejar que pasara.
¿Cómo se había puesto así? ¿Qué hizo en la tarde?
Su mente viajaba; o más bien intentaba recordar cómo había llegado ahí.
Nada. Como si hubiera pasado una eternidad sentado admirando el cielo y perdiendo la noción del tiempo. No recordaba nada.
Su cuerpo se puso frío, helado. Debía regresar a casa y decirle a su madre que estaba bien.
¿Qué tanto tiempo había desperdiciado?
Luego, tras ese pensamiento, el último rayo de luz desapareció de cualquier superficie y todo se oscureció.
Vio a la chica acercarse a la cima de  la colina, estaba casi por llegar a su altura y él seguía preocupado por no ser visto y por su falta de memoria. Volteó rápidamente hacia los ventanales, iluminandos por los postes de luz y su reflejo era aún peor. Escondido tras los árboles parecía un enfermo pervertido; juró ver gotas cayendo de su cabello, pero no se detuvo a analizar, sólo se escondió aún más entre las sombras.
En cuanto la chica desapareciera, él saldría y llegaría a casa… ¿Dónde quedaba su casa?
A sus espaldas un ruido, una pisada en la hierba más abajo lo alertó…
Su memoria comenzó a trabajar y con ello, la impresión de su corazón a punto de salirse de su pecho.
Ya había sentido eso, ese miedo. Volteó y miró colina abajo, ahí donde los arbustos se juntaban, de donde venían las pisadas y vio una sombra asomándose sigilosamente. Vio la sombra.
Bastó un rayo del poste de luz sobre ese rostro para que su memoria regresara peligrosa y dolorosamente.
-“¡No por favor, déjame ir!”
Era su propia voz, desesperada y aterrada, la que hacía eco.
Todas las imágenes regresaron poniendo sus ojos cristalinos, dejando un hueco en pecho.

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