Gia
Mientras exploraba mi recién renovado apartamento, inspeccionando minuciosamente cada rincón, me invadió repentinamente la pregunta de cómo sería mi vida a partir de ahora.
Me acerqué a los amplios ventanales y dejé que el sol de mayo acariciara mi piel, aunque bajo esa calidez superficial, seguía sintiendo un frío que me helaba por dentro.Tenía que iniciar de nuevo, aprender a convivir con mis heridas. Debía adaptarme a un nuevo hogar en una nueva ciudad. Parecía que tenía que afrontar muchas cosas y todas me parecían excepcionalmente desafiantes.
Mi mente seguía tratando de retroceder al pasado, donde una vez lo tenía todo pero mis circunstancias habían cambiado de la noche a la mañana y debía por mi propio bien comenzar a procesarlo.
Respiré profundamente y me forcé a no sumergirme más en mis recuerdos; a veces lograba sabotearme incluso cuando estaba lista para este nuevo comienzo.Continué explorando mi nuevo apartamento y una sensación cálida volvió a instalarse en mi pecho. Me llamó la atención que la constante opresión en mi pecho poco a poco empezara a disminuir no había conseguido que eso pasase desde hacía demasiado tiempo, y de cierta forma eso logró serenarme y brindarme la tranquilidad que necesitaba para pasar el resto del día desempacando las maletas y organizando mi ropa en mi flamante vestidor nuevo.
Sin duda, era lo que más amaba de esta nueva casa, además del hecho de que cada rincón estaba decorado a la perfección según mis gustos y siguiendo a la perfección mis indicaciones.Si tuviera que describir mi nuevo hogar en una sola palabra, sería "orgullo". Había encontrado este piso viejo y descuidado, que tras unas modificaciones transformé en un elegante y moderno apartamento en el mismísimo corazón de Madrid. Aunque había sido un trabajo arduo, lo había valido. Remodelamos y decoramos a distancia en tiempo récord. A pesar de haber pasado un buen tiempo sin trabajar, parecía que no había perdido mi toque. Mi nuevo piso se encontraba entre mis mejores creaciones hasta la fecha.
El ambiente general era acogedor y sofisticado, perfecto para mi. Los suelos de madera aportaban una sensación de calidez, mientras que la iluminación suave y cálida envolvía cada rincón. Una paleta de colores neutros y suaves, acompañada de paredes blancas, generaba una atmósfera serena. Las obras de arte abstracto en las paredes agregaban un toque de refinamiento, mientras que los amplios ventanales, enmarcados por delicadas barandas de hierro forjado, proporcionaban vistas expansivas y una conexión con el entorno exterior. La transición fluida entre las áreas satisfacía mi gusto por los espacios abiertos.
De repente la puerta principal de mi casa se abrió de golpe y mi mejor amiga irrumpió en mi piso como un torbellino sacándome rápidamente de mis cavilaciones internas . Aitana Navarro siempre me había parecido un ciclón extra tropical, arrasando con todo a su paso, pero de una manera hermosa. Aitana era alta y de complexión delgada, lo que le daba una presencia esbelta y elegante. Su cabello rubio oscuro caía en suaves ondas que enmarcan su rostro, aportando un aire sofisticado y moderno. Sus ojos, de un cálido color avellana y ligeramente achinados, le daban una mirada profunda y expresiva que no pasaba desapercibida jamás. Su piel clara resplandecía con un tono saludable y uniforme, destacando aún más sus rasgos faciales delicados pero definidos. Siempre solía jugar con sus anteojos, un hábito que reflejaba su carácter inquieto y creativo. Sus mil pares de anteojos eran una extensión de su estilo, siempre distintos y cuidadosamente seleccionados para complementar su vestimenta. En cuanto a su estilo de vestir, era simplemente fenomenal. Tenia una habilidad innata para combinar elegancia con un toque disruptivo, creando looks tanto vanguardistas como refinados. Cada prenda que elegia parecía estar diseñada para resaltar su figura y personalidad, convirtiéndola en el centro de atención en cualquier lugar donde se encontrara. Allí estaba ella, en medio de mi piso, con unas gafas retro de montura ancha en color rojo, unos pantalones estampados de color verde, un chaleco rojo y unas bailarinas a juego que completaban su outfit, mientras me observaba con duda en su mirada.
Incluso en ese momento, con la incertidumbre marcada en su rostro, seguía siendo impresionantemente hermosa.
-¿Qué te parece? ¿Es demasiado? ¿Hay algo que no te guste?- escupió de forma apresurada mientras agitaba sus manos para señalar el espacio que nos rodeaba.
Me tomé un momento para observar el espacio antes de responder. -En realidad, me parece perfecto- dije con una sonrisa tranquilizadora. -Me gusta cómo has combinado todo, tiene un estilo único y muy yo?- Asintió levemente con su cabeza y antes de que pudiera anticiparlo, se movió con determinación hacia mí, sus pasos resonaron suavemente en el suelo de madera. Sus brazos me rodearon con firmeza, atrayéndome, fundiéndonos en un abrazo largo y silencioso, donde el tiempo parecía detenerse. Era uno de nuestros momentos de conexión pura, donde las palabras sobraban y nuestras almas se entendían sin esfuerzo. Sin dura era una de las cosas que más apreciaba de nuestra relación: la capacidad de comunicarnos sin necesidad de palabras, simplemente con nuestro propio lenguaje de amistad.
-Odio que las circunstancias de tu mudanza no sean felices.- me dijo sin soltarme.
-Pero al menos estamos juntas de vuelta. Estaremos a solo un taxi de distancia, sin un océano de por medio y sin la molesta diferencia horaria.-señalé.
-¿Como te sientes Gia?- Me pregunto separándose de mi y mirándome directamente a los ojos.
-¿Descontando el hecho de que mi ex prometido tiene una enfermedad terminal que decidió no tratar y me ha dejado? Creo que me encuentro bastante bien. Total, ¿Qué posibilidades tengo de que algo más me suceda? ¿Qué tan bizarro y doloroso puede ser el destino?-contesté de manera casi sarcástica.
-Amiga, a veces la vida puede ser una jodida putada, pero te prometo que estoy aquí para ayudarte a reponerte, para empezar de nuevo juntas y para que por fin encuentres la felicidad, Gia. Porque si hay algo que mereces es eso, y no se te ocurra pensar lo contrario ni por un segundo.-Espetó, mientras me soltaba y se acercaba a uno de los armarios de la cocina y sacaba dos copas de champagne.
La miré con curiosidad mientras abría el refrigerador, totalmente vacío, y sacaba lo único que había en él: una enorme y fría botella de champagne que estaba segura yo no había puesto ahí.
-¿Pensaste que no íbamos a brindar por tu mudanza a Madrid?- me preguntó.
A decir verdad quería estar sola en casa, acostumbrarme al apartamento, tratar de recobrar el aliento. Abrir una botella de vino y sentarme en mi enrome sofá nuevo y maldecir con furia, porque odiaba el cáncer, odiaba el hecho de que me hubiera separado del amor de mi vida, y más aun odiaba tener que hacerme a la idea de que ya no tendríamos una vida juntos como habíamos planeado. Pero solo conteste:
-¿Si nos tomamos una copa, luego me dejarás en paz para terminar de desarmar mi maleta? Necesito un poco de tiempo para acostumbrarme a la idea de estar aquí.- pregunté, pero mis esperanzas desaparecieron al instante cuando contestó.
-De ninguna manera te voy de dejar encerrarte aquí dentro por más hermoso que nos allá quedado el piso. Vamos a tomar una copa, y luego te vas a cambiar a y vamos a ir por unas tapas y unas cañitas para celebrar tu llegada por todo lo alto. De estar encerrada en casa ya has tenido suficiente.-dijo con un tono decidido que indicaba que no tenía la más mínima escapatoria.
-Eres exasperante de cojones, y solo lo haré porque te extrañaba. -murmuré mientras acercaba la copa de champagne a mis labios y veía como en su rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción.
ESTÁS LEYENDO
Lo que creíamos haber dejado atrás
RomanceGia trata de reponerse a uno de los momentos más difíciles de su vida, y en el camino se encuentra con Gabriel. Pero Gabriel vive la vida a 300 km/h, y arrasa con todo lo que se cruza a su paso. A medida que se cruzan sus caminos ambos descubren l...