Capítulo dos

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Había pasado una semana de mi visita a la iglesia. Todo iba súper normal.

¿De que vale ser joven y no ser feliz? Era una pregunta que frecuentaba bastante mi cabeza en los últimos años. Apenas tengo veinticuatro años, y siento que la vida no me regala flores, continuó obteniendo espinas.

Martha una hermosa peruana se acercó a mi.

—¿Cómo va tu día?—me pregunta una vez a mi lado.

—Me encontré diez dólares en el metro esta mañana. Si eso no es felicidad no sé que lo sea. —está ríe, sonreí mientras quite mi vista del vaso que tenía en mis manos para clavarla en ella.

—¿Qué hay de ti? ¿Sigues evitando al señor bigotitos?—me da una mala mirada, ahora fui yo la cual río.

—No es gracioso, Ferns.

—Si, si, claro.

—Estoy harta de él y sus mentiras y excusas.

—A ver. ¿Dime que esperabas tú de un hombre que engaña a su esposa con una prostituta?

—No tienes que ser tan dura.

—Lo siento. —soltó un suspiro pesado y se sentó en la barra junto a mi.

—¿Por qué soy tan estupida? No debí creerle nada de lo que me prometió. Pero es doloroso aceptar la realidad.

—Creer es lo único que nos mantiene cuerdas. No eres la única que ha pensado que vendrá un hombre y nos sacará de esta vida, que formaremos una hermosa familia y toda esa chorrada. Así que tranquila.

—No le quita lo triste y decepcionante.

—Soporta.

—¿Y tú lo haces?

Forcé una sonrisa y la mire.

—Aún sigo aquí ¿no?

•••

Era ya mi día libre, no tenía ánimos de quedarme en casa. Así que decidí salir a cenar. Me puse una falda larga en color rojo y un top blanco.

Mis labios estaban teñidos de un bonito rojo, deje mi cabello castaña al aire libre. Tome mi bolsa y fui a uno de esos puestos de comida, quería unos tacos así que entre a un pequeño local mexicano. Ordene tacos al pastor y mientras esperaba pedí una margarita. A lo lejos había un hombre de unos treinta años me que miraba coqueto, levantó su copa en alto en forma de saludo, me limité a sonreírle.

De la nada un amargo recuerdo llegó a mi mente. Cuando intente salir de Flowers. Miguel, el dueño no quería dejarme ir, aunque pensé que estaba decidida para irme, no lo hice.

Las palabras que me dijo esa vez fueron; las mujeres de tu clase solo sirven para una noche, no pienses que algún hombre de este lugar está interesado en ir más allá de darte unos cuantos dólares, disfrutar de tu cuerpo y luego largarse.

No creo que nadie pueda llegar amarme, nunca he experimentado el amor, un abrazo cálido en una noche fría. El susurro de un te quiero mientras me moría de miedo, nada de eso.

Pero bueno. Cuando me entregaron mi cena no lo pensé dos veces y empecé a comerla, estaba muy rica.

El reloj de mi celular marcaba las diez de la noche, pague la cuenta y me levanté. Decidí caminar hasta la casa, total, no me quedaba tan lejos. No le tengo miedo a caminar sola, ni mucho menos a la oscuridad de la noche porque de ella vengo. Me distraje y pare de caminar cuando a lo lejos vi a una niña correr desesperada.

De la nada a mi mente llegó la imagen de esa niña que había conocido hace dos semanas atrás y que no pude cumplir lo que me pido, ella quería volver a verme y yo no volví acercarme al parque desde ese día.

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