18

13 1 2
                                    

¿Cómo se supone que demuestras tu aprecio hacia otra persona sin sentir que la agobias o estás siendo muy cursi?

Esa era una pregunta que el insufrible de mi novio no se hacía, y siendo sincera, yo también dejé de pensar en ella después de permitirme disfrutar sus caricias y mimos.

—¿Quieres venir conmigo al culto? —preguntó, acariciando mi cabello. Negué con la cabeza.

—No puedo, iré a mi iglesia y de paso hablaré con mi madre.

—¿Le darás una oportunidad siempre? —no trató de ocultar su asombro.

—Se lo prometí a mi padre.

Miró la hora en su celular y suspiró.

—Ya debo prepararme —se levantó del sofá en el que nos encontrábamos.

—Yo igual, mi iglesia queda un poco lejos —me levanté estirándome.

—Te llevo a casa.

No lo preguntó, tomó mi mano y me guió hasta afuera de su casa, donde nos subimos al coche y tal como aseguró, me dejó en mi casa, no sin antes robarme unos cuantos besos.

Dado que nuestra relación estaba siendo privada, decidimos vernos en casa. A menos de salir con los chicos, su padre estaba todo el tiempo en su oficina y el mío ya había vuelto a trabajar con normalidad.

Luego de asearme y vestirme, tomé la Biblia que mi novio me había regalado y le pedí al chofer que me llevara. Una hora y media más tarde, estaba en el templo. En cuanto entré, sentí algunos ojos sobre mí. Vi a lo lejos a Lucas y su agrupación. Por un momento pensé en sentarme con ellos, pero no había espacio...

El servicio se desarrolló como de costumbre, y yo parecía una niña cada vez que utilizaba mi Biblia para buscar las citas bíblicas mencionadas aquel día. El servicio terminó y luego vino la predicación.

Ya estaba en el umbral de la entrada, esperando a mi madre, cuando me vio, esbozó una tensa sonrisa.

—¿Vienes conmigo? —preguntó.

Asentí en silencio y nos encaminamos hasta el coche, donde también se encontraba la camioneta roja de Lucas, con unos cuantos adolescentes en la parte trasera.

—Jade —saludó.

—Lucas —correspondí. Ese día no había visto a Esthela, aunque estaba casi segura de que sí se presentó al culto.

—He notado que cuando estás en casa de tu madre, somos más cercanos. Quédate ahí —pidió.

Miré a mi madre por el rabillo del ojo, quien nos ignoraba y le daba la vuelta al carro hasta llegar a su asiento.

—Es una pena que no tome mis decisiones en base a lo que pides —bromeé con una sonrisa. No quería que se ofendiera o malinterpretara mi comentario.

Iba a decir algo más cuando un adolescente se quejó de llegar muy tarde a su casa. Lucas se limitó a sonreírme y subir a su transporte, al igual que yo.

De camino a la casa de mi madre, todo fue muy silencioso. Estaba analizando qué decir, tomando en cuenta los consejos de mi padre y Eduin: "Permite que hable y escúchala", "No olvides que es tu madre y debes honrarla". Creo que no es necesario mencionar quién dijo cada cosa.

Al llegar a casa, mi madre se ofreció para preparar la cena, y yo acepté, esperando un poco impaciente y nerviosa en el comedor. No sabía en qué postura encontrarme o qué debía hacer: enojarme, ponerme a la defensiva, ofenderme o estar decepcionada. Cuando se sentó al otro extremo de la mesa, cada una con su plato, decidí no elegir ninguna postura y dejar que la conversación fluyera.

Encuentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora