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—No quiere visitas... Dice que no se siente bien— aseguró Alexander que había estado jugando con Frances en la gran alfombra del salón gran parte de la tarde.

—¿Está enfermo?— Cuestionó Henry y Hamilton negó.

—Cansado, no dejan de hacerle preguntas y, le harán un juicio— aseguró y el hombre suspiró. Alexander le contó que debía volver a por aquella nota de John y conseguir una traducción, por lo que, mañana por la tarde regresaría. No sin antes visitar a John. —¿Cómo ha ido la noche?

—No he podido pegar ojo— afirmó John. No dejo de escuchar a otros hombres lamentarse y no puedo dormir.

—Lo lamento— dijo Alexander algo triste. Al menos estaba ahí, al lado de John.

—¿Puedes decirle a Kinloch que quiero que sea mi abogado?— Preguntó el de ojos azules y Hamilton, no muy convencido, asintió. —Ojalá estuvieses aquí por la noche— dijo agarrándolo por la cintura y dándole un beso en los labios. —Te echo de menos— aseguró moviendo un poco el cuello de la camisa de Alexander para dejarle ahí algunos besos y mordiscos.

—Yo también... Te voy a sacar de... Ah, Jack— dijo colocando una de sus manos en la desordenada cabellera del otro. —¿Qué haces? Me vas a dejar un sello

—Así me aseguro que no te acuestas con André, sé que le tienes ganas y si no estoy allí, tus deseos te van a poder— aseguró separándose del cuello de Alexander y se sentó en la cama.

—¿Por qué estás tan seguro de eso?— dijo sentándose sobre John y le dió un beso más. —André es guapo, pero no es especial. Tus ojos no los tiene nadie— se tocó el cuello, donde John había estado antes, estaba seguro que se iba a notar.

—Así no se verá— dijo John acomodando la camisa de Alexander. —Aunque no lo parezca, pienso antes de hacer las cosas.

—Nadie lo duda, Jackie— aseguró Hamilton recibiendo otro beso de su amigo y el propio pecoso empezó a desabrocharse la camisa.

—No, Alex, no es el momento— dijo quitándole las manos y volviéndole a abrochar los botones. —Este no es un buen lugar. Tengo la sensación de que me observan. Deben saber lo que hacemos...

—¿Y me lo dices ahora?— Preguntó Alexnder. —¿Ahora que esto sentado encima de ti con las piernas abiertas? ¿no me lo podías decir antes?

—No te están viendo, están en la puerta escuchando. Da gracias a que no te he hecho gritar y...

—¿Escucharon la conversación de ayer? ¿La de los espías?— Preguntó Hamilton algo asustado.

—Puede ser, de todos modos, me van a enjuiciar por eso. No me apetece que sea también por sodomita.

—¿Y por estrangular a un oficial?

—Solo lo intenté, pero fallé— aseguró John rodando los ojos. —Claro que me van a enjuiciar pero...

—Pero nada. Mira, no vuelvas a liarla otra vez— dijo Hamilton. —Me pones nervioso. Espérame aquí, regresaré lo antes posible— dijo dándole un beso y después de aquello de marchó directo hacia el cuartel.

Estuvo con Lafayette toda la noche buscando la bendita nota y al final lo hicieron unos minutos antes de la cena, donde discutieron que sería lo más adecuado hacer. Insistieron en mandar a otro hombre a seguir con aquella misión, pero Hamilton se negó a que alguien ocupase su lugar.

A la mañana siguiente tomó rumbo a la casa de los Laurens y ya llegó una vez la noche muy avanzada. Le daba algo de corte llamar a la puerta a aquella hora, pero al ver algo de luz encendida, lo hizo.

Sorpresivamente, no fue Henry quien le abrió la puerta, sino, su tan ansiado John. —¡Jack!— Dijo Alexander dándole un efusivo abrazo. —¿Cómo es que estás aquí?— Preguntó emocionado y vio como cargaba en brazos a la pequeña que estaba dormida.

—Mi padre ha negociado con ellos, tengo libertad condicional. Mientras no me marche de aquí, no me volverán a encerrar.

—Eso es fantástico— dijo con una sonrisa. —Estás tan guapo de color blanco— dijo viendo la casaca que llevaba. Por fin estaba limpio y peinado, tal como a él le gustaba, aunque su pelo no podía recogerse y lo llevaba sobre la cara de cierto modo.

—Pasa, ahora puedo ayudarte yo a traducir y enviar eso— dijo con una pequeña sonrisa y la pequeña se despertó por escucharlos hablar tanto. —Frances, duérmete— le susurró a la pequeña de cabellos rubios que se veía muy cómoda sobre su padre.

—Papá— dijo agarrando un poco del cabello de su padre con su mano. —Papá.

—Es tan tierna— dijo Alexander sentándose en el sofá junto con John. —Hemos hablado sobre el juicio. ¿Tienes algo pensado?

—Llamar a Francis para que me saque de este lío— aseguró. —Está en la ciudad, mañana hablaré con él. Mi padre piensa cambiarme por unas fincas al sur de Nueva York.

—Espero que eso sea pronto— murmuró Alexander.

—Te ves cansado. Deberías ir a dormir.

Hamilton no negó la propuesta del rubio y no tardó en quedarse dormido hasta la mañana siguiente. Fue a desayunar algo, café concretamente, y vió a John y a Francés haciendo un pastel del cual la niña se quería comer todo el chocolate antes de ponerlo. Después de aquello, salieron a jugar al jardín y Hamilton fue con ellos para despejar su mente un rato.

En vez de despejar su mente empezó a pensar en cosas que no debía. Se sentía culpable por haber sido uno de los motivos por los que John seguía en el cuartel, sin duda, aquel estilo de vida más familiar era para él. Se veía feliz con Frances y es realmente lo que quería hacer si Washington y Hamilton no se hubiesen entrometido.

—Jack— llamó Hamilton y el de ojos azules se acercó a su lado mientras la niña cogía algunas flores. —Siéntate.

—¿Qué sucede?

—¿Estás seguro de regresar con nosotros?

—Claro, tengo mucho trabajo a medias— dijo mientras Frances se acercaba a darle flores. —Aunque aquí también tengo trabajo— aseguró sentando a la niña sobre él. —Debería casarme de nuevo. No puedo obligar a mi padre a que la cuide cuando yo regrese.

—Parece que a él le gusta hacerlo.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora