Hasta que la muerte nos separe.

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Camino lento pero decidido. Haciendo resonar con poderío el tacón a cada paso que doy. No es la primera vez que me escabullo en este y otros tantos sitios.
Donde las personas gozan de sus más bajos instintos, o solo vienen por un trago y algo de diversión.

Aunque el Chateau era sin dudas especial para mi.
Contaba una historia de amor, pasión, valentía y fortaleza; una historia que habíamos escrito juntos desde hace ya 14 largos y bellos años.
Historia que él no dudó en dejar en el olvido y reescribir sin mi conocimiento. O eso cree él. Eso creen ambos.

Muevo de forma circular y continua mi vaso de whisky, sentado desde una distancia prudente, camuflado en ropas finas, que estilizan mi esbelto cuerpo a uno que se insinúa demasiado femenino y sensual.
Observando con ojo fiero y casi clínico cada movimiento que hacen.

Ya he perdido la cuenta  de las veces que vi sus dedos rozar de forma erótica una piel que no es la mía, sus masculinas y seductoras manos perdiéndose en unos robustos muslos que no son los míos. Me revuelve el estómago.

Otro sorbo de whisky quemándome las entrañas, no es nada comparado con la ira que carcome cada parte de mi cuerpo en este instante. Verlo disfrutar las noches bebiendo de sus besos, genera que mil demonios se regocijen dentro de mí.

La primera vez que caí en la cuenta de que alguien más compartía su tiempo me heló el corazón. A la segunda, en la cual deseé que todo esto fuera solo una equivocación mía. Creyendo que era yo quien había malinterpretado las cosas, los vi besándose con desenfreno.
Y arrancaron de forma agónica mi corazón.

Me has dicho tantas mentiras.

Se han reído con total descaro de mi desde hace más de año y medio.

Mi mejor amiga.

Mi esposo.

Él hombre que me robó completamente el aliento hace ya tanto tiempo. Él hombre que me robó el corazón al punto de que no me importó luchar contra quién fuera o lo que fuera con tal de estar a su lado.
Renuncié a mi apellido, a mi hogar y a mi familia por estar con él por el resto de mi vida.
Sabiendo que él lo hacía por mí también.
Era una lucha de dos, contra la furia que se avecinaba en el horizonte.

Dos hombres.

Hermanos.

Gemelos.

Enamorados.

Dispuestos a todo por estar juntos.

Cuando aceptamos lo que sentíamos el uno por el otro, con la dulce resignación de que nuestras almas, vidas y corazones estaban unidos con fuego, con la incontrolable pasión desatada de nuestras venas. Fue que tomamos la decisión de irnos lejos de todo aquel que supiera o tuviera la más mínima sospecha de que ambos habíamos sido gestados en el mismo vientre.

Cambié mi apellido. Dejando Kaulitz atrás, para así poder deslindar mi crianza de la suya, mi familia de la suya y poder amarnos sin las miradas asqueadas de los demás, por algo tan puro como un amor, que trascendió cualquier barrera moral posible. Un amor que no lograban entender.

Nos amábamos y eso me bastó para cambiarlo todo.

Veía el cinismo en su mirada, cada mañana que me veía a los ojos con dulzura y me recordaba lo mucho que me amaba, lo mucho que me necesitaba a su lado para poder vivir.

Maldito mentiroso.

Jurando amor a mi persona mientras gozaba de otro cuerpo bajo sucias sábanas. Que asco.
Saber que la besaba a ella y me besaba a mi.
Que la toca a ella como me toca a mi.
Pero ella jamás podrá entregarte todo lo que yo te he entregado. Jamás podrá entregarte su cuerpo y su alma como yo lo he hecho todos estos años.

OneShot: I SEE RED.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora