Tortitas de avena

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Cuando volví de la ducha, Ainhoa ya no estaba en mi habitación. Con los reparos que tenía, pensé que me esperaría antes de salir. Porque no se había ido, sus cosas seguían en la silla al lado de la cama.

Después de los besos en el hotel, habíamos tenido la conversación que teníamos pendiente y aunque quedaban cosas por trabajar, estábamos en un buen lugar las dos.

No sé qué me había poseído a pedirle que se quedara. Bueno, sí, no tenía ninguna gana de separarme de ella, ella tampoco de mí y ya que me había acompañado hasta casa... quería seguir sintiéndola cerca.

Nunca ninguna de mis parejas había pasado la noche en casa de mis padres. Habían estado allí mientras que mi familia había estado fuera o trabajando, pero nadie se había quedado toda la noche. Era la primera vez que tenía que navegar esta situación y, aunque no me daba ningún miedo porque sabía que no dirían nada malo, sí que me daba algunos nervios.

Ninguna de las cenas familiares con mis parejas parecía haber salido bien. No quería a Paolo aunque él intentase encajar como mi pareja y la vez que Ainhoa vino ya como mi novia, estábamos en un mal momento. No sabía cómo podría salir este desayuno, pero albergaba esperanzas ya que solíamos pasar solo unos minutos juntos y era mucho menos ceremonioso que una cena.

Me vestí rápido y salí en su búsqueda, aún con el pelo medio mojado.

Lo que me encontré en la cocina no fue para nada lo que me esperaba, aunque ciertamente no sabía qué me esperaba.

Mi padre ya vestía su uniforme de guardia civil y esperaba sentado en la mesa, tenedor y cuchillo en mano, mientras Ainhoa le servía un plato de tortitas.

"Buenos días..." Entoné casi como una pregunta.

Mi padre apenas levantó la mirada del plato, al que sonreía como un bobalicón, pero al menos contestó. "Buenos días, hija."

Busqué la mirada de Ainhoa y me dedicó un guiño y una sonrisa antes de volverse a la sartén y seguir maniobrando las tortitas.

"Buenos días." Mi madre apareció por la cocina, terminando de ponerse unos pendientes. Se paró a mi lado y me dejó un beso en el pelo. "Ay, hola, Ainhoa." Reaccionó. "Mm, pero qué bien huele."

Rodeó la isla y se colocó junto a ella, a cotillear, acariciando el brazo de mi novia en un gesto cariñoso. "Buenos días, Silvia. Estoy haciendo tortitas para todos." Ella sonrió al gesto.

"Ay, no tenías que haberte molestado, de verdad." Se giró y se sirvió una taza de café. "¿Habéis dormido bien?"

Ainhoa asintió y yo... me puse más nerviosa. "Solo dormimos."

"Mujer, ya imagino que para otras cosas sería más cómodo quedaros en la habitación de Ainhoa en el hotel..." Contestó mi madre con toda la naturalidad del mundo.

Yo me quería meter debajo de la mesa de la vergüenza: no quería comentar nada de mi vida sexual con mis padres, gracias. "¿Quieres más tortitas, Javi?" Intervino Ainhoa, cortando el momento, y no podía estar más agradecida.

"Sí, por favor." Le acercó el plato corriendo.

Mi madre frunció el ceño al ver que se echaba casi todas las nuevas tortitas que habían salido de la plancha. "Oye, no te pases, que hay que seguir la dieta que te dio el médico."

"No pasa nada. Ainhoa las ha hecho sanas para mí. Les ha echado plátano y alpiste."

Ainhoa intercedió, riendo. "Avena."

"Eso. Vamos que no llevan nada de azúcar ni mantequilla ni nada, pero esto está buenísimo." Celebró mi padre. "La mejor yerna sí es."

Eso consiguió que todos nos riésemos. "Querrás decir nuera." Le corrigió mi madre. "Pues es un detallazo, la verdad, pero tú podrías dejar un poquito para los demás, ¿no?"

Ainhoa le pasó un plato con un par de  tortitas a mi madre y dio la vuelta a la isla para acercarse a mí con otras dos.

"Hola." Musitó al llegar a mí.

Me mordí el labio. No podía dejar de mirarla, desenvolviéndose en nuestra cocina y con mi familia con total naturalidad. "Hola." Sonreí, plena de felicidad.

"Hija, bésala ya, que se te enfrían las tortitas."

Di un respingo y me quejé. "Papá..." Pero lejos de sentirse avergonzada, Ainhoa se moría de la risa. La relación entre estos dos desde la dichosa operación coche oficial me la tenían que explicar.

Volví a mirarla, con los ojos achinados y la sonrisa enorme. No tenía que pensármelo mucho. Me puse de puntillas, le cogí la cara, aprovechando para dejar una caricia, y le di un beso suave que correspondió enseguida.

"Buenos días." Susurró, apoyando su frente en la mía, feliz y me contuve las ganas de seguir besándola sin freno delante de mis padres.

"Uy, ¿qué ha pasado aquí?" Se unió Jon y nos sorprendió, girándonos hacia él.

Aproveché para retenerla a mi lado, rodeando su cintura con mis brazos. "Ainhoa ha hecho tortitas healthy, para papá."

"Muy bien ahí." Sonrió guiñando los ojos. "Ganándote al suegro. ¿Pero has hecho también para el cuñado?"

Enterré mi cara en su espalda, porque mi familia no tenía remedio y la noté vibrar con una risa contenida. "¿Para el cuñado que me reserva el primer café y me lo lleva a la habitación?"

"Oye, ¿no era el mío el primero?" Le acusé.

Él puso las manos en alto. "Había que ser buen huésped. Y, ¿a que a ti con todo tu sueño te ha sabido igual?"

"Te he dejado allí un plato. Corre, no se las coma tu padre." Atajó Ainhoa, mientras yo seguía agarrada a ella, con un mohín. Con mi café no se jugaba.

Jon cambió su objetivo. "Eh, no. Ni se te ocurra."

"Un poquito de respeto a tus mayores, eh."

Jon y mi padre se empezaron a chinchar y el foco de atención pasó de nosotros.

Ainhoa me obligó a salir de mi escondite en su espalda y se giró en mis brazos para estar cara a cara. "¿Te importa que me dé una ducha?"

"¿Pero ya has desayunado?" Le pregunté.

Ella asintió. "Me comí las primeras, de prueba. Y tu hermano me trajo el café."

"Vale." Sonreí. Al final tenía que agradecérselo a Jon y todo. "Mira en mi armario si hay algo que te pueda servir. Y te he dejado una toalla limpia sobre la cama."

Me dió un pico rápido antes de salir en dirección a mi habitación. "Gracias."

Vi cómo desaparecía por el pasillo, siguiéndola con una sonrisa que no había podido borrar desde que salí del baño. De repente, noté a mi madre al lado, pasándome una servilleta.

"Toma, hazte así." Mi cara debía ser un poema, porque no tenía ni idea de lo que me estaba contando. "Que se te cae la baba, hija." Se rió de mí, mientras mi padre y mi hermano seguían peleando. Ella me abrazó de lado y yo apoyé mi cabeza en su hombro. "Se os ve felices. Me alegro mucho por las dos."

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora