20

9 1 0
                                    

Eduin Henderson.

No había visto mi rostro, pero sé que estaba igual de pálido que mis manos. A pesar de tener a Jade a mi lado, la estuve ignorando, absorto en mis pensamientos. No podía creer lo que Jacob me había dicho en la llamada.

Isaac había muerto. Era imposible. Ese pequeño guerrero estaba en un lugar mejor. Por más que intenté buscar una explicación para lo sucedido...

En cuanto entramos a la pequeña casa la realidad me golpeó. La familia de Isaac era de escasos recursos, por lo cual, para ellos, fue una bendición que mi primo les ayudara a trasladarlo a una clínica como la de mi padre. Había pocas personas vestidas de negro en el pequeño lugar, el cual olía a humedad y las paredes parecían caerse. La sala tenía algunas sillas plásticas a su alrededor. En el centro se encontraba el pequeño ataúd negro que llevaba a mi pequeño.

Sentía como las lágrimas se escapaban de mis ojos y realmente no intentaba apartarlas. No tenía caso, tomando en cuenta que seguirían cayendo. Me acerqué a la madre desconsolada que lloraba a un lado. En cuanto me vio, corrió hacia mí como si fuera su salvación.

—Me ha dejado — fue lo único que murmuró entre sollozos, aferrándose a mi camiseta y dejando sus lágrimas impregnadas en la tela. La abracé y ella se aferró aún más a mí.

Me dolía bastante, eso era más que obvio. Recordar al pequeño al que le prometí tantas cosas para motivarlo a luchar. Pero a veces no consiste en luchar, sino en lo que Dios espera. Todos a nuestro alrededor lloraban y se consolaban entre sí. En ese momento fui consciente de que quizás eso también afectaría a Jade, por la reciente partida de su abuela.

Me giré hacia ella para observar cómo se mantenía a mi lado.

—Lo lamento... no sé qué decir — murmuró avergonzada.

—Isaac era un niño al que la fundación del padre de Jacob ayudó a recibir atención para su enfermedad — expliqué mientras salíamos de la vivienda.

—Te debe de recordar a tu madre.

—Lo hace — admití.

Esos cuatro años sin ella había vivido mucho, pero el duelo era algo con lo que aún trabajaba. Y recordar la manera en la que la perdí me hace compadecerme de esa madre. Sé lo que es tener la esperanza tan cerca y, a la vez, tan lejos. Sus brazos se enredaron en mi pecho, obligándome a corresponder.
...

Había pasado ya una hora cuando pude visualizar la imagen de Jacob con sus compañeros, los doce discípulos de Jesús. Se acercó a mí y no tuvimos que mediar palabras para intercambiar un abrazo. Me había alejado de él desde la discusión en la clínica y él estuvo ocupado, lo que me hizo la tarea fácil.

—Todo estará bien — aseguró en mi hombro.

Y no lo dudé, soy consciente de lo que es vivir con un corazón que Dios sana constantemente, pero en esos momentos era difícil. Jacob pasó con el grupo de chicos para dar sus condolencias a la madre desconsolada.

—Te he traído café — aseguró mi novia, acercándose con dos tazas.

Tomé una, agradeciéndole con una mirada que esperé supiera interpretar.

Me comporté un poco tosco e insensible con ella en esa hora. No le había hablado mal, pero ni siquiera le dedicaba la palabra. Sin embargo, realmente agradecía su presencia. No pude contenerme más y, una vez, le tomé ambas tazas de la mano y las coloqué en la silla. La jale para envolverla en un abrazo en el que me quedé sumergido unos minutos. Su colonia era tan suave que incluso me transmitía paz.

—Estoy aquí para lo que necesites — aseguró en mi pecho.

Me limité a acariciar su cabello como mi propio consuelo.

Encuentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora