11; Marizza's desperation

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La desesperación de Marizza

Marizza P. Spirito

Fue como aquella película donde un hobbit y varios enanos tienen que echar a un dragón que vive en una montaña, acostado encima de un montón de moneditas de oro y joyas. Tú quieres que ganen los enanos porque, pobres ellos, quieren recuperar su hogar y la prosperidad de su pueblo, pero en el fondo no deja de darte pena el pobre dragón. ¿Alguien ha pensado en el dragón? No puede evitar sus instintos.

Pues algo así fue, aunque ahora mismo creas que me he vuelto completamente loca.

Luján estuvo buceando por Internet durante un par de días para dar con el garito adecuado para nuestra salida. El manual de la ruptura perfecta dice que hay que salir a emborracharse después de que te dejen, y puesto que yo había plantado a mi prometido en el altar y él se había pirado a su país previa petición de que no contactara con él hasta septiembre, sumaba dos rupturas en la misma persona. No sé si cuenta, pero a mí en ese momento me daba todo igual. Después de escuchar «Miss you like crazy», de The Moffatts, más de seis veces, el mundo pierde sus matices y empieza a emborronarse por los bordes.

Pero Luján dio con el local ideal porque ella es así. No sabe combinar dos prendas de ropa sin hacer que Agatha Ruiz de la Prada se sienta orgullosa de ella, pero sabe encontrar cosas. Así que lo único que tuvimos que hacer después fue reservar mesa en algún bareto de los alrededores, uno donde sirvieran jarras de sangría y estuvieran acostumbrados a tener como clientela a un montón de guiris.

Mía dejó a los niños con Manuel; habían planeado una noche de peli, palomitas y chuches y estaban superemocionados porque iban a ver alguna de superhéroes. A ella le daba miedo que tuvieran pesadillas después, pero lo cierto es que Capitán América tendría pesadillas de conocer a mis sobrinos, no al contrario.

Vino a casa a cambiarse, donde ya estaba Luján que, en realidad, había hecho de mi piso algo así como su madriguera. Fingía que seguía hospedándose en casa de nuestra madre pero en mi habitación de invitados había una mochila de campamento y un montón de ropa de colores esparcida por todas partes que indicaba lo contrario.

—Oh my gosh. Esto parece una tienda de Desigual —comentó Mía al asomarse.

—¿Qué me pongo? —preguntó Luján.

—Nada que habite tras esta puerta. Vamos al armario de Marizza, que tiene cosas lindas.

Mía había traído sus cosas, eso sí. Como le había pedido que no se arreglara mucho (es preciosa y llama la atención hasta en camisón de parturienta, y no quería que pareciera una supernova y atrajera demasiadas miradas sobre nosotras), se colocó unos vaqueros y un top lencero. Y puede parecer poca cosa, pero... estaba deslumbrante. Con su pelo rubio ondulado, un poco de brillo en los labios y el eyeliner perfectamente trazado sobre las pestañas, no le hacía falta más.

Luján escogió lo único de mi armario que pareció gustarle: un mono corto, color camel, con un cinturón marrón. «Lo compré para nuestro viaje de novios», pensé cuando la vi comprobar si no le vendría demasiado holgado. «En realidad ni siquiera lo compraste vos», me corregí; «te lo compró tu maldita personal shopper, que es hermosa y rubia y cobra como un ministro. Aunque ya no importa, porque no existe ni el viaje ni el novio».

—No me escribió —musité mientras la veía revolver en mi zapatero en busca de unas sandalias planas que cumplieran los parámetros que Mía le había indicado.

—Ese era el trato, ¿no?

—¿Creen que estará ligando con otras?

—No —dijeron al unísono.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora