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Me quité los auriculares cuando llegué a la puerta de la floristería, el escaparate estaba lleno de distintas figuras formadas por flores y la puerta era de madera pintada de un tono azul verdoso, a juego con las juntas y el resto de piezas. Había tenido que usar google maps para poder llegar; siempre se me había dado fatal orientarme. Aún y todo, el sitio quedaba bastante cerca del piso que había conseguido alquilar.

Tú puedes, Sam.

Llené mis pulmones de aire antes de entrar. Dios, que ganas me habían entrado de salir corriendo. ¿Y si no conseguía causarle buena impresión? Solo había hablado con la dueña por teléfono y no cualquiera se prestaba a contratar a una chica de diecinueve años, sin experiencia laboral y que había salido de la nada.

Una campanita sonó en cuanto abrí la puerta, avisando de que había entrado. El olor de todas las flores me golpeó en la cara. Una mujer con el pelo ligeramente canoso se giró hacia mí.

—¡Hola! ¿Vienes buscando algún ramo? Soy Liessen y en Liessen's tenemos todas las flores que podrías imaginar.

—Eeeeeeeh. —reacciona, idiota. Reaccionaaaaa—. Soy Samantha, hablamos por teléfono hace unos días, por el puesto de dependienta.

La mujer se acercó a mí, sonrió haciendo que unas pequeñas arrugas se arremolinaran en las comisuras de sus ojos azules.

—¡Oh, sí! Perdona, últimamente hay tanto trabajo que olvido las cosas. Hay muchas bodas programadas para antes de la llegada del frío.

¿Llegada del frío? ¿Y la temperatura de ahora qué era? Si ya había tenido que ponerme dos pares de calcetines.

—¿Tienes algún tipo de experiencia con las flores?

Vale, ahora vienen las preguntas. Había pasado horas ensayándolas conmigo misma.

—Siempre me ha interesado la botánica y he intentado aprender todo lo que he podido sobre las distintas especies de flores y sus significados, entre otras cosas.

Wow, si has sonado como una persona madura y todo.

—¿Tienes algún tipo de estudio relacionado con ello?

—No, todo lo he aprendido por mi cuenta.

Deseé cerrar los ojos con tal de evitar ver su reacción. Sin duda esa era la pregunta que me quitaría el puesto.

La mujer me guiñó un ojo, sin borrar la sonrisa.

—La elaboración de ramos es arte. Yo tampoco lo estudié, si no que lo aprendí. ¿Qué edad tienes?

—Diecinueve.

—¿Qué hace una chica tan joven sola en Nebraska? Por teléfono me dijiste que te mudabas, ¿no?

Huir de todos mis problemas.

—Quería un cambio de aires y siempre soñé con trabajar en una floristería.

Una verdad a medias, no estaba nada mal.

—Perfecto, entonces el puesto es tuyo. Me vendrá genial un espíritu joven por aquí.

Me contuve para no empezar a dar saltos de alegría allí mismo. ¡Lo había conseguido! ¡Tenía trabajo! Las cosas volvían a tomar un rumbo después de días.

En tu cara mamá, ¿no decías que no podía valerme por mí misma en el mundo real?

—Genial, ¿cuándo empiezo?

—¿Ahora mismo te viene bien? De verdad que hay mucho trabajo, vas a querer salir corriendo.

Ya quería hacerlo hace cinco minutos, no podía ser peor. Liessen sacó un mandil del mostrador y me lo pasó, era color verde oscuro, con el nombre de la tienda escrito en blanco en medio.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora