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El estruendoso sonido de las copas al caer resonó en cada recóndito lugar del salón, acompañado todo el tiempo de un fuerte grito agudo que llegaba a más de uno a irritar los oídos.

Craig Tucker siempre fue un príncipe así, desde que era muy pequeño. Era conocido en el pueblo como un bueno para nada, la desdicha de la dinastía Tucker y un holgazán que se negaba a seguir las tradiciones del pueblo. Craig Tucker era muchas cosas; era un joven bello, de atractivos atributos, de sonrisa traviesa, de ojos como esmeraldas, con una seductora voz y sobre todo un alfa dominante. Pero también era un príncipe dramático, mimado y caprichoso.

Gustaba de leer libros de aventuras, de estudiar las estrellas y de vestir de atuendos coquetos y preciosos, dignos de una princesa, siempre acompañado de su hermana. Cómo dije, Craig Tucker era muchas cosas menos un joven que enfrentaría los problemas de frente... Era el caso de buscar un matrimonio.

Se negaba, estaba indispuesto a encontrar una prometida entre el mar de doncellas que se postulaban con el propósito de ser su compañera. No porque temiera tomar el puesto de Rey, para él eso era una nimiedad, le aterraba aún más la responsabilidad afectiva y sexual que debía otorgar a su pareja, eso más que nada le asqueaba, no podía ni de ensueños imaginarse con una de ellas. No quería una mujer a su lado, ni de consejera, ni mucho menos como su cónyuge.

—¡¿Estás contento, Padre?! —rezongaba con completa indignación el joven príncipe, azotando con fuerza sus puños cerrados en la mesa donde se encontraba sentado. —Me moriré de hambre por tu culpa, porque me has quitado el apetito.

—¡Por dios Craig, tienes veinticuatro años, es momento de que seas responsable y tomes la batuta de este Reino! —gritaba con eufórica rabia su padre, mirando desde el otro extremo a su enloquecido hijo.

—Me niego por Moisés, me opongo a casarme con una mujerzuela—continuaba refutando con indignación el de azabaches cabellos.

—Madura por Jesús—resoplaba con cansancio su madrastra, quien llevaba rato mirando el numerito cotidiano

Craig se sentía indignado, su rostro reflejaba una mueca cargada de cólera, y las palabras ultrajadas de sus tutores lo habían herido ¿Madurar? ¿Ser responsable? Esas eran tonterías, él ya se consideraba lo suficiente asentado, tanto que el tomar una decisión como no casarse lo hacía sentir un adulto responsable.

Ofendido, empujó con completa indisposición hacia atrás la silla en la que se encontraba y miró por última vez a sus padres para después retirarse, no sin antes soltar un alarido de rabia. Y así la tarde se fue, pero no con el hambre que sentía el pelinegro, no quería tocar ni un trozo de comida, no después de la discusión con sus padres, prefería morir de hambre antes que casarse con una desconocida.

Y es que tal vez suene cursi para alguien como Craig Tucker, pero él en lo más profundo de su corazón, más allá de las capas y apariencias, anhelaba con fervor encontrar a esa persona especial, alguien con quien sentirse seguro, completo, contento, no una mujer impuesta por las obligaciones, no, él miraba más allá de eso. Porque entre los libros de ciencia, artes e historia, siempre estaban esas novelas que en secreto disfrutaba el pelinegro...

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—¡Una orden en la mesa tres!—informaba el cansado adulto castaño.

—¡En seguida!—gritaba a lo lejos su rubio hijo.

TweekTweak siempre fue un joven Omega nervioso y tímido. Trabajaba para el restaurante de sus padres, a veces de mesero, algunas otras en las lavalozas, pero gran parte del tiempo, y él por qué amaba trabajar en esa desgastada cocina rústica, era estar con exactitud en ella.

Se sentía bien, como un guerrero samurái a punto de desenfundar sus catanas y rebanar cuál rábano y zanahoria se atravesarán en su camino. Amaba prender la lumbre, acomodar sus utensilios, lavar sus manos y prepararse con el propósito de cocinar.

Era un experto y la gente del pueblo lo notaba lo suficiente como para elogiarlo en todo momento.

—Tiene el futuro del éxito en su local, señor Tweak—le llegaban a comentar.

Y, aunque amaba escuchar los comentarios, prefería hacerlo entre las sombras, así podía disfrutar de su ego inflado cada vez que le aplaudían.

Pero lo que más amaba Tweek era realizar recetas complejas: el merengue, las leches, el cacao, el betún, la crema pastelera, las frutas en almíbar, todo eso lo llenaba de una felicidad embriagante. Era imposible no sonreír o reír a carcajadas cuando tomaba harina, mantequilla, un par de huevos y leche para minutos después crear la pieza perfecta culminante de su carrera, bañada de un sabroso chocolate derretido. Lo dulce de sus postres caramelizaba su vida, su simple y sencilla existencia en aquel reino de South Park.

—¡Tweek, te buscan guardias del palacio real!—Minutos antes estaba preparando panqueques, cuando su madre había entrado alarmada tras las puertas dobles que daban a la cocina del local —¡Si hiciste algo malo tienes que huir!

—¡¿Huir, a dónde!? —se alarmó, tomando sus cabellos entre sus manchadas manos de chef —¡Me moriría en las calles! Por Buda esto es demasiada presión para mí, me dará algo, me está dando. ¡Me está dando! —sus piernas se debilitaban, y soltó en un movimiento dramático su espátula, dejando caer con exageración su cuerpo sobre cacerolas y sartenes.

La señora Tweak se encontraba alarmada, incluso más que su propio hijo, tomó al joven entre sus brazos, sacudiendo su delgado cuerpo mientras repetía angustiada que debía despertarse para empezar a escapar del país. Era un escándalo en aquella cocina, y algunos meseros y clientes ya se encontraban en la entrada observando curiosos cómo la madre le gritaba sobre fugarse de la ley a su único primogénito...

—Mi panqueque—murmuró Tweek y de prisa se levantó, le dio la vuelta al alimento y de nuevo se dejó desmayar en los brazos de su madre.

—No hay nada de que preocuparse —tranquilizó su padre tras entrar por la puerta y observar el escándalo de su familia—El mismísimo Rey Tucker citó a Tweek a su castillo, y quiere que forme parte de su equipo para realizar un banquete en nombre del futuro matrimonio del príncipe Craig.

Entonces el color regresó al rostro del rubio, quien de un salto se levantó, retiró su panqueque del sartén, colocó nueva mezcla y luego arrebató la invitación de las manos de su padre. Las letras cursivas y el texto que le daba la cordial noticia de que la realeza necesitaba sus habilidades culinarias lo llenaron de dicha e inflaron con fuerza su pecho.

Volteó a mirar a su madre, y su rostro envuelto en un terrorífico pánico se suavizó, marcando expresiones en cada extremo de sus delgadas comisuras, mientras sus ojos brillaban llenos de orgullo bañado de una pedante emoción. Corrió a los brazos de su delgado hijo, estrujando su cuerpo, compartiendo un escandaloso grito entusiasta. Su padre, que aún se mantenía de pie en la puerta, sonrió, orgulloso de su único hijo.


¡¡Nueva historia!!

Es una porquería, he estado intentando plasmar una historia cómica sobre Craig siendo un metrosexual Real de mierda teniendo una evolución personal, pero de alguna forma siento que esto está avanzando muy rápido y no me gusta la manera en la que estoy orientado la redacción, se siente forzada y nada divertida, creo un poco confusa.

Subire esta historia, siento que de alguna manera me sentiré obligado a escribirlo hasta finalizarlo, de verdad quiero finalizar una de mis veinte mil historias que tengo en el borrador. No es que tenga un bloqueo creativo, tengo demasiadas historias en mente queriendo ser plasmadas, pero a la mera hora llega ese sentimiento de no saber cómo empezarlo.


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⏰ Última actualización: Jan 25 ⏰

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La Receta Del Amor RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora