1.Glory days

12 1 0
                                    

Entre sueños oyó una melodía, lejana, tan suave que con girarse solo un poco y colocar una de las almohadas estratégicamente sobre su oído el sonido desaparecería. Y él volvería al relajante mundo de los sueños, donde las prisas no existen y las cosas del día a día no parecen tan importantes...

—¡Vamos a llegar tarde! —La exigente voz vino acompañada de un certero golpe contra su nuca. «¿De dónde habrá salido?». —Y lo que me parece aún peor, vas a llegar tarde a tu primer día de trabajo.

Álex se removió debajo de la ropa de cama, hundiéndose más en sus cálidas y confortables profundidades.

—Ya voy... —gruñó en un bostezo.

El sonido de las persianas subiendo rompió el silencio que había reinado en el dormitorio. Por suerte, aunque el cielo empezaba a clarear, aún quedaba tiempo para que saliese el sol por lo que no había temor a un deslumbramiento inesperado.

—El desayuno ya está casi preparado. Si no estás listo en un cuarto de hora te quedas aquí.

—¿Y cómo piensas ir si no te llevo yo?

—Ya buscaré quién me acerque. O me iré en monopatín. Quince minutos. Estás avisado.

—Vale mamá...

—¡Estás avisado!

—¡Ya te oí la primera vez! —exclamó Álex asomando la cabeza de su improvisado nido. Solo le dio tiempo a ver como la puerta se cerraba de un portazo—. ¡Y solo tienes 13 años, deja de ser tan maduro!

¡Chun zhu!

—¡Esa boca! —gritó dejándose caer sobre las almohadas.

Se quedó unos minutos más así, en silencio, boca arriba, con la mirada perdida en el techo, siguiendo el camino de una pequeña grieta en la pintura que acababa por desaparecer dentro del aplique de la lámpara.

Finalmente, el olor a café recién hecho lo sacó de su letargo. Saltó de la cama, recogió la ropa que había preparado la noche anterior y desapareció en el baño. Tras una rápida ducha y vestirse se dirigió a la pequeña cocina donde lo esperaba una mesa puesta y un muchacho oculto tras un móvil.

—Te quedan solo cinco minutos —gritó el chico más alto de lo normal sin levantar la mirada del aparato.

Álex se acercó a él, le arrebató el móvil y detuvo el vídeo que estaba viendo. Se sirvió una taza de café y se dejó caer en la silla vacía frente a él.

Con un sonoro suspiro de exasperación, el chico se quitó los auriculares, dejándolos a un lado y continuó con su propio desayuno. Álex lo observó durante un rato, mientras devoraba una tostada. Tenía el pelo oscuro, como él, pero fino y liso, recogido en una media coleta alta, mientras que su piel era clara, muy diferente a la suya, que permanecía tostada casi todo el año. Tenía un rostro algo afilado pero delicado en el que destacaban sus ojos casi negros, grandes y rasgados, prueba de la mezcla de razas y que le daban un atractivo toque exótico. Como si intuyese su mirada, el muchacho alzó la mirada hacia él. Y entonces sonrió. Una amplia sonrisa más alta de un lado que del otro y que le hacía arrugar de forma graciosa las cejas y la nariz. Y reconoció en ella sus rasgos, y los de su padre. La sonrisa de un Villanueva.

—¿Estás nervioso? —preguntó untando mantequilla en una nueva tostada.

El muchacho se encogió de hombros.

—¿Por qué iba a estarlo? Simplemente cambiamos de ciclo. Y aunque no estemos en la misma clase la mayoría de mis amigos estarán en el mismo instituto.

—Pues deberías estarlo —dijo Álex con una siniestra sonrisa dibujándose en su rostro—. El instituto es un lugar hostil. Morirás ahogado entre tareas, horarios infernales y profesores duros como piedras. ¡Tendrás que decir adiós a tu intensa vida social! No tiene nada que ver con la vida entre algodones en la que habéis vivido como pequeños mocosos consentidos... —Consiguió detener una magdalena que voló hacia su cara—. Si sigues siendo tan borde no te daré ningún consejo —amenazó con una sonrisa pegándole un bocado al bollo.

Lluvia, notas y besos con sabor a moraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora