[ XXIII ]

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Una semana antes le envíe una carta a mi madre, más extensa que cualquiera que le hubiera escrito. Constaba de dos hojas y media que tuvieron que ser reducidas a una. En la primera versión le confesaba cuánto la extrañaba; de ahí se desencadenaba una serie de lloriqueos en los que le pedía que no se olvidara ni un solo segundo de mí, pero no del Charles que ella había dejado partir a Bertholdt, ni el que cuidó desde que era un bebé, sino del que estaba escribiendo ahora. Más adelante, retomada la calma, le explicaba el deterioro de mi vista en las últimas semanas, el cómo, por ello y varias razones más, había dejado de leer una cantidad abismal de libro de la biblioteca; sabía que le haría feliz atribuir esta "moderación literaria" a que dedicaba más tiempo a mis amigos y a la escuela también. Para el final, escribí: Y estoy enamorado.

No resulta difícil entender por qué tuve que repetir mi carta a una más complaciente para los estándares de una madre preocupada por su hijo separado de ella. Dejé, eso sí, mi cariño hacia ella al igual que mi preocupación por su estado y a modo de broma que no se olvidara de su hijo, omití los lamentos y lo del enamoramiento, haciendo mención de la molestia para ver.

Obtuve respuesta un miércoles.

Como de costumbre, solían entregar correspondencia a primera hora, antes del desayuno, para que cualquier ajetreo quedara mitigado antes del mediodía. Leí las palabras de mi madre de camino al comedor.

Mi querido Charlie:

¿Cómo podría olvidarme de mi rayo de luz? Vivo por y para ti. Aunque sé de primera mano que los adolescentes suelen avergonzarse de ser molestados constantemente por sus dramáticas madres, así que te doy espacio. Tampoco quiero empalagarte con mi amor, porque sabes que te amo.

Si tus amigos te quitan tiempo para leer, sé misericordioso con ellos, porque los libros se quedarán aquí, mientras que la gente va y viene. Y, si puedes, abstente de leer, porque te dolerán aún más los ojos, yo sé lo que te digo.

Escribiré más seguido, lo prometo, no me agrada que mi pequeño piense que lo abandono.

Te ama, tu madre.

Mentiría si dijera que no se me llenaron los ojos de unas cuantas lágrimas que sequé a prisa. A pesar de las hermosas palabras, del cariño que transmitía y de la especie de regaño del penúltimo párrafo, el hecho de que no me mantuviera al tanto de cómo estaba me dejó un mal sabor de boca, acompañado del presentimiento de que debía buscar información adicional de otra fuente.

Pero a Frank ya no le hablaba, sería un descarado al buscarlo únicamente para mis fines. Y Becky se hallaba lejos de la ciudad. No se me ocurría nadie más quien pudiera ayudarme.

O solo estoy exagerando, viendo problemas donde no los hay.

Un objeto pasó a gran velocidad frente a mí, frenándome, abrí más los ojos al seguir la trayectoria de la cosa y ver que se trataba de un balón de fútbol.

—Lo lamento —gritó Jones del otro lado del campus.

Le enseñé el dedo medio y continúe con mi camino.

—Eso estuvo cerca, ¿estás bien? —Maxwell siguió mis pasos hasta quedar a la par mío.

"¿Y a ti qué te importa?", casi salió de mis labios, pero la presencia a lo lejos de algunos profesores me hizo detener una futura discusión.

—Sí. —Y le regalé una sonrisa que lo dejó boquiabierto—. Que tengas un buen día, Maxwell.

—T-Tú igual.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora