El general Conisa siempre estaba listo para morir.
Siempre, desde mucho antes de unirse a la guardia real de Wendill. Empezando como un simple lacayo, ascendiendo en posición por su trabajo y lealtad, parte de su juramento era entregar la vida por su majestad.
El juramento no había cambiado ni un poco en esos años y su palabra tampoco había flaqueado.
Claro que estaba dispuesto a entregar su vida por el reino como todo súbdito debía hacer.
Pero.
Bueno, no debía contar como un 'pero'. Hacía bien su trabajo, mantenía a los soldados en forma, el orden era estricto, los malditos delincuentes de la aldea Clomala sólo se atrevían rondar por ahí atemorizantes y malotes porque tenían miedo de que el General un día se aburriera y decidiera desaparecerlos para siempre.
Todos los días rezaba, ayudaba él mismo a patrullar los límites del reino, era la mano derecha del rey y hacía su mayor esfuerzo para guiar al joven príncipe en su camino al trono.
Sin embargo, nadie en esta vida podía ser tan bueno, hasta Sebastián el marcado favorito de todos tenía sus deseos egoístas, este general con poder y reputación, claro que tenía sus secretos.
No habló directamente con su amigo, pero recibió a su gente y los acompañó a donde decían, era la casa de los sospechosos.
Dos personas salieron temprano y se mezclaron en la multitud, para el verdadero amanecer solo habían encontrado a uno que ingeniosamente logró escaparse, del otro, el paradero era desconocido.
Pese a la buena relación con el pueblo, el General Conisa tuvo que aceptar que no conocía a quienes habitaban ahí y claro que el tesorero nunca se lo dijo, eso era parte del trato, incluso ahora solo le podía comentar sobre "unos deudores" que tenía que visitar.
—Señor, ¿encontró algo?—preguntó el subordinado con la cabeza abajo.
—Es cuando menos curioso que esta sea la única habitación vacía y el rastro de magia estuviera en el otro lado.—comentó con simpleza, miró a un pajarito que acababa de entrar por la ventana.
Hasta que el tesorero Freman tuviera más información no había nada que pudiera hacer, salvo descartar algunos sospechosos, y él era perfecto para entrar en los registros del castillo, solo esa vez y no lo haría de nuevo.
—Hagan que todo parezca un robo.
Sebastián se levantó a una hora adecuada, pese a solo haber descansado un par de horas en intervalos cortos, se despertó poco antes de las cinco.
Fue a su bolsa que no había querido desempacar por si acaso y buscó un cambio de ropa, apenas y llevaba lo suficiente por lo que tendría que lavar ese día.
Mientras removía el interior sacó varias de sus cartas, muchas arrugadas por la manera tan abrupta en la que las había metido.
Pensando en ordenarlas después las arrojó de nuevo al bolso y comenzó a prepararse, eso hasta que el objeto se movió repentinamente y cayó al suelo.
Sebastián miró al bolso con casi todo salido por la abertura, pero estaba más ocupado pensando en la punzada de dolor en su mano, no era tan fuerte como el ardor de la última vez, pero ahí estaba su mano adormecida y temblando con cada estiramiento que hacía.
Fue al primero a quien buscó Mariska, si no asistía a tiempo ya no debía preocuparse con sus listas y podía proceder al segundo plan que había hecho sin él, es decir, el plan ordinario.
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El último brujo del valle Arjustem
FantasySebastián y Nathaniel, dos inseparables amigos descubren una terrorífica verdad oculta de la historia, los brujos existían y ellos... ¿Dónde están? La tragedia de ese día se mantuvo oculta de las nuevas generaciones hasta ahora y estos chicos solo l...