19. Tercera carta. Mis inicios

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A mi edad he visto a incontables guerreros ir y venir por las venas del Loto Rojo. Se podría decir que fui parte importante del problema que significó la organización, mi ayuda facilitó el acercamiento hacia el objetivo de atrapar y matar al Avatar y a sus seguidores.

Cuando nací el Loto Rojo era liderado por Azula, una mujer despiadada, fría y obstinada que se sentía obligada a vengar la muerte de su padre. Ozai, el líder anterior, había muerto a manos de un joven miembro del Loto Blanco llamado Zuko y desde entonces Azula se había empeñado en darle caza a él y al Avatar por igual.

Ozai había sufrido graves quemaduras por todo el cuerpo, agonizó durante días hasta que la infección de su destrozada piel ganó la batalla y le arrebató la vida. Azula corrió la voz diciendo que su padre había sido víctima del Avatar, años después me enteraría de que el Avatar no había tenido nada que ver con la muerte de nuestro líder, pero la mayoría de los miembros del Loto Rojo nunca lo supo, mucho menos lo supieron los rebeldes, quienes inadvertidos servían como el medio principal para esparcir las mentiras del Loto Rojo por el resto del mundo.

La jerarquía de la organización variaba dependiendo del líder, en el caso de Azula, las dos personas con más autoridad luego de ella eran sus más fieles seguidoras; May y Ty Lee, dos invencibles guerreras que sirvieron de guardias a la líder durante todas sus vidas. Habían crecido juntas y la confianza que nació de su amistad hizo que Azula las mantuviera cerca en todo momento. El papel que ellas desempeñaban no se limitaba a cuidar de Azula, sino también de resguardar el génesis del Loto Rojo, un libro que contiene todas las reglas y la narración del inicio de la organización.

Solo los líderes de la organización y algunos discípulos selectos tienen permitido leer el maldito libro, la organización dependía de lo que estaba ahí escrito y todos los que conocían de su existencia lo trataban como a un objeto sagrado.

Por debajo del círculo íntimo del líder seguíamos nosotros, conocidos como "sabios maestros" somos los miembros de la organización con algún poder elemental, un registro impecable en cuanto a desempeño y número de éxitos logrados, que hayamos nacido y crecido dentro del Loto Rojo y que tengamos más de los cuarenta años. El título nos permitía asistir a las juntas con el líder, aportar ideas y estrategias para el control de los grupos rebeldes, así como planes para atrapar al Avatar y eliminar al Loto Blanco.

Consejeros podría ser otro título para nosotros, pero ya que la principal tarea de los sabios maestros era esparcir información por la organización para mantener a todos bajo control, el título de "maestro" resultó más apropiado. Lo que los sabios maestros ignorábamos era que las mentiras no salían solo de nuestras bocas y que el líder con el génesis bajo el brazo era el único que realmente lo sabía todo.

Azula tenía diecinueve años cuándo mi madre falleció dando a luz, Ozai había muerto un año antes, y mi madre, a sus treinta años había servido a ambos líderes de forma ejemplar; como consecuencia Azula consideró necesario asegurarse de que sus talentos se hubieran pasado al infante antes de descartarlo como a un rebelde más. De no ser por eso estoy seguro de que mi vida habría terminado en algún mugroso coliseo rebelde alrededor de los dieciséis años.

Mi padre fue un aclamado gladiador rebelde, si bien entre la sociedad rebelde ese era un título respetado, para el Loto Rojo ninguno de ellos era considerado importante, por eso Azula y los sabios maestros condenaron la relación que mi madre había mantenido con él; importaba poco el renombre que aquel hombre tuviera en la isla, un rebelde siempre sería una basura si se comparaba a un maestro elemental del Loto Rojo y no existía nada que pudiera cambiar semejante verdad.

Jamás conocí a mi padre tal cual, los sabios maestros me dijeron su nombre y me permitieron asistir a varias de sus peleas en el coliseo hasta el día en el que murió en una de ellas. Yo debía tener alrededor de diez años cuándo un descuido del aclamado rebelde bastó para que la oxidada navaja de un hacha le abriera el abdomen y sus tripas cayeran al suelo frente a todos los espectadores.

Antología. Futuro Incierto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora