Aún recordaba el olor de su piel. Tan particular. Ese olor que se instalaba en mi mente, en mis recuerdos. El olor que perduraba en la punta de mi nariz.
Me dirigí a su casa con la mente en blanco, no recuerdo pensar en nada. Mediados de Julio, once de la noche. Dos grados. El frío penetraba mis poros y electrizaba mis bellos casi levantando mi camiseta.
El camino era largo hasta su hogar, pero no me importó. Nada en ese momento me detuvo. Quería verla, quería volver a sentirla.
Golpee su puerta, muy despacio, casi con un dolor de nudillos al apoyar mi mano contra la madera.
Cinco segundos y no había respuesta.
Diez. Saqué de mi bolsillo un cigarrillo y con dificultad lo encendí.
Quince segundos. Sus mascotas se acercaban alegres. Me mostré casi indiferente.
Veinticinco segundos y ya estaba por la tercer seca. Necesitaba verla, no me importaba fumar todo el atado esperando.
Treinta segundos y volví a tocar. Esta vez con más precisión.
Oí el ruido que genera correr la silla contra el piso. Me separé de la pared congelada y me paré frente a la puerta. La oí toser y mi corazón no se aceleró, fueron mis manos las que comenzaron a moverse enérgicamente.
La puerta se abrió de manera entrecortada, primero vi su pie, una media negra con rayas a colores. Levanté mi mirada y vi sus ojos negros. No dije nada. Recuerdo haber apagado el cigarrillo y guardar la colilla en el bolsillo de mi pantalón.
Me miró con su cara neutra, con una sonrisa casi forzada. Escuché su música japonesa provenir desde su cuarto y sin pensarlo mis comisuras se elevaron. Me miró confundida pero me guio hasta su habitación. Se acomodó en su silla y yo en su cama.
Cinco segundos, despeinada era perfecta.
Diez segundos, la observé de arriba abajo, seguía igual de blanca, igual de atractiva que hacía tres años.
Quince segundos y todavía no dirigíamos palabra alguna.
Veinte segundos y no podía dejar de perderme en su presencia.
Treinta segundos y se volteó a mirarme.
- ¿Y? ¿No vas a decir nada?
- No tengo nada para decir.
- Te extrañé. No me gusta verte con otras personas, para ser sincera.
Se levantó de su silla, se paró frente a mí, y con sus manos de uñas negras, apenas con sus dos dedos más largos colocados suavemente en mi mentón, dirigió mi mirada hacia ella.
No pude evitar que unas lágrimas rodaran por mis mejillas, me dolía quererla. Me lastimaba su inexplicable belleza.
Cinco segundos abalanzándose hacia mí. Sus manos se deslizaron hacia mi cuello.
Diez segundos impulsándome hacia atrás, su nariz chocaba la mía con delicadeza y sus ojos profundos no se apartaban de los míos.
Veinte segundos y ya estaba encima mío rozando sus labios por mi cara casi petrificada.
Veinticinco segundos y me atreví a tomarla de sus caderas.
Treinta segundos. Labio y labio. Un suave y pequeño sonido emitido por el acto nos llevó a levantar la mirada y encontrarnos en nuestros ojos.
Mi cuerpo estaba tenso, nada fluido. Me costaba moverme y mi cabeza me gritaba pero me moría por tocarla. Sabía que era ahora o nunca, que no habría ninguna otra oportunidad. Con la respiración casi agitada comencé a situar mis manos temblorosas debajo de su prenda. Muy despacio, casi como no queriendo lograrlo, arrastré su remera rozando la punta de mis dedos por su espalda hasta quitársela.
Sonrió como la primera vez. Sonrió entre mis besos y mi pecho no pudo evitar arder.
Cinco segundos y su cuerpo alumbraba toda la habitación. Mis dedos húmedos la encontraban una y otra vez. Una y otra vez.
Diez segundos. Sus jadeos, su respiración en mis oídos, no había mayor placer.
Quince segundos y nos hundíamos en su cama dejando que nuestros cuerpos despidan lo mucho que se extrañaban.
Veinte segundos. Mi lengua rodeo sus pechos. Pequeños. Punzantes por el placer.
Treinta segundos multiplicados por miles de cien.
En mi mente solo podía encontrar el dolor de todo. El placer convertido en dolor, el reencuentro convertido en dolor, el amor se volvía dolor.
Su amor, su amor era tan peligroso que me cortaba los latidos.
Sus dientes comenzaron a estirar mi piel y pedir perdón. Su cabello negro se movía de tal manera que me empapaba en su olor. "Te amo" y "te extraño" se volvieron cuchillas que abrían mi piel de manera excitante.
Era tanto nuestro deseo que se nos fue el tiempo. Giré mi cabeza hacia la izquierda y apenas distinguí una sombra negra que provenía desde la puerta. Mi corazón latía y me golpeaba el pecho con fuerza. Quede inmóvil y en seguida ella supo que algo no andaba bien. Agacho su cabeza y con todos los pelos en su cara movió sus piernas hacia el borde de la cama e inmediatamente se despegó de mi cuerpo.
Busque mi ropa tan rápido y torpemente que me sentía casi drogada. No veía con claridad y me perturbaba la idea de que otra persona estuviera observándome. Mis latidos me ensordecían y el terremoto de mis manos me volvía más intranquila.
- Andate de mi casa y no vuelvas.
Que repugnante su voz. Que nauseas saber que ese pedazo de suciedad y pelos tal vez tocaba todos los días lo que yo acababa de amar.
Mi mirada se detuvo en los ojos de ese inadaptado con odio y rencor. Volteé hacia ella que se encontraba todavía desnuda y con la cabeza baja. Pronuncie su nombre buscando que me mirara.
Cinco segundos y no ocurrió nada.
Diez segundos y ya tenía la sangre hirviendo. El estúpido seguía inmóvil en el marco de la puerta.
Quince segundos y mis puños cerrados solo querían deformarle la cara a aquel sujeto que tal como yo tenía el corazón por el subsuelo.
Veinte segundos. Perdón.
Veinticinco segundos y el humo del cigarrillo se confundía con el aire. Los nudillos rojos, mi mano cubierta de sangre.
Treinta segundos y ...