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CabezotaMarizza P. Spirito
¿Que cuánto dura un chisme? Pues en teoría poco... a no ser que se hagan memes. Si se hacen memes del asunto entonces se alarga un poco más. Unas semanitas, me dijeron mis hermanas. Era cuestión de unas semanitas. Solo tenía que tener paciencia. Y paciencia tenía, eso seguro..., porque con la cantidad de dignidad que había perdido disponía de más espacio en mi ser para cultivarla.
Según mis cálculos, Luján debería haber vuelto ya a su trabajo. Solía decir que en su hospital si pedías más de una semana seguida de vacaciones te miraban fatal, pero esta vez me dijo, cuando le pregunté cuándo volvía, que había juntado muchos días. Muchos días, así en plan vago, sin concretar. Tendría que haberme preocupado, pero... estaba a otras cosas. Que volviera cuando le saliera del mondongo. Yo tenía que gestionar el desmorone de mi vida. Mucha tragedia como para ocuparme de ella.
Yo, como a cabezota no me gana nadie, intenté seguir a lo mío: tenía que hacer vida normal. Si seguía con mi vida era solo cuestión de tiempo que Filippo entendiera que lo que me había dado no era más que una pájara.
Probablemente un desequilibrio químico en mi cerebro había provocado todo aquel episodio. Le comenté a Luján mi hipótesis y la di por buena con su silencio, obviando el gesto de estupefacción que me devolvió. «Hay que llamar a la cordura», me dije. Tenía que sentirme dueña de mí misma y de mi destino.
Así que pensé que me sentaría genial ir a quemar un poco de energía al gimnasio. Nada de volver a casa arrastrando los pies y encontrarme con una casa vacía de vida pero llena de Filippo por todas partes: su ropa en el armario, su perfume en el baño, mis condones (míos porque los compraba yo) en la mesita de noche.
—¿Sabes algo de Filippo? —me preguntó Mía cuando le dije que quería ir al gimnasio.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—No sé, pero... ¿sabes algo de él?
—No —gruñí.
—Bueno. —Suspiró—. Lo del gimnasio no me parece buena idea. Son todas unas porteras —me advirtió Mía—. Yo dejé de ir porque entrar en el vestuario era como enfrentarse al polígrafo.
—Tengo que generar endorfinas —le respondí, convencida de lo que decía.
Y de verdad que creí que había sido buena idea. El primer día hice máquinas, saludé a un par de conocidos, me compré una bebida isotónica sin azúcares añadidos y volví a casa paseando. El segundo entré en la clase de boxeo y le di al saco con más fuerza que técnica. Pero... al tercer día, lo que parecía haberse quedado en un par de miraditas dio su verdadera cara cuando mi entrenadora personal me preguntó, mientras me jaleaba para seguir botando con la cuerda (y a todo volumen), si era verdad que había dejado a Filippo porque la tenía pequeña o si en realidad era lesbiana. Creo que la segunda hipótesis era la que más triunfaba entre mis compañeras de gimnasio. Aquellas malditas estiradas deseaban a toda costa que el rumor de que me gustaban las mujeres fuera real porque aprendieron en un capítulo de Sexo en Nueva York que tener una amiga gay es de lo más cool.
Experimento finalizado. Conclusiones: el deporte no soluciona tus problemas y es una tortura medieval disfrazada de costumbre sana. Además, la gente es imbécil.
Así que desistí y me quedé en la cama tirada, como un perro al sol, repasando fotos de Filippo y yo cuando éramos felices y yo no me fugaba de ninguna parte.
—¿Por qué no dedicas tiempo a todas esas cosas para las que normalmente no tienes ni un segundo? —me sugirió Luján cuando vino a verme a casa y me encontró con restos de espaguetis con tomate alrededor de la boca—. Mímate un poquito, Marizza, linda. No es el fin del mundo, solo... un impasse.
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Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©
Fanfic¿Qué sucede cuando descubres que el final de tu cuento no es como soñabas? -Érase una vez una mujer que lo tenía todo y un chico que no tenía nada. -Érase una vez una historia de amor entre el éxito y la duda. -Érase una vez un cuento perfecto. Cont...