el adiós que no dijimos

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Amanda miró por la ventana, el sol afuera demostraba que eran sobre las cinco de la tarde, era una cálida tarde de verano, pero ella no la sentía así, apenas unas horas atrás acababa de ver como una urna se adentraba en la tierra por medio de un sistema de poleas, una urna que contenía los restos mortales de su mejor amiga, Lorena. Amanda tomó el marco de fotografía sobre su escritorio, estaba ella junto a Mónica su pareja de poco más de un año, la conoció en la universidad, Mónica era un par de años mayor y el amor de su vida. Abrió el marco de fotos y sacó una segunda fotografía oculta tras la de ella y su novia, era la foto original del marco y llevaba meses prometiéndose comprar otro para darle lugar a ambas fotos pero lo había pospuesto, un sentimiento amargo se asentó en su garganta, quizá pospuso demasiadas cosas con Lorena, vio la foto que permanecía oculta, eran ellas dos el día de su fiesta de graduación en la secundaria, sonriendo con un vaso con ponche en las manos, llenas de esperanzas a futuro, prometiéndose que su amistad duraría para toda la vida, ¿Cómo podía saber que la vida de una de ellas sería tan efímera?, Amanda rompió a llorar mientras se sentaba al borde de la cama, se sentía devastada, completamente desolada, y mirar esa fotografía preguntándose si Lorena se había sentido de esa forma al tomar esa decisión, no ayudaba en nada, miró su teléfono celular viendo una llamada perdida cinco días atrás a las dos de la madrugada, esa noche habían quedado pero Mónica le llamó de último minuto con entradas al cine, le dejó un mensaje a Lorena excusándose, pero lo cierto es que era el tercero esa semana, había estado demasiado ocupada para reunirse, lo estuvo los últimos meses.
- ¿Por qué mierda no te contesté? - preguntó apretando el móvil con sus dedos temblorosos- ¿Por qué no insististe una vez más? Si tan solo me hubieses dicho la verdad de como te estabas sintiendo… ¿Por qué tenías que hacerlo? – gimió abriendo su mensajería,  esa noche escuchó la llamada vibrar en sus pantalones tirados de forma desordenada a un costado de la cama de Mónica, pensó en verificar pero desistió de la idea, a la mañana siguiente abrió su WhatsApp ella le había enviado un texto rápido a Lorena la tarde anterior 
“ Lore lo siento mucho, Monic tiene entradas para el cine, ha sido una sorpresa, iremos a ver la película y luego a ponernos al día, los exámenes nos han tenido diez días sin vernos, no te imaginas como estoy jajaja, ¿te parece que nos veamos el sábado? Te juro que esta vez no te cancelo, es más, ven a almorzar, mis padres te han estado extrañando, le pediré a mamá que haga lasaña ya se cómo te encanta” la respuesta había entrado a las dos con cuarenta y tres minutos, un poco después de la llamada perdida, “no creo que sea posible vernos el sábado, de hecho creo que no te molestaré más, te quiero” cuando Amanda leyó la respuesta se había quejado con Mónica por la actitud infantil de Lorena, "no puedo creer que se moleste por esto", refunfuñó guardando el teléfono, ese día no le contestó pensando que al dejarle en visto su amiga le hablaría más tarde, al segundo día ella le escribió durante la tarde “oye, no es necesario que te enojes, sé que te cancelé pero en realidad he estado muy ocupada, no puedo permitirme reprobar ninguna materia y Mónica también me reclama tiempo, pero sin importar que pase  seguimos siendo las mejores amigas por siempre, ¿recuerdas?” esa tarde no hubo ni siquiera un visto a la mañana siguiente, al tercer día Amanda decidió ir al apartamento de Lorena, su amiga había vivido muy cerca suyo hasta hacía un año, al entrar en el segundo año de universidad en su carrera de Veterinaria Lorena comenzó a lidiar con problemas familiares, sus padres se estaban divorciando al descubrir una infidelidad de su padre, en medio de todo el lío la madre de Lorena también había sido expuesta como infiel y la mayor bomba para la joven fue saber que su padre en realidad no era su padre, por lo menos no biológicamente, la guerra se había desatado y en medio de ella vendieron la casa mientras ambos se peleaban por la custodia de su hijo menor de doce años, olvidándose completamente de la existencia de su hija mayor, por esa negligencia los aranceles comenzaron a juntarse y Lorena no pudo culminar el segundo año, había tenido que conseguir un empleo y un arriendo barato en la zona más marginada de la ciudad, poner en pausa sus sueños y comenzar a pelear por subsistir mientras su familia mantenía una guerra en la cual ella parecía ser solo daño colateral y no alguien importante. Amanda conocía esa situación pero no se había percatado de cuanto daño le estaba  ocasionando realmente todo eso a su amiga, ahora era demasiado tarde para comprenderlo. Cuando Lorena abrió la puerta con la copia de la llave que Lorena le había dado al mudarse diciéndole “es un barrio peligroso, si no sabes de mí en una semana ven a verificar”  lo primero que extrañó fue la presencia de “monigote” el Golden que vivía con Lorena, en un principio Lorena se lo había obsequiado a Amanda pero esta lo había rechazado por que Mónica era alérgica, asique aunque apenas tenía lo suficiente para subsistir Lorena lo había adoptado como propio, Monigote era el primero en acercarse a la puerta cuando Amanda llegaba de visita, arrugó la nariz al sentir los primeros indicios de un aroma entre ácido y dulzón, no era algo que hubiese olfateado antes o por lo menos no lo recordaba, vio la cocina comedor, no había nada fuera de lo común, la puerta del baño se veía abierta, y al fondo la puerta de la habitación estaba cerrada, “ Lore ¿estás en casa?", preguntó Amanda llevando la mano al pomo de la puerta lo giró y abrió lentamente, un aroma fuerte le golpeó la nariz en ese momento y recordó cuando tenía diez y el congelador se había descompuesto lleno de carne, era un aroma horriblemente similar, entró con el cuerpo ya temblando a causa de aquel hedor y salió corriendo del apartamento tras ver la escena al interior del cuarto, apenas cruzó el umbral de la puerta vomitó en el pasillo que conectaba los cuatro apartamentos de ese piso, uno de los vecinos, un muchacho joven con aspecto de drogado salió a ver qué ocurría , el aroma hasta entonces contenido por las puertas cerradas comenzaba a inundar el ambiente y el muchacho llamó a la policía al ver que la joven que aún vomitaba no podía hablar. Amanda vio sentada en la acera acompañada de una oficial de policía como un vehículo con la palabra “forense” se estacionaba, vio a unos hombres en buzo blanco sacar una bolsa negra y rompió a llorar ante la repentina imagen que azotó su cabeza, Lorena suspendida por una sabana en su cuello, Lorena, su mejor amiga, Lorena estaba en esa maldita bolsa y el aroma que aún no abandonaba su nariz era la confirmación de lo que ocurría. Las próximas horas habían sido trámites legales, Amanda escuchó la palabra suicidio muchas más veces de las que hubiese querido, vio a los padres de su amiga peleándose inclusive en las pocas horas en las que pudieron hacer un velorio con un cajón herméticamente cerrado, la vio desaparecer en ese mismo cajón bajado con poleas a esa tierra que olía a humedad, y a pesar de todo lo que había visto en las últimas cuarenta y ocho horas Amanda aún no entendía por qué, ¿Por qué Lorena había tomado esa decisión?, ¿acaso ella podía haberla detenido si hubiese contestado esa llamada?. Amanda se recostó en la cama y toda la confusión que llevaba sintiendo las últimas cuarenta y ocho horas se convirtieron en un nuevo sentimiento, uno mucho más peligroso, la culpa.

Carolina observó a la mujer de cuerpo menudo y aspecto cansado sobre la cama de aquel recinto, le acarició la cabeza con cuidado y depositó un beso sobre su frente con tanto afecto como le era posible.
- Abu nos vemos mañana- dijo viendo la sonrisa de la anciana frente a ella- te amo- la joven mujer de veintiséis años, cabellera corta y rostro serio salió del cuarto con rumbo a la recepción para anunciar el termino de su visita, en el mesón estaba también la enfermera a cargo del cuidado de su abuela la cual le sonrió amable.
- Luce cansada señorita Zanatta
- Solo un poco- mintió la joven, ese lugar no era un sitio barato y la pensión de su abuela no conseguía cubrir ni siquiera la mitad de la mensualidad, el restante  más los costos de mantención de su hogar y su propia alimentación debía cubrirlos ella, la solución dos empleos, pero por su abuela haría cualquier cosa, esa mujer se había encargado de cuidarla desde los tres años, cuando su padre fue a dar a prisión acusado de múltiples cargos, y su madre la había abandonado con la excusa de que no podía verla por que le recordaba al monstruo con el cual se había casado. Carolina sabía que para su abuela no fue  fácil, los primeros síntomas de la esclerosis múltiple comenzaron cuando ella tenía quince años, pero su abuela había continuado en la pelea por sacarla adelante y gracias a eso  consiguió terminar por lo menos la secundaria, su sueño de estudiar fotografía se vio truncado cuando la enfermedad empeoró y ella debió asumir los cuidados de su abuela y los gastos en medicinas, finalmente dos años atrás la había ingresado en ese hogar especializado, no por que su abuela fuera un estorbo, si no por que ella no contaba con las herramientas necesarias para su cuidado, se aseguraba de pagar todo lo necesario y de visitarle a diario pese a que había días en que apenas se sostenía en pie a causa del agotamiento que comenzaba a acumular. Aquella tarde de verano caminó hasta la propiedad de su abuela, esa noche no tenía que presentarse en su trabajo nocturno como bar tender en un club concurrido, podría dormir y descansar, pero sus planes se vieron arrebatados cuando al doblar la esquina vio a una mujer en la cerca de su casa, era una mujer cercana a los cincuenta años, de cabellera rubia bastante maltratada por el exceso de tintura, a su lado había un muchachito de unos catorce años que tenía un perfil muy similar al de aquella mujer y al de la propia carolina, la joven se detuvo en seco frente a los visitantes, reconocía el rostro de esa mujer, no recordaba la última vez que lo había visto en persona, pero la había visto en fotografías suficientes para reconocerla.
- Ma… ma… mamá- murmuró la joven sintiendo un frio repentino en la espalda.
- No me llames así por favor- contestó una voz chillona e irritante- solo tengo un hijo, mi bebé- agregó besando aparatosamente la mejilla de aquel muchachito que le acompañaba- supe que Donna está incapacitada y vengo a reclamar lo que me pertenece- señaló la mujer extendiendo un sobre, Carolina lo tomó y lo abrió, esa mujer a quien ni su abuela ni ella habían visto en años estaba declarando incapacitada mentalmente a Donna Zanatta para tomar el usufructo de la casa en la que Carolina aún estaba viviendo
- ¿Qué carajos? – murmuró la joven sin poder creer lo que estaba leyendo- ¿Cómo te atreves? - la mujer lanzó una risita insoportable
- ¿atreverme?, niña es lo que me pertenece
- Esto no es tuyo es de la abuela- gritó Carolina sintiendo en sus oídos un pitido persistente- no la has ayudado desde que la enfermedad le atacó, no has velado por ella, no te has preocupado de que reciba la atención médica que necesita y ¿vienes a reclamar su casa cuando ella sigue con vida?
- Solo reclamo la administración de esta mientras ella este incapacitada, la posesión total se hará efectiva una vez ella esté descansando, solo te estoy avisando por decencia para que puedas ver dónde vas a llevar tus porquerías cuando ella no esté.
- ¿decencia?, la mujer que abandonó a su hija de tres años viene a hablar de decencia- gritó Carolina arrojando los documentos al suelo para luego escupirlos
- Lo hice por que me dabas asco, el mismo asco que me produjo saber las atrocidades que cometió tu padre, mírate, tienes esa misma mirada demencial- señaló la mujer mirando el rostro rojo por la rabia de la más joven, Carolina intentó respirar para controlar esas ganas locas de golpear que le atacaban cuando estaba bajo presión
- Largo de aquí – se limitó a decir abriendo la reja de la casa y cerrándola con un fuerte golpe- lárgate antes de que te de motivos para hablar de mi demencia- la joven abrió la puerta de su casa y vio por la ventana a la mujer marcharse en un vehículo estacionado unos metros más allá, veintidós años sin verla y su interacción era esa, dio un grito de rabia y golpeó la mesa de arrimo cercana a la puerta tumbándola. El florero de vidrio sobre esta se hizo añicos mientras Carolina pateaba la mesa hasta sentir la madera crujir, los oídos le zumbaban cada vez más y finalmente se arrojó en el sofá quedándose dormida. Despertó varias horas después por el golpeteó insistente en su puerta, se pasó las manos en la cara para despertar, ya era de noche, avanzó hasta la puerta preocupándose un poco más a cada segundo tras ver el reflejo de una baliza a través de la ventana, cuando abrió un oficial de policía miró curioso el desastre que se veía tras la puerta por los restos de la mesa y luego miró a la muchacha somnolienta
- ¿señorita Zanatta?
- Si
- ¿está todo en orden? - la mujer miró a su espalda y luego al oficial
- Sí… me caí cuando llegué, me tiré a dormir por el dolor por eso no he ordenado… ¿por qué me busca?
- Nos han llamado del hogar san José, han intentado ubicarla sin resultado- Carolina abrió los ojos como platos y metió la mano a su bolsillo, una docena de llamadas perdidas que no había escuchado
- ¿mi abuela?, ¿mi abuela está bien? - preguntó con notoria desesperación
- Acompáñenos.
Cuando Carolina puso un pie en el hogar la enfermera a cargo de los cuidados de su abuela se le acercó con rostro afligido, la joven echó a correr al cuarto donde encontró a un hombre con bata llenando documentación frente a un cuerpo cubierto por una sabana
- Abuela, no… no… no- gimió Carolina descubriendo el rostro que ahora lucía mucho más pálido y que ya no tenía ese brillo en la mirada que había mantenido a pesar del dolor- no por favor, no puedes dejarme, yo te amo, abuela… conseguiré otro empleo y pagaremos mejores medicinas pero no me dejes por favor… no me dejes sola… ¿Qué voy a hacer yo sin ti? Por favor abre los ojos… por favor- cada palabra la voz de Carolina se volvía más débil y sus lágrimas más fuertes, la enfermera que le había seguido la tomó por los hombros y le apartó con fuerza
- Ya no hay nada que hacer, se ha ido hace un par de horas
- ¿Cómo?
- Un ataque cardiaco… lo siento mucho… se que tú la querías mucho
- Yo… yo… le dije que nos veríamos mañana… no dije adiós… yo no pude despedirme… yo… ¿Cómo? Ella estaba bien… usted la vio cuando me fui…
- Quizá se emocionó con la visita de su hija y…
- Espera… ¿Antonella estuvo aquí? ¿a que hora? ¿Por qué no me dijeron?
- Unas dos horas después de que te fuiste, llamamos para confirmar pero no contestabas y ella señaló que debía viajar, comprobamos el parentesco y…
- Y una mierda- gritó la mujer asustando a todos en el lugar, sobre todo a la enfermera a la que sujetó con brusquedad por los hombros- pago una maldita fortuna para que la cuiden y ¿dejan entrar a esa perra que no vimos en años?, seguramente ella le hizo algo…
- Cálmese- pidió la enfermera con lágrimas desbordando- me está lastimando
- Es lo menos que voy a hacerles por incompetentes- aseguró Carolina en tono amenazante sintiendo que todo el cansancio que llevaba sintiendo se convertía en ira, una ira profunda, arraigada en sus entrañas desde joven, desde cuando era pequeña y recibía burlas por no tener padres, una ira acumulada desde la tristeza que sentía en los cumpleaños solitarios, las navidades en que papa Noel no cumplía su deseo de llevarle a su madre a casa, una ira que llevaba años esperando para salir. Carolina sintió al policía que la había llevado hasta allí torciéndole el brazo mientras la arrojaba al suelo para que se calme, lo hizo, respiró profundo contra el frio suelo de porcelanatos y se dejó levantar al cabo de unos minutos disculpándose por su reacción, tragándose los sentimientos como lo llevaba haciendo por años, debía centrarse en su abuela, en despedirla como merecía. Por un vestigio de buena suerte nadie levantó cargos y pudo dedicarse a organizar un buen velatorio lleno de vecinos y amigos de Donna, y regresar a casa para lidiar con la idea de que se había quedado sola en el mundo, a sus abuelos paternos nunca les había hablado y sabía que habían muerto un par de años antes, su padre aún cumplía sentencia y no le interesaba saber de él, su madre ni que decir, ¿amigos?, ciertamente no tenía, ¿Cómo podía confiar en alguien que no fuera Donna si todo mundo le había fallado?, Donna era todo lo que tenía y sin ella no tenía nada. Muy pronto eso se materializó, una orden de desalojo llegó apenas un par de meses después, Antonella su madre estaba más que decidida a tomar posesión de esa propiedad, Carolina no le daría el gusto. Los vecinos despertaron a mitad de la noche alertados por las enormes llamas en el domicilio mientras ella miraba sentada en la vereda de enfrente, con el bidón de combustible aun en las manos y un cigarrillo en la boca, con actitud temeraria y mirada fría. El juez había sido benevolente, reclusión en un centro psiquiátrico del estado hasta comprobar que su estado mental no fuera un riesgo para la sociedad.

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