Bajó con fuerza el monitor de su laptop, no podía creer que su cabeza estuviera en blanco. En lo que sólo se podría describir como un gesto de frustración, volvió la cabeza hacia el suelo y contempló las hojas arrugadas, las que estaban partidas a la mitad, las plumas con las tintas chorreadas y el lápiz que se partió en dos cuando lo lanzó con furia hacia la pared. Lo había intentado todo, incluso en algún punto de la noche tomó su celular para escribir en forma de mensaje de texto, pero las palabras no aparecían frente a sus ojos, sus manos no lograban teclear plasmando todo lo que le atormentaba la imaginación.
Al poner la primera hoja en blanco sobre el escritorio, lo sintió venir... ese espacio gris que se interpone entre la lógica y la creatividad; estaba todo ahí, sabía lo que quería que fuese el resultado, pero sus dedos se volvieron inválidos tras escribir las primeras líneas.
Primero, la tinta parecía correrse, luego, el color del papel no era el adecuado, después en la computadora, la pequeña rayita que parpadeaba frente a sus narices parecía burlarse, hasta parecía perder el ritmo en ocasiones. Había intentado contar las veces que hacía su burlesco parpadeo, pero cada vez que lo intentaba, terminaba coordinando el conteo con la rayita como si los segundos fueran contados por la rayita misma, una burla.
-¡Aire!- gritó, sin temer despertar a quien pudiera oírle. Lo que necesitaba era aire, salir, caminar un rato. Como si estuviera teniendo un súbito ataque tomó su chamara gris la del cierre largo y capucha, sus audífonos, su teléfono y se puso los tenis sin preocuparse por buscar unos calcetines, nadie se fijaría en los detalles a las 3:10 de la mañana.
¡¿Tres y diez?! La última vez que había mirado el reloj se había sorprendido de ver que habían pasado de ser las 6:40 a las 11:34 en lo que se sentían como veinte minutos.
Bajó las escaleras con pocas ganas, miró hacia la cocina como si fuera a encontrar alguna respuesta pegada en el mueble café, descolgó sus llaves de la pared y salió por la puerta principal aun sin pensar en cuánto ruido estaba haciendo ni a quién pudiera despertar.
El frío de la madrugada hizo que se le erizara la piel.
-Tal vez debería volver por una chamarra más gruesa.- Pensó (o dijo) mientras caminaba hacia la reja sintiendo que su mandíbula hacía que sus dientes castañearan. –Nah, ni me voy a tardar tanto.
Una vez en la baqueta, paró un segundo para escuchar la quietud del ambiente. Volteó a ver las casas de junto, apenas y se veían, estaban sumidas en la oscuridad y quietas, los vecinos dormían dentro de ellas.
-Si no tuviera este bloqueo, también estaría durmiendo- pensó, pero le era imposible conciliar el sueño. Llevaba tres noches en vela, la primera fue por gusto, había recibido LA visita. Aún podía sentir el sabor del café tibio, el sabor de sus labios, el calor de su piel contrastando con el frío de la noche. En la segunda noche, no le dejó dormir la melancolía, la embriagante sensación de extrañar un lugar en el que no se ha estado nunca, la desesperación de no saber si algún día dejaría de sentirse así o si el tan anhelado lugar siquiera existiese.
Esta era la tercera, o más bien el inicio de lo que tal vez terminaría siendo la cuarta. Era sábado, lo que significaba que tenía algunas horas para deambular por las calles sin encontrarse con mucha gente hasta que empezaran a salir los madrugadores corredores de los que había escuchado, pero nunca visto. ¿Qué más da? Ni le iban a reconocer.