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Hay un momento en la existencia de toda persona en la que se comienza a preguntar:

¿Cuál es el sentido de la vida?

Usualmente dicho momento ocurre en la tercera etapa de vida, pero para Jimin empezó a suceder cuando apenas tenía ocho años.

Comenzó una noche en la que se encontraba recostado sobre su cama e intentaba consiliar el sueño, se preguntó qué sentido tenía estar en el mundo sino hacia más que comer, jugar, limpiar su alcoba y dormir.

Todos los días lo mismo.

Sólo.

Encerrado en un sótano.

Condenado a una enfermedad prolongada.

No tenía más contacto que las vanas y fugaces visitas de Seo YeJi, la robusta beta rubia de piel nivea que rodeaba los treintas, a la que llamaba como madre desde que tenía uso de razón.

Aunque nunca le explicaron el significado profundo de dicha palabra.

—Algo dentro de mí siente que estoy perdiendo el tiempo... —balbuceó tocando su pecho— que estoy aquí por una razón, pero aún no sé por qué.

Jimin giró sobre su cama envuelto en las cobijas y miró la esquina del techo amadereado, justo donde se encontraba una araña colgando, su soledad había llegado al punto de empezar a hablar con los pocos insectos que se lograban colar a "su alcoba subterránea"

—¿Tú que opinas?

La araña comenzó a tejer su red con precisión, como todas las noches lo hacía mientras Jimin le conversaba.

—¿Salir? ¿A qué te refieres? Madre no lo permitiría, siempre dice que hay criaturas peligrosas allá fuera, criaturas con las que yo no podría lidiar...

Jimin pensó y pensó toda la noche, cayendo casi en la resignación hasta que una idea vino a su mente.

Una que le revolvió los intestinos del miedo, pero que luego asimiló como necesario.

Jimin jamás podría enfrentar dichas criaturas sino le enseñaban cómo. Y aunque le aterraba, Jimin ya no quería seguir encerrado y mantenido, quería ser útil.

—¿Entrenarte?

—Sí.

Jimin estaba sentado frente a la pequeña mesa donde solía compartir sus comidas con su madre. Esa mañana, ambos desayunaban de un solo plato de huevos revueltos y bebían jugo de naranja en vasos desiguales. La luz tenue de un par de velas iluminaba el espacio; sin ventanas, ese lugar siempre permanecía en penumbra.

La beta esa mañana tenía ojeras marcadas y se notaba cansada, aún así escuchó atenta. Después de unos segundos de silencio, lo miró extrañada mientras terminaba de masticar.

—¿Para qué?

—Todos los días vas por mis medicamentos, provisiones y a alejar a las criutras, yo podrí—

Jimin calló de inmediato cuando el tenedor con el que estaba comiendo su madre se estrelló con fieresa sobre la mesa, haciendo que Jimin de un brinco del susto sobre su asiento y luego se paralice.

La mirada de su madre había endurecido.

—¿Quieres salir?—inquirió ella lentamente.

Jimin quedó en silencio por unos instantes. Tenía que aceptar que la rubia le causaba miedo cuando se enfadaba, pero aún no quería echarse para atrás, así que prosiguió cauteloso.

—Yo... bueno, en algún momento tendré que hacerlo ¿verdad?

—¿Quién te metió esa idea en la cabeza? —contraatacó la mayor de inmediato.

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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