Año 2015, 12 de abril
-Tengo buenas noticias, chicos, ¡la casa es nuestra!
-Weeee, ¡nos vamos a vivir a Núremberg!
Todos están felices por la nueva noticia. Pero yo no. ¿Qué demonios pinto en una casa en ruinas? Vaya vacaciones que me esperan... Y yo que quería quedarme, como todos los años, en Múnich con mi primo.
Mi padre, nuestro arquitecto personal sin título, llevaba años trabajando día y noche en cualquier trabajo que le proponían para poder pagar aquella casa de la que se enamoró en nuestro viaje a Núremberg cuando yo tenía 9 años.
Hace nueve años a mí también me encantó la idea de tener aquél hogar donde podríamos ir a pasar las vacaciones, o simplemente, hacer una escapada de todo lo que nos rodea.
Nuestra familia no es especialmente rica. Todos trabajamos –Incluido mi hermano pequeño de 16 años, que cuando salimos de clase vamos a trabajar hasta bien entrada la noche- para poder ser una familia, dentro de lo que cabe, normal. Y claro, que no se me olvide mencionar que también tenemos que pagar el médico y medicamento de mi hermana pequeña con síndrome de rett. Nuestra pequeña Joane es la felicidad de nuestro hogar. Sin ella esto no sería lo mismo. ¡Dios, cuánto quiero a mi pequeña guerrera!
Esta misma tarde, hemos visitado al médico de Joane para saber si no le afectaría el cambio de hogar –desde que nació no hemos vuelto a cambiarnos de casa, y mucho menos, cambiarnos de ciudad por miedo a que los cambios la afectasen al sistema o algo por el estilo- y por lo que nos dice el médico, es una de las mejores cosas que podemos hacerle a la pequeña, sobre todo siendo una pequeña casita que está a las afueras de la ciudad, en pleno campo, como en el siglo XIX. ¡Toda una escena perfecta para las películas de los años catapúm!
Al día siguiente, nos despertamos a las cinco de la mañana. ¡A las cinco, que ni para ir a clases me despierto tan temprano! Tras una buena ducha, le doy de desayunar a mi pequeña cereza –Su pelo es de un rojo cereza impresionante, aunque un poco más claro que el mío, por ello le llamo así, ¡mi cerecita!- y después me pongo las botas con el banquete que nos ha preparado nuestra madre. Creo que la última vez que desayuné creps, tostadas y bollos fue cuando mi madre venció el cáncer de mama.
Una vez acabado el desayuno, reviso nuevamente mi maleta que la hice anoche: ropa sí, maquillaje también, calzado, ropa interior y libros, ¡muchos libros de mi guerrera escritora! Obviamente no me iba a quedarme sin leer esas historias tan románticas que escribe hasta la vuelta. Que vete tú a saber cuándo vamos a volver...
No me considero una romántica –cuando los dos únicos novios que he tenido en mis 18 años cortaron conmigo, no me puse a lloriquear por todas las esquinas, ¡al contrario! Me sentí libre otra vez, llena con ganas de vivir mi vida- pero las historias de Megan Maxwell me ablandan el corazón, que, como dice Corinne –mi mejor amiga- ¡corazón de acero!
A las nueve cogemos el tren y comenzamos nuestro viaje a Núremberg. Tras dos horas en tren, cogemos el car que nos lleva al publecito que está a las afueras de ésta ciudad y casi una hora después, estamos en la puerta de nuestro hogar de escapada. En la parcela de la casa, hay un cartel donde la palabra Paradiseestá escrita sobre un trozo de madera vieja.
¿Cómo pueden llamar a esa casucha paraíso si tiene pinta de cárcel? Además. Por lo que me contó mi padre, en el año 1970, cuando se contruyó la casa, a pocos metros estaba situada la base militar estadounidense. ¿Quién en su sano juicio iba a construir una casa al lado de una base militar y encima llamarlo Paradise?
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Yasmín [EN PAUSA]
Science FictionAño 1966. Karima, Laila, Salim y la pequeña Yasmín. Hermanas y todas ellas diferentes la una a la otra, hacían que la vida de sus padres, los reyes de Arabia Saudí, un mundo lleno de color y amor. Hasta que el estado de Riad calló bajó una enfermeda...