Volando por el aire.

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Nunca pensé terminar mi vida así, volando por el aire. No sé ni como me animé. Solo di un paso y me lancé desde el piso veintiuno del departamento de Clara. Vuelo, caigo, ruego por que no duela. ¿Dios existe? Si lo hace, ¿iré al infierno por no soportar la tortura que es vivir? ¿Por qué tuvo que poner todo tan difícil? Pero él no existe. Acá acaba todo. No hay segundas vidas ni un limbo de almas. No sé como estoy tan segure de eso, pero me aferro a ese pensamiento. Ya viví todo lo que pude, me merezco un descanso infinito. Esto no arregla nada, esto solo es una solución exagerada a los problemas pasajeros. ¿Pero realmente son pasajeros? Es decir, dicen que los problemas no son para siempre, pero uno lleva a otro y otro lleva a otro. Se arma una bola de nieve de complejos dilemas y situaciones complicadas de las que solo podría salir si Dios existiera y me ayudara.

No me gusta llamarme inútil, porque sé que puedo ser necesarie para algunas cosas, pero para resolver problemas, sí, soy inútil. Nunca sé como manejar situaciones ni como arreglar complicaciones. Es más, yo causo lo que debo resolver. Es horrible. Sentirse culpable. Inútil.

—Serías une talentose locutor. —Fue lo último que escuché decir a Clara.

Ella siempre fue el sol de mis tormentas. Con su calidez transformaba mi congelador, mal llamado corazón, en un lugar habitable y amoroso. Ella era de las pocas personas que me trataba en neutro. Para las personas cis, eso debe ser una estupidez, pero para mí, era una caricia al alma que no poseía.

—Si vos decís... —Le respondí. Mis últimas palabras antes de saltar.

No estaba convencide. Mi papá siempre me decía que podría ser locutor, que tenía la voz, la actitud y el espíritu. Esa idea se la contagió a Clara, mi novia. Juntos me insistían de que debía anotarme a algún curso. Yo no quería, no quería nada. Mi voz estaba rota, sucia y maldita. Había dicho tantas cosas que no debía decir, que soltar otra palabra más sería mi suicidio, y así fue.

Con mi molesta y cansina voz solía hablarle a Matías, le decía las cosas más sucias y depresivas que alguien podría escuchar. Mis dieciséis años fueron catastróficos, ahí lo conocí, por internet. Parecía amable, bueno. Un hombre decente que no buscaba sexo, sino una amistad. Pero su edad debió ser un indicio. Nos llevábamos nueve años, algo preocupante, pero yo lo dejé pasar. A él le gustaba todo de mí. Desde mi cara desproporcionada, hasta mis rulos bien armados. Era respetuoso al inicio. Me preguntó mis pronombres, cosa que fue un flechazo. Podíamos pasar una noche entera hablando de idioteces.

De repente, todo se volvió sexual. Hacíamos videollamadas donde me debía vestir tal como a él le gustaba. Nunca me gustó mi cuerpo, ni, por ende, mi peso, pero ese hombre, Matías, me halagaba sin más. Decía que mi cuerpo lo calentaba, le gustaba. Con el tiempo, su aprobación se volvió mi adicción. Cada vez menos ropa, cada vez preguntas más subidas de tono. Todos los días de la semana, a cualquier hora.

Matías fue la principal razón por la cual salté. Aún tengo en la memoria su miembro, su cara, sus sucias palabras. Para dejar de hablarle tuve que tomar valor. Le agradecí por haber estado para mí, como une idiota que sentía que le debía algo, y lo bloqueé. Fue un alivio al principio.

Pero siguió pesando. Y nunca paró.

—¿No ibas a bajar de peso? —Recuerdo que dijo mi mamá.

Ella solía fingir estar de mi lado, para después lanzar comentarios hirientes. Nunca supe si eran intencionales o los hacía sin pensar. Siempre me incliné por la primera opción. Jamás en todo mi tiempo en vida logre congeniar con ella. Teníamos ideas diferentes.

Ella, una mujer muy voluptuosa, adulta y egocéntrica, había intentado criar bajo su sombra a mi hermana mayor y a mí. Selena, mi hermana, y María, mi mamá, vivían peleando. Cada cosa que se atravesara en el camino de ambas era una buena opción para armar pelea entre ellas. Selena la culpó por mí ira desmesurada. Porque yo, y no estoy orgullose, tenía serios problemas de enojo e ira. Llegaba a lanzar objetos y gritar hasta quedarme afónico. Me llevaron a terapia, y mejoré, pero a mi hermana no le bastaba. A ella no le gustaba la familia en sí. Y aunque a mí tampoco, ella lo demostraba abiertamente. Uno no escoge la familia a la que va a parar, pero si elige quedarse o no. Selena tenía decidido no permanecer mucho más tiempo.

Volando por el aire - pensamientos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora