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Me obligué a mi misma a volver a sentarme en la silla, sin dejar de lanzarle miradas amenazadoras a Kaiden, que sonreía como si no hubiera pasado nada. Maldito cínico. ¿Su madre sabría que nos conocíamos?

—Kaiden, ella es Samantha, va a ayudarme en la floristería. Sam, él es Kaiden, mi hijo, que por lo general suele ser más amable.

Supongo que eso respondía a mi pregunta.

—Encantado de conocerte, Sam.

Dios, que ganas tenía de borrarle esa sonrisa de la cara.

—Lo mismo digo, Kaiden.

Liessen asintió con la cabeza, conforme con el comportamiento de Kaiden. Parecía que ese paripé sonaba muy realista para ella.

—Verás, Kaiden, Sam acaba de mudarse a la ciudad y aún no conoce a nadie. ¿Sabes que tenéis casi la misma edad...?

Oh, no. No. No. No. Sabía cómo iba a terminar esa frase.

—No, olvídalo, mamá.

Por una vez el orco y yo estamos de acuerdo en algo. Cuando más lejos estuviera de mí mejor, suficiente tenía ya con saber que su madre era mi jefa.

Creo que esto está siendo un evento traumático.

¿Verdad que sí?

—Pero así podrías presentarle a tus amigos y a tu hermana —se giró hacia mí—. Lily te caería genial, te aseguro que está mucho mejor educada que este energúmeno. Pensadlo, ¿vale? Os vendría muy bien a los dos.

Mentiría si dijera que una pequeña aparte de mí no se moría por conocer a gente nueva, personas más reales de las que había conocido en toda mi vida, alejada de mi círculo social habitual. Nunca había tenido amigos de verdad. Pero definitivamente no era una experiencia que quisiera vivir con Kaiden.

—No hace falta, de verdad. Muchas gracias, Liessen —respondí.

Ella hizo una mueca de disgusto; no estaba para nada deacuerdo.

—Claro que sí. Kaiden saldrá de fiesta con Lily y sus amigos este sábado, a una discoteca que hay en el centro. Ve con él. Os lo pasaréis muy bien.

Nunca había ido a una discoteca, pero por lo que sabía eran sitios bastante divertido y siempre había querido probar una.

Mierda, te está comprando. Mantente fuerte.

—Ni siquiera tengo edad para beber alcohol —dije. Ya no sabía a quien intentaba convencer de que era una mala idea si a Liessen, a Kaiden o a mí misma.

La mujer sonrió, haciendo que las líneas de expresión se marcaran en su rostro y dio una palmadita, contenta. Había descubierto que estaba dudando.

—¡No importa! Puedes pasar de todas formas, simplemente no te dejan comprar bebidas alcohólicas, ¿verdad, Kaiden?

—Cierto, pero yo no he dicho que...

—¡Perfecto! Entonces ya tenéis plan.

—Pero... —intentó replicar el pelinegro.

—Kaiden se pasará a recogerte a las nueve el sábado.

El aludido se quedó en silencio, fulminando con la mirada a su madre. Estaba claro que esa era una batalla perdida. Suspiró hastiado.

Al menos iría a mi primera fiesta y ni siquiera tenía por qué hablar con Kaiden en toda la noche, en esos sitios se conocía a gente, ¿no?

—No pienso volver a ayudarte en la tienda, siempre me acabas haciendo el lío —se quejó antes de irse y volver a dejarme a solas con Liessen.

La rubia agitó una mano, restándole importancia.

—Volverá. No se lo tengas muy en cuenta, Kaiden es... Kaiden. En el fondo está encantado de que vayas con ellos.

Dios, realmente no tenía ni idea de cómo nos habíamos conocido Kaiden y yo. Casi mejor, porque no estaba preparada para explicarle a mi jefa porqué tenía secuestrado el cable de los altavoces de su hijo.

Pasé el resto de la tarde con Liessen, trabajando en las flores hasta que dio la hora de cerrar, recogimos y limpiamos todo. ¿Estaba cansada y a punto de quedarme dormida encima de un ramo? Sí, ¡pero había sobrevivido a mi primer día de trabajo! ¡Yo sola!

—¿Qué se supone que se pone para ir una discoteca?

—¿No has ido a ninguna? —me preguntó.

Me giré para quitarme el mandil. No quería que viera como me había sonrojado de la vergüenza.

—No a muchas —mentí.

—Solo ponte algo bonito con lo que te sientas cómoda

En mi mente la idea de ir algún lado con algo bonito y cómodo era un concepto que no existía. Desde que era pequeña mi madre se había asegurado de que tuviera siempre a un estilista a mi disposición que me obligara a ir siempre perfectamente arreglada para cada ocasión, siempre a la última moda, ya fuera usando vestido como armaduras que no se amoldaban a mi cuerpo o zapatos que me hacían heridas en los pies.

—Oye, Sam —Mierda, ¿qué estaba diciendo? — Sé que no soy tu madre, ¿pero podrías hacerme un favor?

Disimulé mis nervios sonriendo y asentí con la cabeza. Me extendió un papelito con varios números apuntados.

—Este es mi número y el de Kaiden. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, llámale a él o a mí.

Hice el amago de devolvérselo, pero me lo impidió.

—Me las apaño bien, no hace falta...

—Lo sé, Samantha.

Y por un momento, cuando la miré a los ojos, me dio la sensación de que lo sabía todo. Por qué nunca había ido a una fiesta, que le había mentido sobre el motivo por el que estaba en Nebraska, que conocía a Jack, a mis padres; me sentí como si pudiera ver lo perdida que me sentía.

Pero eso era imposible, todos mis problemas se había quedado atrás después de que me fuera, no podían haberme seguido hasta allí.

Ahora era una nueva Samantha Raid.

Me lo repetí una y otra vez en el camino de vuelta a casa, hasta asegurarme de que la idea había calado hondo en mí. Cuando abrí la puerta del piso Elvis se me tiró encima, pidiendo semillas. Casi daba pena ver el apartamento vacío, solo con el sofá, mi maleta sin deshacer y las tres únicas cajas con cosas que había podido llevarme conmigo; estaba claro en qué invertiría mi primer sueldo, necesitaba con desesperación muebles.

Agarré él botecito de cacao mientras le servía semillas a la cacatúa y me eché un poco en los labios, casi siempre se me agrietaban si no me echaba vaselina constantemente y después me ardían de una forma horrible.

Casaaaa, casaaaaaa —habló Elvis con voz grave y afónica. Adoraba que hablara.

—Sí, amiguito, esta es nuestra casa ahora.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora