CAPITULO 70:

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El pareció procesar lo que le decía, y al final salió del shock, apretando más el agarre de Andrew en el cuello. El arma en la cabeza.

—¿Y si no, qué, puta?

Andrew negó con la cabeza. Él sabía que mi puntería en este momento no era la mejor.

—Siempre has sido una miedosa—se burló Adolfo. Su frente brillando de sudor. La mirada volada.

Se sentía atrapado, pero no quería rendirse.

—Tú no serás capaz.

Mi mano tembló ligeramente y no dispuesta a que me viera el miedo, alcé la pistola al cielo, apretando el gatillo y soltando un tiro al aire. Después volví a apuntarle.

—Yo no estoy jugando.

Podría volarle la cabeza en ese mismo momento. Pero no quería hacerlo, matarlo y después cargar el resto de mi vida con su cadáver en mi espalda. Quería solo herirlo. Si tan solo tuviera buena puntería.

—Yo tampoco, bonita.

Miré a Andrew, y su rostro ya casi morado por la falta de aire.

—Toda la vida me has hecho miserable. ¿Por qué?

—¿Por qué? Porque mis padres me aseguraron que la puta de tu madre tendría un buen de dinero. Y porque eras la más guapa del barrio. Nunca me pelaste. Y cuando me casé contigo, creí que todo sería diferente. Pero ni tu madre tenía dinero, y para ti seguí siendo un gusano.

—¿Todo se resumía en baja autoestima? Si hubieras sido diferente, habríamos convivido. Éramos amigos. ¿No te bastaba con eso?

Una mirada lasciva suya me recorrió de arriba abajo, provocando que el arma me temblara en la mano, y que la boca se me amargara del asco.

No. Que fuéramos amigos no era suficiente.

—Nunca quisiste estar conmigo—masculló—solo cuando tu madre arregló con mis padres y te obligaron a casarte conmigo.

—Y las razones son válidas. Mira lo que eres. Mira lo que me has hecho.

—Eso es culpa tuya. Por eso me lo pienso cobrar. Si tu no fuiste feliz conmigo, si no quisiste estar conmigo, tú tampoco con este imbécil. Nunca más tendrás vida. No te dejaré en paz nunca. Incluso si te mato después de matarlo a él. Te voy a volver miserable. A una rata le irá mejor que a ti, de lo que te haré...

Disparé.

Y con fortuna que la bala no le dio a Andrew.

Le volé la mano.

Su alarido de dolor llenó el lugar, justo cuando cientos de patrullas llegaban al lugar. Soltó a Andrew y él cayó de bruces al suelo.

Y no quedé satisfecha.

Sin saber qué se había apoderado de mí, caminé hacia él, y volví a disparar.

—Nunca más.

Boté un tiro, pero en el siguiente también le di. Su otra mano. Gritó.

—Nunca más—su pierna.

—¡Piedad!—voceó.

Pero él no había tenido piedad conmigo. Ni con Noah. Con ninguna de las mujeres de su burdel. Me ardieron los ojos y las lágrimas brotaron sin más, empañándome la mirada. Se me revolvió el estómago.

—¡No más!—grité como si estuviese loca.

Y entonces le disparé a su entrepierna.

Habría podido seguir. Pero las balas terminaron, aunque apreté muchas veces más.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora