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Una parvada de loritas chirriaban en la copa de los árboles de la cuadra, especialmente sobre un siempre verde de gran tamaño que se erguía orgulloso justo en frente del tres ochenta y dos de la Miguel Cané. En el interior del hogar, aquel ruido apenas era oíble con las ventanas cerradas. El aire acondicionado funcionaba a veintiún grados. Apenas ayer había sido instalado. Pero en el mutismo fresco del pasillo, el sonido constante de un "track" resonaba por las paredes de la casa. Pablo se hallaba solo en el living de ésta, peleando con su equipo de música y unos cassettes vírgenes que le había regalado su tío el verano pasado.

«Dios, no, hacete culiar Fabián de González Catán», espetó enojado cuando al final de una nueva canción de Metallica superpusieron el saludo de un oyente emocionado. Una mañana pérdida esperando a que suene Until It Sleeps para que el locutor arruine su grabación en los últimos treinta segundos de ésta. «Voy a tener que comprar el disco. Me va a salir un ojo de la cara», comentó desanimado mientras se tiraba en el sillón a continuar leyendo Los Inrockuptibles, una nueva revista de Rock y cine que había comenzado a editarse en el país hacía poco tiempo, pero ya era una de sus favoritas.

Otra de sus cosas favoritas era su "amigo" Lionel Scaloni, a quien no había visto desde el domingo debido a que su padre suspendió los arreglos en el hogar por la instalación del bendito aire acondicionado, esa tecnología que ahora lo hacía tan feliz. Suponía que ya no habría calor que nublara su mente y lo impulsara a hacer cosas tan poco decentes a los ojos de la sociedad en la que le había tocado ser adolescente. Pero todas eran meras conjeturas hasta volver a tener al pelinegro rondando por su casa.

De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido constante del teléfono fijo del hogar, se estiró apenas un poco y levantó el tubo que descansaba sobre el resto del aparato sobre una mesita esquinera abrigada con un mantel blanco de crochet.

—Hola —enunció con un bostezo al borde de sus labios.

—¿Recién te despertas? —lo regañó su padre al otro lado de la línea.

—No, pá, hace rato que estoy levantado. Tengo fiaca no más —se justificó rápidamente antes de que su progenitor le diera un sermón sobre esos de salir a ganarse el pan y un montón de cosas más que en ese instante no tenía ganas de volver a oír.

—No importa, te aviso que Lionel irá más tarde para pintar nuestra pieza. Hace unos sanguches de milanesas para los dos, le dejamos un kilo en la heladera. Nosotros volvemos por la noche. No hagas giladas, eh.

—¿Y qué giladas voy hacer en un barrio donde conozco a dos gatos locos? ¿Mezclar gaseosas? —alegó con ese sarcasmo que a veces desesperaba al pobre hombre que colaboró en su concepción.

Corto la llamada tras hablar con su madre y se despidió de ambos prometiendo cuidar la casa y a Lionel. No podía creer lo desconfiados que eran con una persona de diecisiete años. «Ya no soy niño», pensaba mientras volvía a acomodarse en el sillón para continuar leyendo su revista. Aunque sin querer, pasó a llevarse un pequeño adorno de vidrio sobre la mesa ratona. Alterado, fue de prisa a buscar pala y escoba, y algún otro adorno con cual reemplazarlo. «Bueno, no creo que haya tanta diferencia entre un cisne de vidrio y una orca de cerámica. Ambos son animales, ¿no?», se decía en vano, en un intento autoconvencerse de que su madre ni su padre se darían cuenta del sutil cambio en la decoración del living.

Sonó el timbre. «Mamá te juro que yo...», le habló a la nada. Traicionado por los nervios rió como un loco y se levantó del suelo en el que ya estaba buscando refugio. Abrió la puerta y se encontró con Lionel, quien ya siquiera llamaba desde la reja, directamente cruzaba el jardín y tocaba el timbre junto al marco de la puerta. Como cual pancho por su casa, pensó mientras le daba espacio para entrar.

Enero del 96 (Ex Pibe del 382 - Scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora