Una pared tan suave como el piso

8 4 0
                                    

Los párpados me pesan. Quiero abrirlos, pero no puedo. Intento restregármelos, pero no puedo.

Trato de aguzar mis sentidos. Oigo voces que no sé de dónde provienen.

Huele a demasiado limpio, como el olor de un hospital.

Quiero abrir los ojos, pero una luz muy intensa me enceguece.

Sí: sospecho que me han abandonado en una cama de hospital.

Hago memoria, y noto que las manos ―¡atadas a la cama, cosa insólita!― me tiemblan como si padeciera un ataque de pánico. ¿Por qué aparecí en un hospital, con la sensación de haber sido dejado a la buena de Dios? Me pregunto qué habrá sucedido. ¿Acaso sufrí algún accidente?

Intento mover los pies, y las correas me raspan los tobillos. Logro hacerlo: mis pies están bien.

Pero, al fin de cuentas maniatado, quisiera gritar. Y mi voz no me responde.

Otra vez gente que habla, esta vez más cerca: chica joven - novia - charco de sangre es todo lo que alcanzo a distinguir.

Acaso hablan de Angie. ¿Le habrá pasado algo?

Necesito levantarme, necesito saber que ella está bien. Me sacudo, pero es como si me moviera dentro de un saco de dormir: pienso en una mariposa que no puede salir del capullo.

Esta vez logro entreabrir los párpados, apenas. La luz me molesta. Mis pupilas van acostumbrándose, de a poco: me veo a mí mismo tratando de moverme. Y una enfermera viene a mi cama, corriendo. Me mira a los ojos, y su expresión... ¿Cómo definir esa expresión? Lástima quizá.

Me inyecta algo, no puedo resistirme. Ahora leo rencor en sus ojos, como si me estuviese juzgando por vaya a saber qué delito.

¿El accidente se habrá producido por mi culpa?

Quiero preguntarle, pero siento de nuevo la pesadez en mis párpados.

Y ya nada más.

***

—¡Iván, despertate! —me dice Angie, con su dulce voz un poco rasposa y adormilada—. Hace quince minutos que suena tu alarma, tenés que levantarte.

Me giro a apagar la alarma del celular. Y vuelvo a mi posición anterior.

Atraigo hacia mí el cuerpo de mi novia. Quedamos pegados, acurrucados. Y le meto la nariz en el cuello.

—No empieces, Iván el Terrible, que necesito dormir un ratito más. Comportate como un buen chico y levantate, o vas a llegar más tarde que nunca.

—Si te tengo tan cerca —le beso el cuello―, no puedo comportarme como un buen chico. ―Bajo a los hombros: la piel es suave, tibia. Le hago notar mi erección entre sus nalgas. Acomodo las manos en esas tetas firmes. ¡Oh Dios, cómo amo sus tetas!

—Sos un novio desconsiderado —dice, quejándose en medio de mohines y con voz de nenita―. No me dejás dormir.

Entonces la suelto, y me levanto rápido de la cama.

—Bueno, seguí durmiendo tranquila. Me voy a bañar, que llego tarde.

—Es joda, querés dejarme caliente. —Se levanta como un animal voraz, y salta sobre mí a lo koala: enreda los brazos en mi cuello, y las piernas en mis caderas. La atrapo riendo y la llevo así conmigo al baño, besándola, y volvemos a abrazarnos bajo la ducha.

Angie es lo más maravilloso que me pasó en la vida.

La amo tanto, no me imagino mi vida sin ella.

***

Una pared tan suave como el pisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora