Capítulo 36

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CAPITULO 36


     Albert se marchó del hotel con el corazón marchito por su propia causa, al amparo de la noche, con una sola idea cruzando por su cabeza: eliminar a todos los hombres que de alguna u otra manera habían permitido que sus decisiones produzcan desilusión, ira y desamor en Ellen. Trepó con rabia la escalera que minutos antes dejara apoyada al borde de ese techo y sin mucho esfuerzo cruzó al frente, desde allí, pudo ver a través de la ventana a su amada con los brazos doblados sostener su rostro. Ellen lloraba, y cada lágrima que ella derramaba laceraba su alma.

       De pie, de espaldas a la ventana, mirando furtivamente el horizonte, observó su reloj pulsera, aún era temprano, para la cita con Alex, pero seguir allí contemplando a Ellen llorar no era nada sano, sabía además que tenía que concentrarse e ir sereno a aquella confrontación.

     —Hermano, sólo nos quedan seis mal nacidos de la lista y acabará este infierno. —Decía Silvio intentando confortarlo. Recuerda sólo quedan seis los últimos que faltaban eliminar de la lista.

     —Así fuera solo uno me lo debo a mí mismo, pero sobre todo a Ellen, mi inocente mujer, ¿Sabes una cosa hermano? Después de lo de hoy, tengo la suficiente rabia contenida como para terminar yo solo con todos. Esta tarde, pude darme cuenta que si hay alguien que puede matarme es ella. Con una sola mirada, Ellen tiene la suficiente munición para llevarme al paraíso celestial o para pisotearme hasta arrojarme a las mismas llamas del infierno.

     —Pude darme cuenta hermano, pero que te puedo decir, si ya sabemos todos que ya se te ha disecado el cerebro. Ya no te pongas más huevón, sé que la cagaste tal como te dije, pero ya lo hecho, hecho está. —Decía Silvio intentando hacerlo reaccionar de mejor manera.

      —...

      —¿Recuerdas la nota que escribiste hace unos días, hermano?

      —¡ahm!

      —Pues te cuento que un pajarito le ha dejado esa hojita a tu mujer.

     —Por ti es que estoy metido hasta lo más hondo rodeado de esta mierda, que espero algún día lo entiendas. Pero sobre todo te des cuenta que en mi corazón sólo hay espacio para una mujer sobre la tierra y esa eres sólo tú. — Gritó Albert a los cuatro vientos, como si el mismísimo cielo pudiera retransmitir aquellos pensamientos y lamentos hacia aquella ventana en la que se encontraba aquello a lo que Albert más protegía en esta vida.

     Instantes después con el rostro de piedra y la mirada inexpresiva caminaba junto a un elegante Silvio con un solo rumbo la zona de contenedores cercana al puerto, se cubrió con una sudadera de mangas largas y capucha con el fin de mostrarse completamente de negro, para evitar ser visto y se ocultó entre los contenedores que parecían estar desde hacía mucho, dadas sus empolvadas paredes externas, y se acostó sobre el techo, siempre alerta. En breve encenderían las luces y las cámaras de seguridad, que intentaba localizar desde su posición. Metió sus manos a los bolsillos para sacar un arma pequeña y mirar a través de la mira la posición de éstas. Al cabo de unos minutos localizó las cámaras, se trataba de exactamente seis y lo extraño es que casi todas estaban cerca a un área en la que sólo había una columna vertical de contenedores. Eso lo puso en alerta.

     Albert reptó como pudo en dirección a la zona donde había localizado dos de las cámaras más cercanas y trepando sobre el techo de otro contenedor con algo de dificultad, pudo por sobre éstas, disparar con el silenciador directamente hacia el lente de ambas. Cuando estaba bajando sintió pasos de gente caminar, y no pudo salir de donde se encontraba.

ÁNGEL O DEMONIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora