Prólogo.

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Bianca miró el reloj que colgaba en la pared de la habitación de su amiga y dio un brinco, eran casi las diez de la noche. Supo que era momento de irse, por lo que se despidió y partió rumbo a casa. No sin antes echar un vistazo a su teléfono, sorprendiéndose al no tener llamadas perdidas de su madre aún. Sin embargo, eso no le aseguraba que no habrían problemas una vez que pusiera un pie ahí.

Pensó en tomar un atajo. Debido a que estaba acostumbrada a vivir en barrios que a la gente común solían darle miedo, se despreocupó por completo. Avanzó por un callejón, salió por una calle desconocida para ella. Soltó un suspiro al darse cuenta que sí se le erizaba el vello de los brazos y sintió que cualquiera podía estar observándola en ese momento. Los faroles casi no alumbraban, la gente se agrupaba fuera de sus casas y le echaban un vistazo mientras ella intentaba disimular que estaba nerviosa. Se detuvo un momento, era tiempo de subirle el volumen a sus auriculares. Fue entonces cuando su celular cayó al piso y sintió unas manos extrañas en su cintura. Un escalofrió la recorrió completa, algo no anda bien.

Levantó la cabeza y se encontró con cinco hombres a su alrededor, uno de ellos ya se había atrevido a tocarla. Quiso vomitar. Estaba perdida. Intentó empujar al que comenzaba acercarse a ella, pero fue inútil. Él era más grande que ella.

— ¡Por favor! —suplicó, lo único que recibió fue una carcajada macabra a la altura de su oreja—. ¡Suéltenme!

De un momento a otro, terminó siendo empujada hacia el mismo callejón que la llevó hasta allí en primer lugar. Todos ellos estaban encima, parecían desesperados. Por un momento se le ocurrió que quizá rendirse era su mejor opción, después de todo, nadie podía escucharla y seguramente si lo hiciera tampoco se entrometerían. El pánico la inundó, los observó unos segundos y supo que no había algo que pudiera hacer.

Cerró los ojos, aceptando el jodido final. Sabía lo que estaba por venir. Estaba esperándolo. Sin embargo, lo único que escuchó fueron unos golpes y luego silencio. Dudo en mirar, pero terminó haciéndolo de todas maneras. Dos desconocidos entraron a escena, sólo que aparentemente eran los buenos. En cuestión de segundos sólo estaban ellos y ella.

Estos hombres estaban examinándola, preguntándose si estaba bien.
Pese a que fueran dos, clavó la vista en el que estaba frente a ella. Fornido, atractivo, estaba inmovilizándola con esos ojos azules que probablemente en situaciones normales la tonalidad sería suave pero en ese momento se tornaron oscuros, llenos de una rabia contenida que la sorprendió. Tragó saliva.

Bianca se cubría el cuerpo con las manos, sabía que se encontraba en una gran desventaja con semejante hombre de pie junto a ella. Aún así, los ojos de él no se movían de su rostro. Abrió la boca para decirle algo y él se le adelantó, hablándole a su acompañante.

— Llévala a casa, colega —escucha, mientras él gira sobre sus talones y le da la espalda—. Asegúrate que llegue a salvo.

Su compañero asiente, él sale del callejón.
¿Quién demonios era ese?

Sangre y traición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora