Estaban en la misma habitación, mirándose mientras lloraban, se dieron la mano y dijeron que estarían bien.
En aquella habitación sus corazones dejaron de latir, pero eso no quiere decir que su amor haya dejado de existir.
Todos supieron el gran amor que tuvieron, ese amor que les hizo daño, les hizo aprender; que el amor no cura, que amar a alguien roto dolerá y te romperá en mil pedazos, sentir impotencia al saber que no lo puedes ayudar, por más que quieras que su dolor desaparezca, siempre estará ahí. Y lo verás con la mirada perdida, sin ese brillo en los ojos, y ese será el precio de amarlo, verlo y no poder ayudarlo.
Pero, así es el amor, ¿no?
Amar es sufrir y, eso, ambos lo sabían, pero no les importó y decidieron darlo todo.
Ellos estaban rotos, habían sufrido demasiado, sus heridas estaban sangrando, nunca se curaron, nunca cicatrizaron.
Sabían que nunca iban a estar bien y, decidieron acompañarse en su sufrimiento, dando felicidad a sus cortas vidas.
Murieron amándose y sabiendo que pudieron ser felices por lo menos un minuto de su vida.
Ahora, en alguna parte del mundo, ellos están recostados en un lindo bosque, porque sí, eran almas destinadas.
A pesar de todas las adversidades, ellos son felices ahora.