Capítulo 6

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Hacía años había existido un chico, antes de que se le diera el nombre de Draken

Ese chico se llamaba Ken, y era un huérfano.

Más que huérfano... un niño abandonado.

Porque...


¿Quién hubiera querido criar a un bastardo Alfa que solo atraería atención no deseada y millares de problemas?


Tuvo suerte de que, una vez su madre lo abandonó, un grupo de prostitutas se lo encontrara en la basura, se apiadara de él, y se lo llevara al burdel, y lo cuidara con mimo y afecto, como si fuera el hijo comunal de una comuna de gatas callejeras.


Así es cómo pasaría Ken, o Kenny, sus primeros años de vida: viviendo en un lupanar.


No que su vida fuera desastrosa, podría haber sido mucho peor. Es decir, no tuvo que mendigar, nadie abusó de él o lo maltrató, siempre tuvo un techo y un plato caliente, y el peor de sus días se limitó a quedarse con los dedos entumecidos después de haber masajeado los hombros de todas y cada una de sus 'hermanas mayores'.

Hermanas que irían rotando, renovándose, desapareciendo.

La vida en el burdel no era tan mala para él, que solo era un mero inquilino, un observador.

Un observador que se dio cuenta de diferentes verdades sobre la vida desde temprana edad, y conoció la parte más nauseabunda del mundo adulto sin estar preparado para ello.

No creyó, ni cree, que jamás nadie estaría preparado para la hostia que da la vida a quienes menos lo merecen.

Sus 'hermanas mayores', cada una con su nombre, vida, deseos e ilusiones, eran, en el mundo real, una masa. Una masa de carne que provocaba placer a cambio de un par de perras, y a la que los hombres trataban con desprecio.

Como dicho antes, se renovaban; ser una "dama de la noche" —como ellas se llamaban a sí mismas y como la madame gustaba de llamarlas— no era fácil y era perecedero

Algunas duraban años; otras, días. Con suerte, dejarían la vida de la calle —calle, porque en la calle embelesaban a los futuros clientes con sus cantos de sirena, para luego arrastrarlos al local que poseían en aquella misma calle, siempre tan llena de ellos— para casarse con algún hombre rico, gordo y asqueroso, que les ofreciera una vida 'honrada'. Ken no sabía que significaba "honrado" a esas alturas, y dudaba de que cualquier explicación le abriera los ojos de todos modos.

De cualquier forma, la mayoría de ellas sufrían peores destinos. El más común, la muerte.

Ellas, vulnerables, eran las que caían como moscas en épocas de peste, atosigadas por la fiebre, y por las diferentes dolencias y maldades que los encuentros pecaminosos con los hombres desagradables les hubieran dejado. A veces quedaban embarazadas, y mataban a sus propios bebés con brebajes que les proporcionaba la madame, y a veces los bebés nacían muertos, y Ken las escuchaba llorar durante toda la noche para ser dotadas de otro bebé sin futuro al día siguiente, y a veces eran ellas también las que morían al dar a luz, durante, o días después.

Los verdugos, los hombres insaciables, aparecerían ese mismo día sin mirar dos veces en la dirección de aquellas jovencitas, a veces incluso demasiado amoralmente prematuras.

El cielo en tus ojos  | AllTakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora