Capítulo 0

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Thomas Chichester, hijo de William Chichester.

Ya era de noche, pero Thomas Chichester había llegado a la mansión de la colina. La mansión por fuera estaba llena de grietas, hierbas y enredaderas. Se dirigió a la entrada, tomó valor y utilizó la aldaba para llamar a la gran puerta, después de unos segundos se abrió haciendo un rechinido dejando ver a un hombre alto, de pelo negro y ojos oscuros, vestido con zapatos, pantalón y camisa negros. — ¿Sí? ¿Qué se le ofrece? — preguntó con amabilidad, su voz tenía tintes seductores y pícaros, pero no dejaba de ser grave.

— Bueno...— balbuceó— soy el hijo de William Chichester, Thomas Chichester. Vengo a-

— Si, si... recuerdo leer las cartas de tu padre. Por favor, pasa. — dijo corriéndose de la puerta e invitándolo a entrar. El muchacho agradeció con un movimiento de cabeza y se adentró a la oscuridad de la mansión.

Miraba con admiración toda la decoración mientras seguía al pelinegro. Había cuadros antiguos que parecían del siglo pasado, pero se notaba que no pertenecían al propietario. Todo estaba cubierto por una fina capa de polvo. La única luz que había, era la de un par de candelabros con velas que iluminaban la sala lo suficiente como para ver donde caminaban. El sonido de sus pasos se perdía en la inmensidad de la oscura sala.

— Por favor, siéntese— dijo sentándose en una silla de terciopelo rojo, después de unos segundos emergieron de la oscuridad un hombre alto, de pelo blanco y ojos claros, y una mujer que parecía mucho menor que ellos, detrás de él apoyando una mano en el respaldo.

El hombre, a simple vista, parecía más alto que el de pelo negro, vestía con zapatos y pantalón negros, pero su camisa era blanca. Y a lo que la oscuridad le permitía ver, el cabello de la muchacha era de un castaño claro, se notaba que era más baja que ambos hombres. Llevaba un pantalón el cual no pudo distinguir el color por la escasa luz y un tapado oscuro que le llegaba a las rodillas.

— Am... bueno, señor...— tartamudeó mientras se sentaba enfrente de él.

— Puede decirme Samael. — dijo con una sonrisa

— Samael... Mi padre me mandó en su nombre para ofrecerle lo que sea por la propiedad. — dijo mirando al hombre de pelo blanco y la mujer, que no le sacaban la mirada de encima. Ella tenía una mirada indagadora, sus comisuras de los labios se levantaban ligeramente. La mirada de él se notaba fría y calculadora, tenía una expresión seria. Aprovechaban la falta de luz para mantenerse furtivos.

— Si... bueno, no va a ser necesario. — dijo Samael con voz ciertamente monótona y mirándose las uñas.

— Ya lo creo, no le debe interesar el dinero, es decir, tiene esta mansión y estos sirvientes que parecen muchísimo más a la altura que los míos y-

— ¿Qué le hace creer que ellos son mis sirvientes? — preguntó ladeando la cabeza, mirándolo con una ceja alzada

— Bueno, es que... yo no quise- — fue interrumpido por la risa de muchacha, él la miró sin entender mucho

La chica suspiró y habló— ¿Por qué todos siempre piensan que el propietario de la mansión tiene que ser hombre? — dijo sentándose en las piernas de Samael, su voz era algo gruesa pero suave y agradable, con una pizca de picardía. Thomas logró percibir un leve acento británico— Eso es algo machista...— dijo con una sonrisa mirando a Samael mientras acariciaba su pelo. El chico cerró los ojos disfrutando de las caricias, pero ella tomó su cabello para tirar su cabeza hacia atrás— Samael...— su sonrisa se convirtió en una expresión seria.

— ¿Si, Lisa? — dijo con una mueca de incomodidad

— La próxima vez que te sientes en mi silla.

— Tendrás graves consecuencias... Lo sé, lo siento. — dijo con una sonrisa, mirando sus labios.

— Bien. — dijo soltando el cabello de Samael y mirando al muchacho rubio que estaba sentado enfrente. — Soy Elizabeth. Éste es Samael, como ya sabes, y él— apuntó al hombre alto de cabello blanco— es Adiel.

— Yo soy-

— Thomas Chichester, hijo de William Chichester. Ya lo sé. Creí que, al no responder las cartas, tu padre iba a entender que no estoy interesada, ni aunque me dé toda su fortuna, en vender la propiedad.

— Lo sé, mi padre es muy terco, lo siento... yo no quería molestar-

— No molestas... tu padre no es el único que quiere esta propiedad. — Thomas asintió— Adiel...— dijo mirándolo

— ¿Si, Lisa? — habló por primera vez pasando a ver a Elizabeth, su voz era más grave de lo que Thomas esperaba, parecía gutural.

— Ve hacer la cena, ¿sí? Tenemos invitados...

— Si, Lisa. — se dirigió a la que Thomas creyó que era la cocina

— Oh no, yo no quiero-

— Thomas ya te dije que no molestas y no puedes irte a esta hora y con esta niebla. No me molesta que te quedes. De hecho, insisto.

— Bueno, am... Muchas gracias.

— No hay de qué. — dijo con una sonrisa

Ya habían terminado la cena y estaban platicando, Elizabeth estaba sentada en su silla de terciopelo rojo mientras Samael y Adiel estaban sentados a sus lados.

— Y... ¿cómo llegó a esta mansión? No quiero, am... parecer metiche pero no parece suya como tal.

— No, está bien... no, no era mía, estaba abandonada... Pero después de hacer un par, de muchas, llamadas logré adueñarme de ella.

— Parece que sigue abandonada... bueno no quiero parecer-

— Mientras más abandonada e inhabitada parezca, mejor. — dijo con una sonrisa, pero con tono severo.

— Oh... lo está logrando entonces. Y... ¿cómo conoció a Samael y Adiel? Perdón, hago muchas preguntas que no son de mi incumbencia-

— Está bien... Es racional preguntarse cómo una chica de veintidós años vive sola con dos hombres en una mansión abandonada en Londres...

— ¿Tiene veintidós?

— Sí. Los conocí cuando tenía quince. Luego de eso se quedaron conmigo y... me protegen.

— ¿Y cuantos años tienen ellos? — preguntó con el ceño fruncido, con confusión y curiosidad, mirando a los dos.

— Bueno, verás esa es la parte graciosa— dijo Samael con una sonrisa— tenemos un par de cientos de años porque yo soy un demonio y Adiel es un ángel. — Thomas los miro algo desconcertado. — Es broma, amigo... dios santo, todos caen.

Adiel rodó los ojos— Tenemos treinta y dos años.

— Jeje...—rio nervioso, no le había parecido una broma— Bueno, que suerte tienen de tenerse. — dijo con una sonrisa sincera

— Si...- dijo Elizabeth con una sonrisa nostálgica— Bien, ya es tarde. — se levantó y miró a Adiel— Adiel, ¿le muestras la habitación a Thomas?

— Si, Lisa... Por aquí— dijo levantándose y dirigiéndose hacia la oscuridad del pasillo, seguido de Thomas.

DesterradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora