27. EPÍLOGO

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Los gemelos nacieron perfectamente sanos y Adam estuvo con ella después de que Sandra tuviera que dejar el trabajo.

Con el nacimiento de los pequeños esperaron a que ella se recuperara para pensar en una boda.

Ambos eligieron una ceremonia sencilla, pues Adam siguió viajando hasta que decidió que solo trabajaría en el país y daría conferencias en universidades no muy lejos de su familia.

—Quiero estar con ellos, verlos crecer —dijo regresando al hotel donde ella lo esperaba cuando lo acompañaban al extranjero.

—Sí, mi amor, pero no quiero que dejes de hacer lo que te gusta.

—Amor, tomemos esta decisión como un año o varios años sabáticos.

—Por mí no te detengas.

—¿Tanto confías en mí?

—Con los ojos cerrados. —Adam sonrió y besó a su esposa.

—¿Sabías que Steve y Linda se van a divorciar? —anunció Sandra cuando establecieron su estancia en la ciudad donde se conocieron.

—¿Otra vez? —inquirió Adam burlón, caminando con ella tomados de la mano.

—Sí, al parecer Linda lo encontró con una enfermera.

—Uy, eso no es novedad.

—No me digas, que lo he llegado a conocer mejor con el paso de los años.

—¿Ves que no exageré al decirte cuando nos conocimos que era un mustio?

—Ay, ya vas a empezar —dijo caminando por el parque a donde llevaron a sus hijos de cuatro años a jugar.

—Pero no me hiciste caso y me rechazaste.

—¡Adam, no molestes!

—Solo quiero que veas lo afortunada que eres de tenerme.

La chica lo miró entrecerrando la mirada.

—Eres insoportable, ¿sabes?

—Lo sé.

—Yo debería reclamarte que sigas quitándote la ropa en cada conferencia.

—Ya no lo hago.

—Cuando yo voy, pero supe que en Columbia hiciste un striptease.

—La decano me lo pidió.

—Oh, sí, una anciana de setenta años.

—Lo juro.

Sandra se apartó de él cuando vio a sus hijos empezar a pelear por una pelota.

Adam la miró acercarse a lidiar con los pequeños y sonrió yendo a sentarse en una banca.

Esa pequeña mujer de carácter fuerte lo tenía hecho un estúpido con su amor. Sentía que la amaba cada día más. No entendía como es que no le propuso matrimonio apenas la conoció.

Recordó la noche en la que él se lo pidió en aquella conferencia en Virginia. Sandra no esperó que antes de cerrar le pediría que subiera al escenario y anunciara que pronto sería padre de gemelos, ambos varones. Recibieron un gran aplauso y mientras ella agradecía mostrándose cohibida, en ese momento de distracción, Adam se arrodilló y la pobre chica se sorprendió.

—Sandra, mi cielo, mi amor —empezó a decir—. Sé que quedamos en que tú me propondrías matrimonio, pero simplemente quiero hacer las cosas de manera tradicional y formal para demostrarte que mis sentimientos por ti son honestos.

—Adam... —dijo conmovida.

—Tengo una pregunta para ti y espero que me la respondas rápido porque me está doliendo la rodilla —señaló, haciéndola reír—. ¿Te quieres casar conmigo?

Sandra lo miró llena de amor. Por supuesto que le dolían las rodillas después de haber estado la última hora en una posición que para ella resultó muy cómoda sobre la cama.

—Sí, acepto —contestó y él sacó un anillo del bolsillo trasero de su pantalón de mezclilla para colocarlo en su dedo.

Los aplausos no se hicieron esperar y se fundieron en un beso.

Adam seguía sonriendo ante el recuerdo cuando su esposa caminó en su dirección. Los niños corrieron hacia él y se le echaron encima.

Para ella fue la imagen más bella, el verlos juntos, el ver a ese hombre que catalogó de aventurero e inestable, siendo el mejor padre y esposo que llegó un día al hospital y se le acercó con las más seductoras intenciones... suspiró enamorada.

Adam la escuchó y se levantó para cargar a sus hijos, uno en cada brazo como si fueran costales. Sandra fue hasta ellos y le tomó el rostro con sus manos, con todo su amor reflejado en la mirada.

—Tienes mucha razón al decir que soy la mujer más afortunada por tenerte.

Adam sonrió satisfecho.

—Lo eres —dijo el muy vanidoso regresándole el beso en la frente—. Deja me deshago de este par y me lo vuelves a repetir.

—Ni lo sueñes — aseguró y él se alejó con sus hijos, a los cuales soltó y corrieron a un columpio.

Sandra vio a Adam voltear hacia ella y abrirse la camisa hasta el tercer botón con coquetería.

—Vanidoso, nunca cambiarás.

Adam le mandó un beso y siguió a sus hijos. Sin duda se había casado con el gemelo trastornado, pensó la chica, el que la amaba como loco y al que amaba sin la menor duda.

Soy muy afortunada, se dijo mentalmente, yendo a acompañarlos.

ENEMIGO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora