Me llamo Samael
Como era invierno, estaba más oscuro que cualquier otro día...
— ¿Segura que vas a estar bien? — preguntó Maya, preocupada.
Maya tiene el pelo castaño, un poco más oscuro que su hermana. Es alta como ella, a pesar de que se lleven un año. Sus ojos son color almendra, con un pequeño contorno verde oscuro.
— Si, voy a estar bien... Voy a tomar el camino más corto, ya sabes que no puedo quedarme sino me quedaría. — Elizabeth intentó aliviar la preocupación de su hermana con una sonrisa
— De acuerdo... nos vemos en casa entonces. — dijo no convencida del todo, pero le dio un abrazo rápido y se dirigió corriendo al gimnasio de la escuela.
— Destrózalas— gritó
— Solo es una práctica, tranquila— rio Maya. Elizabeth sonrió y se encaminó hacia su casa, como había dicho, por el camino más corto. El uniforme de la escuela no la abrigaba mucho, era una falda reglamentaria y, para ayudar un poco, un fino suéter que no terminaba de cumplir su función.
El sol ya estaba oculto detrás de los edificios, la única luz que ya quedaba era la de las farolas de la calle y algún que otro reflejo de algún rayo que lograba escabullirse. Ya casi estaba por la mitad de camino cuando dos hombres aparecen de la oscuridad de un callejón y se paran delante de ella impidiéndole el paso. Ambos tenían abrigos de gabardina y uno llevaba una gorra inglesa.
— Permiso...— tartamudeó mirando al suelo, buscando una salida
— Ah no, no, no, no... Esta vez no va a ser tan fácil querida. — dijo uno de los tipos con voz ronca
Elizabeth reconoció esa voz al instante, miró con desesperación a todos lados en busca de alguien, pero no había nadie en toda la calle.
— ¿A dónde crees que vas? — dijo el otro hombre cuando intentó salir corriendo, tomándola del brazo y dirigiéndose a la oscuridad del callejón nuevamente. Forcejeó e intentó zafarse del agarre, pero no lo consiguió. No reconoció su rostro ni su voz, que era mucho menos ronca que la de su acompañante, pero aun así le sonaba familiar. Era más flaco y alto que el otro.
— Déjame— gritó
— Ya. Deja de moverte, has que sea más fácil. — dijo la voz ronca.
— ¿Déjame! ¿qué quieres? — volvió gritar
— No te recordaba así, querida...— dijo poniéndose a horcajadas suya para inmovilizarla y se acercó a su cara.
— Maldita sea, déjame— se revolvió para intentar zafarse mientras empujaba con ambas manos en su pecho.
— Sh... eres muy ruidosa. — dijo y puso su mano en su boca para callarla. Lo miró a los ojos, con miedo, eran de un verde oscuro. Miró al tipo alto, que estaba parado a su lado, y le hizo un gesto de silencio, llevándose el dedo índice a los labios. Volvió a mirar a ojos verdes y tenía una sonrisa asquerosamente maliciosa.
— Creo haber escuchado que ella dijo más de una vez que la dejaras...— se escuchó la voz de otro hombre proveniente desde el principio del callejón
— No te me metas, vete de aquí antes de que- —comenzó a amenazar el tipo alto, pero fue interrumpido.
— Los únicos que van a salir lastimados van a ser ustedes si no la dejan. — volvió hablar la voz, esta vez más severa.
— Quiero verte intentarlo, muchacho. — dijo ojos verdes mirándolo por encima del hombro. Elizabeth no lograba ver a quien hablaba, oyó que suspiró y logró ver que golpeó al tipo alto en la mandíbula dejándolo en el suelo. Se acercó a donde estaban y tomó del cuello de la camisa a ojos verdes y lo golpeó contra pared tomándolo del cuello.
ESTÁS LEYENDO
Desterrados
Novela JuvenilEn una noche llega Thomas Chichester hasta la mansión de la colina, su padre era uno de los tanto interesados en comprar la mansión donde Elizabeth vive. Thomas charla con ella acerca de las cartas sin respuesta de su padre y ella le dice que no es...