Capítulo 10: cardigan

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Hacía una semana que Raquel había vuelto a Madrid dejando atrás a Sergio y su oportunidad para ser feliz.

Durante aquella semana, apenas había coincidido con Alberto pues ella trataba de evitarlo a toda costa. Durante el día, se sentía arropada por su hija. Estaba pasando el mayor tiempo posible con ella y, aunque le encantaría negarlo, sabía que lo hacía por el sentimiento de culpa que sentía desde el primer día que se había ido.

Con la noche llegaban las dudas, la culpa, la tristeza, la nostalgia. En la soledad de la habitación de invitados, el recuerdo de sus días con Sergio venían a su memoria.

Si cerraba los ojos, aún era capaz de ver los hoyuelos que le salían cada vez que sonreía cuando la veía aparecer, o como sus ojos desaparecían al reírse de las tonterías que decía con el único fin de hacerle sonreír.

El recuerdo de su mano en la de ella llevándola hacia la playa donde se dejaron llevar del todo por primera vez, de sus brazos alrededor de su cuerpo dándole consuelo el día que huyó buscando refugio y fue directamente hacia él, de su voz ronca en su oído cuando despertaron juntos después de amarse toda la noche, de la tranquilidad que sentía en sus brazos, le dolía y la hacía feliz a partes iguales. 

Si tan solo pudiera retroceder en el tiempo y quedarse unos minutos más abrazada a él en aquella cama que se convirtió en su refugio de la realidad.

Se preguntaba cómo estaría él ¿Estaría bien? ¿Notaría su ausencia tanto como ella la suya? ¿La extrañaría? Su cabeza prefería que no estuviera echándola de menos, que pudiera olvidarse de ella y seguir con su vida y así hacer más fácil la situación. Pero su corazón se resistía ante la idea de que él la olvidase, al igual que ella se resistía a olvidarlo.

Las noches como aquella eran las peores. Aquellas donde la soledad que sentía desde que salió de Tossa de Mar se hacía más profunda y la duda sobre las decisiones que había tomado se volvía inquietante. Su mente no le daba tregua alguna, pensando constantemente si hubiera sido mejor luchar por lo que ambos sentían en lugar de renunciar a ello.

A pesar de que las dudas amenazaban con desbordarla, Raquel intentó seguir adelante sin pensar en él y en la sensación de que nunca había sido tan feliz como lo había sido en sus brazos, tratando de convencerse de que su elección fue la correcta, pero falló en vano. El eco constante de su voz interior gritándole que volviera con Sergio hacía que su pecho se apretara por miedo a no volver a sentir nunca ese nivel de plenitud.

En aquellas noches donde su única acompañante era la tristeza, se preguntaba si algún día encontraría la certeza de que hizo lo correcto o si, por el contrario, estaba destinada a vivir con una pregunta clavada en su corazón.

¿Y si todo hubiera sido diferente?

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Habían acordado verse en una cafetería que quedaba cerca de la consulta de Elena, donde ya alguna vez habían tomado algo. Cuando llegó, vio que ella ya estaba allí, podía verla a través del cristal que constituía la pared del local. Sabía que llegaba tarde pues se había pensado si llamarla en el último momento y decirle que le había surgido algo, por lo que esa reflexión había propiciado su salida algo tardía hacia el lugar.

Volver a verle la cara a Elena, en cierto modo, la impactó. Desde que dejó la terapia se habían visto varias veces, pero todas de manera casual, en las que apenas habían cruzado un par de palabras sobre que tal les iba.

Entró al lugar y se dirigió a la mesa en la que Elena la esperaba.

—¡Elena! Perdona por llegar tarde, he pillado un poco de atasco y bueno...

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