Monólogo de un Tonto I

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Si de verdad estuviera dispuesto a darles a conocer el comienzo de esta interminable historia, entonces no podría solo fingir una vez más que nunca existió. A pesar de que me he esmerado en categorizar toda su vida tanto como su crónica en una tontería sin significado. Tal broma exagerada y simplona que estuvo recatada de victimismo barato; en eso se basaba el hombre cuyo nombre correspondía al de Mercurio Holigan, pero al hablar sobre él acabaría irremediablemente teniendo que hablar acerca de ella, lo cual quisiera evitar si les soy honesto. ¿Por qué siquiera mencionarla, entonces? Bueno, supongo que es porque no quisiera caer en una paradoja. Esa es otra crónica.

Cuando oí hablar de él por parte de aquel delirante hombre que se guiaba por una voz que provenía de los cielos (que como portavoz se esforzó en convencernos de que sus profecías de verdad ocurrirían, así como la verdad de la existencia que creía como un dogma irrefutable), pensé que definitivamente, alguien como Mercurio no tenía ninguna relevancia.

Y sin la necesidad de confirmarlo, la existencia se burló de mí. En un callejón alguien se me presentó como un anormal. Surgiendo de la noche algo se me presentó como una rareza. Tendido en el río aquello se me presentó como una entidad.

Va más allá de un cuento fantasioso, o un relato escrito para complacer la imaginación humana. Se convirtió en una crónica en la que muchos personajes que podrías categorizar como seres de leyendas o de la cabeza de un total demente. Una serie de hechos vividos, presenciados y escritos para preservar el infierno que se vivió. Donde comenzó.

Y en ella estaban las entidades.

Como lo dije, esta crónica donde no era el protagonista, la comenzó un hombre. No, sería mejor decir que la comenzaron aquellos dos.

Si de verdad esos siete eran una profecía personificada, de entre todas, esa excentricidad devoradora seguramente era el más débil de entre los más fuertes. No es por desprestigiarlo, pero su deseo era el más blandengue de entre todos ellos. No cabía mejor descripción en él que decir que era el que menos importaba, sí. Sin duda alguna él era el que tenía menos importancia, y, aun así, su existencia fue lo suficientemente pesada para aplastar y deformar la superficie de mi frágil vida humana.

No sabría cómo abordarlo, honestamente. Algunas memorias me vienen a mí como un destello fugaz; ilustraciones de los eventos que ocurrieron en aquel entonces, como si se trataran de pinturas que trataban de contar con sus paneles una historia inconclusa. De todos modos, rescatando algunas de las memorias, y si me pidieran describir a aquel hombre, lo describiría sin duda alguna como alguien que le gustaba devorar la estabilidad de uno para adaptarla a su propio entorno. Alguien que le sacaba ventaja a la tragedia en la que otros estaban y la usaba a su provecho; creo que a esa clase de personas se les denomina unos desgraciados. Sin embargo, desafortunadamente para mí esa palabra no describía por completo a Mercurio, era cierto que él tenía un complejo, un pasado que arrastraba consigo y era incapaz de separarse de él, puesto que hacerlo significaría negar toda su vida entera.

Probablemente ahora que lo pienso, era una cuestión de existencia en vez de poder, o superioridad alguna. Este... ¿El Devorador...? ¿No? ¡Ah, Mercurio! Gustaba de ocupar el trono de los reyes; se trataba de un usurpador que se sentaba en el trono, disfrutaba unos días de las riquezas, mujeres, poder y beneficios a su disposición, y luego de entender que, eso solamente lo volvería condescendiente, al girarse a mirar a la cima, encontraba otro trono más arriba que él, y en sus venas algo hervía. Algo dentro de sí le decía «¿Por qué no lo tomas?».

No lo motivaba la avaricia. Tampoco lo hacía por tener algo como un complejo de rey. Ni mucho menos la obsesión al poder.

No es que guste de defenderlo, sin embargo, la verdad era que ninguna de esos mundanos motivos lo motivaba hacer lo que hacía. Un motivo mucho más humano, y era eso lo que odiaba. Ser humano.

Ahora seguramente, se preguntarán en que cabía yo. Me sigo preguntando lo mismo, al día de hoy. No me enorgullece decir que... ese tipo fue quien en primer lugar su deseo, o su tendencia fue la que acabó por serpentear desde mis piernas hasta el cuello. Ahogándome. Sin darme cuenta, él es a quien culpo de haberme sumergido en el abismo, y la que terminó de adentrarme no fue más que ella... Suena gracioso. ¿Olvidarla cuando sin ella me sería imposible de narrar esta crónica? ¡Pero no! ¡No pienso hablar de ella! ¡Ni siquiera diré su nombre! Era alguien mucho peor que ese hombre, y me costó caro no haberme enterado de ello antes de cuenta.

Supongo que si hablamos de ella, no... ¡No lo haré! ¡No lo haré! Hacerlo provocaría que de verdad recordara todo lo que ocurrió. Si tuviera que nombrar a un protagonista, sería a ella. Sí, aquella niña era la protagonista de esta historia.

Al querer hablar con franqueza, supongo que terminé cayendo de nuevo en una mentira. La verdad es que lo recuerdo con claridad, todo aquello. A ella más que nadie... ¿Cómo? ¿Me olvido de alguien?

No lo he hecho, pero no le hallé caso hablar de Selene puesto que ella no se basa solo en una crónica, no. Su historia es mucho más profunda y resaltante que la de cualquiera, no me equivocaría al decir que todos estos documentos cumplen el propósito de contar su desarrollo. De principio a fin.

Selene era...

¡Ah, cierto! ¿Mercurio, era su nombre...? Por favor, no me malentiendan, nada cambia aquel hecho. Mercurio Hanigan era alguien intrascendental.

O bueno, tal vez sea solo yo que ya no lo recuerdo...

El Abismo de las Entidades: Aka SavantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora