EL LABERINTO

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—La desorientación es total

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—La desorientación es total. Julia ha estado caminando durante horas, sus pies aún no se acostumbran al frío del suelo, y las paredes alzándose hasta las nubes le impiden ver los últimos rayos del sol. Columnas gigantescas forman pasadizos interminables, de ahí en fuera, el lugar está vacío. Solo el eco de sus pasos la ha acompañado durante su trayecto y, de no ser por el rojo intenso, cálido, brotando de su nariz, juraría que el mundo entero ha perdido por completo su color.

»La forma en como Julia llegó aquí no es de importancia; probablemente ustedes también tendrían la prudencia de omitir ese dato, para así evitar el prejuicio, o la burla, por parte de sus semejantes. Basta con saber que ella misma se puso en esta situación, tal como muchos otros, sin la intención de hacerlo. Es decir; hoy en día nadie recuerda que esto se trata de un laberinto, no obstante, dar con él sigue siendo un riesgo real, palpable e inherente a ciertos estilos de vida.

»El laberinto no es un lugar turístico. Es un error común entre mis visitantes asumir que serán bienvenidos en mi templo. Algunos de ellos vienen por casualidad y, al llegar aquí, buscan inspiración para sus más estrafalarias ocurrencias. Con más frecuencia de la que me gustaría admitir, he visto cómo se amontonan entre estos sagrados muros esperando verme en persona.

»Me aflige una inevitable nostalgia al recordar los viejos tiempos, cuando los visitantes buscaban el laberinto desinteresadamente y a sabiendas del costo que debían de pagar por encontrarlo. Ellos solían entenderlo. A pesar de no tener mapas ni portales, ellos sí estaban preparados. Sin duda siempre han sido seres bastante ingeniosos. Tal vez ese fue su más grande pecado: demasiada creatividad.

»Se volvieron impacientes. Olvidaron antiguas costumbres. Poco a poco despojaron de su importancia a ciertas cosas. Se perdieron sagrados ritos. Le dieron nombre y apellido a conceptos que nunca debieron tenerlo. Y así, ávidos de explicarlo todo con la brújula de su muy limitada lógica, han puesto a Julia, así como a muchos otros más, en situaciones nada agradables.

»No puedo evitar angustiarme por ella. Su paso es firme, sus piernas no han perdido el vigor. Seguramente creyó tener certeza de las condiciones de su viaje. Quizá no es su primera vez. Debe ser eso. Julia ya ha estado aquí antes, y ahora cree estar muy cerca de la salida. Nada más alejado de la realidad. Nada más ofensivo para la naturaleza de este sitio. Me retuerzo al pensar en las burdas concepciones que gente como ella ha establecido para definir qué es el laberinto. Entradas, salidas. Inicio, final. ¿Qué podría ser menos apropiado? ¿Quién ha permitido que estos seres se mezclen entre nosotros?

»Lo repito. Yo mismo estaba acostumbrado a sus esporádicas visitas. Sin embargo, los últimos encuentros carecieron de la inocencia y el respeto característico de los primeros viajeros. Me imagino que ellos, de encontrarse en el mismo predicamento, llegarían a conclusiones similares a las mías. Solo para dar un ejemplo, puedo afirmar que más de uno de ellos fue sorprendido, inoportunamente, por un extraño en busca de auxilio a las puertas de su amado hogar.

»No tengo duda. Podría jurar que la reacción natural de cualquier organismo viviente sería ayudar al desdichado visitante de la manera más desinteresada. Ofrecerle cobijo o un poco de té sería el protocolo adecuado, pues todos los habitantes del cosmos poseemos esta hermosa capacidad de empatizar hasta con la más pequeña de las criaturas. No obstante, también estoy seguro de que la reacción de cualquiera de nosotros sería la opuesta si dicho extraño, a sabiendas de la inagotable generosidad que ha encontrado, y abusando flagrantemente de la confianza del anfitrión, decidiera volver en incontables ocasiones, solo para gozar y abusar impunemente de los placeres que ahí se le ofrecen.

»¿Entienden ahora mi postura? ¿Empatizan con la desesperanza que me provoca la llegada de Julia? ¿Pueden ustedes ponerse en mi lugar? ¿Pueden sentir esta terrible repulsión hacia ella y todos los demás turistas, o mejor dicho, invasores? No espero que lo hagan.

»No lo sé. Creo que comienzo a dudar. ¿Permitiré la entrada de todos los humanos? ¿Dejaré las puertas abiertas? ¿Haré que vengan con todo tipo de mapas, con todo tipo de brújulas? ¿Cuál debe ser entonces el curso de la historia?

»Escucho pasos acercándose.

—¡Eureka!

—Asombroso, Julia. Diste conmigo. Muchos lo han intentado, pero solo tú has dado conmigo. ¿Cómo lo hiciste?

—Reconfiguración de la sinapsis cerebral en la corteza prefrontal.

—Interesante.

—Fue más sencillo de lo que creíamos. Resulta que estuvimos buscando en el lugar equivocado durante mucho tiempo. No sé qué decir. Disculpa. Es que... nadie va a creerme.

—¿Creer qué?

—Que estoy hablando contigo. Siempre fue una vía de una sola ruta, por siglos te dedicaron oraciones. Quiero conocerte...

—Yo no. Tomaré tus piernas. No vuelvas aquí.

Planeta misterio [relatos cortos de ciencia ficción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora