05; brief preamble to paranoia

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Breve preámbulo a la paranoia

Marizza P. Spirito

Mi madre me despertó al alba. La pobre luz de aquel momento del día entraba por los grandes ventanales de la planta baja, donde estaba mi habitación. Le importó muy poco que hubiéramos terminado relativamente tarde la cena preboda y que luego tardara una hora en meterme en la cama por culpa de su secuestro.

Al parecer, dormir en mi casa con mi futuro marido, la noche antes de la boda, era muy mala idea. Era mejor dormir en una de las habitaciones del parador donde iba a celebrarse el enlace... a ochenta kilómetros de Buenos Aires. Un parador con unos jardines preciosos, famoso por el catering que servía la cena, con una puesta de sol increíble..., pero deficiente en sus catres, por cierto. Así que además de dormir poco y mal, tenía la espalda entumecida y me daba la sensación de moverme con la elegancia de un pollo asado rodando sin cabeza con un palo insertado en el recto.

Lady Miau me trajo el desayuno a la cama. Apareció con el pelo recogido en un turbante, una bata a conjunto y las zapatillas forradas con la misma seda, resplandeciente y con una sonrisa y me susurró: «Bienvenida al día más feliz de tú vida». Debía de estar terriblemente feliz por quitarse el peso de mi soltería de encima, pero creo que no lo pensó bien: no me mató de un susto porque el cosmos no quiso.

Lo primero, despiértate con una señora de tal guisa sentada a tu lado en la cama, susurrando; lo segundo, asume que la señora que te parió, que es poco más que una desconocida, te está llevando el desayuno a la cama por primera vez en su vida; lo tercero, entiende que ese desayuno es un escueto té verde. Era mucha faena para alguien que se acaba de despertar y con síntomas de neurosis latente.

No obstante, a pesar de lo frugal del desayuno, el té se quedó sin beber sobre la mesita de noche. Lo intenté, pero no me entraba nada. La ansiedad de la noche anterior se había instalado dentro de mí; era como tener un ladrillo haciéndose sitio a través de las vísceras. Empezaba a presionar hasta los pulmones.

Cuando Luján apareció en mi dormitorio, pensé con alivio que estaba salvada. Ella sí podría solucionarlo, ella siempre me tranquilizaba, como cuando el día anterior mi madre le dijo a la maquilladora que la sombra de ojos que me estaba poniendo era de furcia y mi hermana la echó de la habitación y la amenazó con afeitarse una ceja. Luján era una superheroína Marvel disfrazada de tía que no sabía combinar la ropa. Lucía, en plan desenfadado, un moño en lo alto de la cabeza que dejaba a la vista el pedazo de nuca que llevaba rapada al dos y traía en la mano un bollo que había conseguido sacar de estraperlo del bufé libre.

—No lo quiero. —Negué con la cabeza.

—¿Qué le pasa? Pero ¡si es de manteca, nena! —me respondió ofendida.

—Iba a llamarte ahora. No me encuentro bien.

Me empujó con violencia contra el colchón y me levantó la camiseta hasta que esta me tapó la cara.

—¿Tenés que ser tan bruta? ¡No me duele nada ahí!

Ni siquiera se molestó en responder; puso su cara de saber lo que estaba haciendo y empezó a palparme el vientre.

—Te estoy diciendo que no me pasa nada en la panza.

—¿No tendrás diarrea por los nervios?

—Odio esa palabra... —me quejé entre dientes.

—¿Qué palabra? ¿«Diarrea»? Ya. Es supersonora. Piénsalo, es casi como un estallido de caca líquida.

Me la quité de encima dándole golpecitos.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora