Conversación pendiente

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—21—

    Me tomo la mañana del viernes libre, confiando en que Fina me pase los apuntes de una forma decente, porque Clara nos ha convocado antes para tomar algo juntos en nuestro último día en el Deessa.

    Aun así, me levanto a la misma hora de siempre, tratando de evitar un encontronazo incómodo con Ainhoa pero me sorprende verla en la cocina.

    —Buenos días, Luz —me saluda con tranquilidad—. ¿Quieres un café?

    —No, gracias, me voy ya. He quedado para desayunar con mi prima y mi tía.

    —¿No tienes clase?

    La miro un tanto confusa porque no sé qué pretende ahora, cuando yo sólo tengo ganas de huír de aquí, de la vergüenza por lo que pasó ayer, de su rechazo y su negativa y de la rabia que eso me causa.

    —No —contesto con sequedad y a pesar de que la veo levantarse y aproximarse a mí, lo intento de todas formas—. Me marcho que me están esperando.

    —Luz —dice deteniéndome—, no te vayas así.

    —Así, ¿cómo? —le pregunto con cierta desesperación.

    —Sintiéndote mal.

    —Pero es que no depende de ti. Es verdad que estoy muy confusa y no sé exactamente lo que quiero, pero me has dejado muy claro lo que tú no quieres.

    —No es eso —me contradice enseguida—. Luz, es obvio que me gustas.

    —Pero no puede ser, ¿no? —termino yo por ella—. Déjalo, Ainhoa.

    Abro la puerta y cruzo el rellano deprisa, tratando de no pensar en las ganas que tengo de volver ahí dentro.

    —Mira quién viene por aquí —escucho a mi prima con burla, pero al ver mi cara se acerca—. Luz, ¿qué te pasa?

    Se me aguan un poco los ojos y me dejo caer en el maldito sofá del que no tendría que haber renegado nunca.

    —Ayer nos besamos muy... intensamente y me ha dicho que le gusto.

    —Y, sabiendo que estás loquita por ella, eso no te alegra ¿por...?

    —Porque ahora no puede empezar nada conmigo. Soy desestabilizante a nivel emocional, vamos.

    —Pues, sinceramente, no la veía del tipo de mujeres que ponen excusas.

    La miro agobiada, porque me acaba de estrujar un poquito más el nudo del pecho y no sé cómo explicarle todo sin desvelar las intimidades de Ainhoa.

    —El tema es que no es ninguna excusa, que sí está pasando por un momento delicado, pero no tengo que estar de acuerdo ni tiene que gustarme por mucho que sea verdad.

    —Anda ven aquí —dice abrazándome con cariño.

    Nos mantenemos en silencio durante unos minutos, hasta que el sonido de la ducha se detiene y me obligo a recomponerme antes de que aparezca mi tía por el salón.

    —Demuéstrale que se equivoca —suelta mi prima cual oráculo.

    —¿Cómo?

    —Dices que ella piensa que puedes desestabilizarla por algún motivo, así que lo que hace es tratar de protegerse de lo que sea que siente por ti —me explica con calma—. Si de verdad te interesa, actúa con madurez, demuéstrale que también puedes ser un apoyo, el ancla en su tormenta.

    —¿Desde cuándo haces comparativas con cosas marítimas?

    —Estoy trabajando en un proyecto sobre embarcaciones, pero ese no es el tema. ¡Haz el favor de centrarte! —me recrimina.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora