De las historias sobre amor y sangre
Capítulo 1
El hombre que una vez fue
El vino estaba inquieto. Su oleaje dentro de la botella medio vacía, resultado de un violento golpe seco en la madera, formó un efímero remolino rojizo que bañó el vidrio por el interior. Miraba concentrado la botella que reflejaba todo lo que se encontraba alrededor: unos platos, varias cuberterías incompletas, vasos, jarras, pan, carne y, más allá del borde de la mesa, numerosas siluetas deformadas por las curvas de la propia botella. Bailaban o yacían dependiendo de su ebriedad. Los exiguos sobrios allí presentes eran los violinistas y el pianista, que tocaban con torpeza una vieja pero alegre melodía, aunque la versión que él oía era difusa como su visión a través del cristal gris. Se vio a sí mismo mas no se reconoció. Si afinaba los ojos, apreciaba un mostrador situado en semicírculo junto a una de las cuatro paredes. Estas se alzaban sobre el término reflectante de la botella provocando que, desde su punto de vista, los muros pareciesen continuar creciendo sin fin, ocasionando la ausencia de techo. Escapaban de los límites del vidrio como cerveza desbordándose de su jarra.
—Uuuh, cómo me gustaría, ¡hip!... que existiese una jarra, ¡hip-hip!... imposible de colmar. —Escuchó a un hombre junto a él, que pareció desmayarse en cámara lenta tras alzar su cerveza.
Al continuar observando, se percató de que las paredes lucían cuadros incoloros como las flores que reposaban en el jarrón del mostrador. La puerta, alargada verticalmente de manera exagerada, se abrió despacio, y la luz penetró la sala sombría. Ahora había demasiada luminosidad como para poder ver lo que allí sucedía solo mirando la botella. Esta le deslumbró cuando el rayo apuntó directo a su retina. Escuchó los bramidos distorsionados de los caballos que reposaban fuera del local, confundiéndolos con los rugidos de dragones defensores de sus nidos.
—Remi... Remi... —Una voz lejana lo llamaba y, como el prisionero de la cueva platónica, se liberó de sus cadenas oníricas. Volvió en sí ignorando las imágenes mentirosas, justo antes de que le vertiesen un cubo de agua fría en la cabeza.
—¿Eh?, ¿cuánto tiempo llevo dormido? —preguntó, desorientado. Se encontraba sentado en el suelo, apoyado en una pared.
Quien lo llamaba, de pie y justo frente a él, esbozó una mueca de desaprobación. Todavía era incapaz de reconocer el rostro de esa persona que lo había despertado.
—Desde ayer por la mañana. —Una voz femenina le respondió con un tono algo airado.
El rápido vaivén de sus pálpebras cesó y se contuvo con la mirada fija. Enfocó el rostro difuminado.
—Uuuf. —Se desperezó en el sitio y estiró sus brazos hacia los lados—. Parece que la fiesta estuvo realmente bien. No recuerdo nada de lo que pasó.
La mujer que lo despertó retrocedió unos pasos, pegando pisotones. Colocó uno de sus puños contra la cintura, mientras mantenía la mueca de disgusto. Era de estatura media, pelirroja y pecosa. Vestía un delantal blanco y portaba una escoba en la otra mano, cuyo palo apoyaba sobre su hombro de tal forma que la cabeza del cepillo quedaba por encima de ella y tras su espalda. Estiró hacia arriba el brazo con el que sujetaba el mango, y el cabezal descendió a modo de balancín. Con maestría, rotó la escoba un par de veces a una gran velocidad usando sus dedos como eje de giro. Finalmente volvió sobre sus pasos y desplegó el brazo hacia Remi, mostrándole la escoba.
—Te toca barrer.
—¡A sus órdenes, mi señora! —respondió con ímpetu.