Del guerrero mas fuerte

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Ardiente  y dolorosa es la caída desde los cielos, una caída que quema como ninguna otra, que desgarra la carne y quiebra los huesos, ¿Que padre daría tal cruel destino a sus hijos? ¿Quién en mil años sería tan cruel como para hacerlo? Solo con la crueldad de un dios y el poder de un monstruo serían capaces de concebirlo, y pobre de aquel que invoque su ira, pues la ira de aquellos con poder ha de quemar mundos y destruir reinos, y pobres aquellos que sean hijos de tales monarcas locos, pues incluso estando en la cima del mundo, nunca han de ser libres de yugo de sus dueños.

Oh, como caen aquellos que nunca se rinden, trágico es ver los fuertes caer, Arohasear, grande eres y grande siempre fuiste, fiel como ningún amigo y poderoso cual montaña, tu ojos fieros en la batalla y amables en su misericordia, ¿Quién mejor para ser la mano derecha de una estrella? Oh, fuerte y feroz fue tu batalla, luchaste tu solo contra dos, contra diez y aun mas de cien, con garras y dientes te defendiste, no flanqueaste, no cediste, y fiel a tu rey te mantuviste, siempre a su lado y protegiéndolo sin titubear, incluso cuando la victoria se veía lejos, tu seguiste luchando, seguiste surcando los cielos y seguiste avanzando, guerrero como tú nunca en la tierra o en cielo a surcado.

Y cuán grande fue tu caída, gran guerrero, Nahum, El Fiero, tus alas una vez hermosas quemadas fueron  en tu descenso, el dolor alguna vez sentido por ti ningún ser ha de sentirlo de nuevo, pues gritaste de tal manera que la tierra tembló a tu voz, y ahora roto y deformado, la ira ha de consumir tu corazón y el mundo arder con él, hambriento y loco como un lobo fuiste, salvaje y sin control, mataste todo lo que el sol alguna vez tocaba, no por hambre o sed, si no por odio, un odio tal que lo esparciste como un fuego salvaje, y otros se volvieron vasallos de aquel poder maldito, legiones de guerreros locos te siguieron, bañados en sangre y fuego, matando sin piedad u objetivo, fue  la carnicería máxima, y tú, siendo general y guerrero, conseguiste que tu nombre volara con el viento, pero tus enemigos te pusieron uno nuevo, te llamaron Satán, el príncipe de la destrucción, padre de los sin ley, aquel que quema los cielos y el Enemigo Del Mundo.

Pobre, pobre es tu destino, tu ira tanto una espada como veneno para ti y tus enemigos, la brea y las llamas aun consumían tu carne, el dolor del odio constante insoportable ha de ser, pena algún sentían por ti, y otros alimentaban tu odio con más odio, pues tu consumiste sus hogares, sus hijos y esposas, y sobre el cielo del mundo, la oscuridad nacida de tus llamas más feroces cubrió la luna y el sol, el infierno se hizo en la tierra, y lo único que podían hacer era morir, pero incluso en la muerte ellos no han de descansar, pues tu odio consumió incluso tu fuego y tu fuego los consumió a ellos, ¿Qué es peor que morir en total sufrimiento y por manos ajenas?  No solo no poder morir, si no el convertirse en lo mismo que te dio la muerte, un avatar de la cólera, incapaz de amar, incapaz de reír e incapaz de morir, eso es un verdadero infierno.

Y en el día más oscuro, o tal vez la noche más sangrienta, de las profundidades del mundo, una voz surgió del cielo, pero esta no era de Dios, era de algo mucho más glorioso, era la voz de muchos cantando como uno solo, y sirviendo como pilar del coro, esta cantaba como ninguna otra, poderosa, titánica e inmensa era, y tan magnifica fue que incluso la carnicería se detuvo para escucharla, y entonces el señor de la guerra lo vio, era aquel que siguió incluso entre la tempestad, su estrella y su farol, su rey, Lucifer, El Gran Dragón Rojo, aquel que merece estar por encima de todas las cosas, y cuando sus ojos se encontraron, su locura se desvaneció como la niebla, y Satán al saber lo que en su cólera hizo, lloró, lloró como nunca lo había hecho y su voz casi muda por incontables gritos de dolor solo pudo susurrar sus lamentos, sus manos tenían sangre de incontables vidas y bajo su estandarte incontables más nunca llegaron a siquiera nacer, él no podía moverse, no podía hablar y no podía hacer nada para cambiar lo que hizo, él era lo mismo que fueron aquellos que probaron su ira, él era débil.

Y aun así,  solo aquel que conoció al verdadero guerrero supo ver más allá de la matanza, de la sangre y la muerte, su rey lo levanto de donde estaba  y viéndolo con un orgullo ardiente en sus ojos le dijo-"¿Acaso crees que no tienes redención, general? Todos aquellos que vivan, respiren y amen merecen ser redimidos, esto no es un final, ¡¡¡ESTO ES UN RENACER!!!"

Y con su voz, miles de otras se alzaron, eran las de sus hermanos y hermanas, todos sonreían y se veía radiantes como el sol, él solo pudo llorar de ver tan hermosa vista y agradecido estaba de no haberles arrebatado aquella sonrisa para siempre, de haber sido así, nunca se lo perdonaría. Y como una gran bandada, El Gran Dragón reunió a  todos aquellos que eran de su pueblo y con el general a su lado, volvieron a aquel lugar donde todo empezó, donde su carnicería dio comienzo, lo que antes fue un lugar próspero y hermoso, ahora solo era un paraje muerto, corrupto y roto, menos que una sombra de lo que antes era, y en él, el general encontró aquellas plumas de sus alas, ahora negras como la noche y sin un solo reflejo de lo que antes habían sido en aquellos días, pero La Estrella de la Mañana las recogió, una por una y sin dejar ninguna atrás, y cuando las encontró todas, se las dio a su guerrero más fuerte y dijo-"Levántalas, por estas son tus nuevas alas, pues estas ya no son las mismas que te dieron, y tú ya no eres el mismo guerrero, así que póntelas con orgullo, úsalas con honor, tú ya no has de ser enemigo o destructor, ahora eres Aamon, Señor del Fuego y Guerrero Incomparable, Espada del Inocente y Escudo del indefenso, ¡ ¡ ¡ LEVANTATE, REY AAMON!!!"-

Y con las palabras del dragón, tantas cabezas como puedan caber en el mar se inclinaron ante los dos, y Aamon por ninguna palabra conocida por mortal o eterno supo expresar si dicha, solo pudo sonreír, y con fuego unió sus plumas y estas jamás se separaron de su espalda otra vez,  siendo testigo de que el fuego no solo destruía y devoraba, y de que si había esperanza para él, tal vez hubiera esperanza para todos, solo el tiempo lo diría, y hasta entonces, protegería su orgullo y su familia con su vida, por siempre jamás, por siempre en la eternidad.

FIN.

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